DIARIO ÍNTIMO 127 y 2
“El sexo es el lugar en donde toda pedantería queda desenmascarada y ridiculizada y exterminada. El sexo es la materialización de la salud, el espejo de la salud”. Manuel Vilas
Domingo, veintidós de junio de dos mil veinticinco
… De la entrada de ayer, una narración lineal y tranquila, sin procelosas interpretaciones, del encuentro con R., a la de hoy, en la que quiero ahondar algo más en las implicaciones y complejidades del encuentro. Decidimos conocernos con el amor como posibilidad, o al menos con el deseo, que ya sería un impulso maravilloso. Los seres humanos necesitamos tocarnos, sexualmente o no. El contacto físico que más me gusta es con el cuerpo de una mujer y que ambos nos regalemos excitación y placer. Los abrazos afectuosos y asexuados están bien, pero son otra cosa.
Además de conocernos formalmente, necesariamente, es posible que, al hacerlo, imagináramos cómo nos sentiríamos dándonos a probar el uno al otro nuestros cuerpos en un abrazo desnudo. No verbalizamos esa ensoñación, quedó para nuestra intimidad. Por debajo de las convenciones, complacientes y gratas, yo me preguntaba cómo sería mezclar nuestros deseos, fluidos e intimidades y, también cómo se sentiría ella si es que tenía el deseo de que disfrutáramos el uno del otro. Darnos placer sexual, y también ternura, eso siempre.
Sí, ya sé que todo aspecto esencial humano, y el amor y el sexo lo es, requiere un tempo de maduración, nada que objetar, pero sí matizar.
Como personas adultas y trabajadas vivencialmente, y más allá de las siempre imprescindibles buenas maneras, ya era el momento para nosotros de saltarnos algunos innecesarios tempos muertos y escuchar las sensaciones más epidérmicas y emocionales. Eso no sucedió. Solo acertamos a comunicarnos buenas impresiones mutuas educadamente, pero no fuimos capaces de tocarnos, ni siquiera levemente. O, ni siquiera, expresar deseos.
Esa posibilidad quedó ahí, flotando perdida entre la nada y el miedo; entre la inseguridad y el autocontrol.
Me temo que, justo en el preciso instante en el que decidimos retraernos en lo físico, malográramos la posibilidad de la complicidad amorosa. Aunque, eso todavía no lo sepamos, creo. O sí (no sé).
Sí, me digo y también lo pienso sobre R., ¡hay que atreverse porque si no, nada, solo vacío a nuestro alrededor! Cada día más despoblado.
Ella, según me dijo, se va hoy tres semanas de vacaciones a una playa. Interrupción brutal en lo que parecía un buen inicio. Cuando vuelva, puede que solo queden vagos recuerdos de una comida en gratísima compañía. El amor o el deseo es por naturaleza impaciente, y si aparece o tan solo se entrevé, habría que agarrarlo con determinación o se pierde, y más ahora, en el ocaso. Ya no queda tiempo para intrincadas y estratégicas idas y venidas, que, aunque parezcan un juego, en realidad no lo son tanto, más bien todo lo contrario: motivo de frustración.
Según lo propuesto por A de N (hada madrina), y aceptado por nosotros, una vez que ha tenido lugar la primera cita hay un tiempo razonable para valorar si nos gustaría seguir conociéndonos en una segunda ocasión. También, el plan, contempla que cada uno por nuestro lado le reportemos a ella nuestras impresiones. Aunque innecesario, vale, es de agradecer su interés. Eso será la semana que viene (tal vez hoy mismo).
No sé si mantendremos la conversación comenzada ni qué decidiré por mi parte, aunque entre dos, la continuidad, salvo en casos de rechazo claro y radical (que no creo que este lo sea); decidiremos a partir de lo que ambos nos digamos, en el cómo nos acerquemos o alejemos.
La Fotografía: Representa lo que podría haber sucedido entre ambos pero que no sucedió: obra modernista y maravillosa titulada La primavera, perteneciente a la colección Poema de la tierra (cuatro estaciones, 1934-1938), de Néstor Martín-Fernández de la Torre, que vi una hora antes de acudir a la cita. Era una de las muchas de la exposición Néstor reencontrado, en el Museo Reina Sofía, que, por cierto, quizá vuelva a ver porque no llegué a profundizar en ella como me habría gustado.