Diario de la Soledad, dos
“… no necesito a nadie que no me necesite”. Kjell Askildsen
Lunes, veintitrés de junio de dos mil veinticinco
Hoy no sé, tengo la impresión de que no tengo nada de lo que escribir…
De ayer, que no me pasó absolutamente nada, no puedo tirar para articular esa especie de retahíla de pequeñas cosas que hago o pienso (de eso menos). Así que no sé.
Lo que hice por la mañana: nada en especial, escribir, supongo, de los días pasados.
Ni siquiera tomé un aperitivo, hace años que ya no lo hago y me gustaba mucho, pero claro en compañía (con Naty primero, muchos años, y después, tan solo unos poquitos días, con esa otra mujer que parecía una novia, pero que no, que no lo era). Cuando se fueron, también la gratísima comida-aperitivo se fue a la mierda. Las comidas en solitario no saben tan bien como las que se hacen en compañía.
Ahora que estoy solo frente al peligro de la soledad, tampoco tendré aperitivos sustanciosos amenizados con temas de conversación ligeros y risueños, me temo.
Por la tarde, estuve en el estudio hasta las siete, momento en el que me sentí desfondado, cerré todo (hasta la cabeza que funcionaba al 30% de sus exiguas posibilidades y además recalentada).
Me trasladé a otra habitación de mi casa, la más grande, puse el aire acondicionado a pleno rendimiento y decidí ver una película hasta que llegarán Ángel con una sabrosa pizza y su buena disposición ante la vida.
Busqué y enseguida me tropecé con un western (género ideal para la neurastenia de los domingos por la tarde), y, por si fuera poca mi suerte, con uno de los grandes de la historia: Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann (1952) con un inconmensurable Gary Cooper, al que abandona todo el mundo dejándole desoladoramente solo frente a despiadados asesinos, que eran cuatro, nada menos (hasta su mujer se larga, aunque luego vuelve, pero ya no era lo mismo, me parece).
Ángel y yo vimos juntos el partido del Madrid, que además ganamos. Nos hicimos compañía y tomamos una sabrosa pizza (Mi Charlie también aprovechó la circunstancia). ¿Habría comido yo solo una pizza? Desde luego que no. Habría cenado en silencio la aburrida ensalada de cada noche.
No hablamos de nada en especial, un poco de política nacional, y como esa mierda putrefacta que nos humilla a todos, todos los días, está contenida en un pestilente agujero negro lleno de monstruos de una maldad siniestra y traicionera nos agobiamos y cambiamos de tema de conversación. Hasta cuándo, Pedro Sánchez, ¿abusarás de nuestra paciencia? (parafraseando a Cicerón a propósito de Catilina).
En otro momento del partido, entre gol y gol, en el momento de las confidencias, indirecta y sutilmente me dijo que lo mío es de difícil arreglo, que solo me queda la resignación tranquila y la búsqueda del placer que pueda pillar, pero sin ansiedad, con distante elegancia. O, dicho de otro modo, que me siente a esperar lo que no sucederá. Estuve de acuerdo porque tenía razón, no me queda otra. Como consejero del alma conmigo lo tiene fácil, porque apenas si hay matices más allá del -te jodes, muchacho, esto se ha acabado- (él, aunque más joven, también lo ve venir).
Mi amigo, nunca se equivoca en lo que me dice, por eso procuro tenerlo cerca, para momentos de desorientación ¿qué sería de nosotros, de cualquiera, sin un amigo al menos que entienda lo que nos pasa? Un jodido y amargo cataclismo.
La Fotografía: Gary Cooper, en Solo ante el peligro. Fiel a sus principios de no huir ante nadie y mantener su honor incólume, por encima de lo conveniente y de la excusa de derecho adquirido. Maravilloso el tratamiento de verosimilitud por medio del rodaje ajustado al tiempo real de los acontecimientos. Memorable la canción principal. Emocionante de principio a fin, de un clasicismo que no se ha marchitado en absoluto, a pesar de los setenta y tres años que han pasado por ella. Y ahora es cuando me ha apetecido establecer una comparación entre lo que sucede en la película y nos pasa a nosotros, los españoles. Lo he escrito, pero me ha avergonzado y lo he borrado.