1 JULIO 2025

© 2018 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2018
Localizacion
Playa de Bolonia (Cádiz)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD PAN F 50
Fecha de diario
2025-07-01
Referencia
4462

LOS DÍAS 24
“Cómo se te ocurre querer ser feliz conmigo, nadie es feliz conmigo, soy un aburrido. No me gusta convivir, no me gusta salir, no me gusta ir al cine, no me gusta la playa, ni siquiera me gusta cenar fuera, me gusta quedarme en mi rincón y que no hablen conmigo. ¿Qué rayos de felicidad podría darte? ¿Qué te quedaras también en un rincón, aburriéndote?. Antonio Lobo Antunes (*)
Domingo, veintinueve de junio de dos mil veinticinco

Esta entrada no debería estar aquí hoy. Dije en la del veintinueve que cerraría el diario el día siguiente, el treinta. Y no, no lo he hecho. No quiero precipitar los acontecimientos, porque también he afirmado muchas más veces que cuando cerrara el diario moriría. Y hoy, no parece que toque morirme, es más, ahora estoy en mi patio de clausura, a las nueve y media de la mañana, con una suave brisa y una temperatura acariciadora. Este momento se parece mucho a mi felicidad terrenal. Además, si lo cierro, dónde podría desplegar mi cursilería, si no hablo con nadie. Soy un frustrado en muchas cosas, pero al menos que no muera todavía mi alma relamida y cremosa por una torpe ofuscación, por Dios que no.
Y ahora es cuando me levanto para desayunar mi tostada con tomate y jamón. Tengo hambre.
Las diez y veintiuno, retomo la redacción. Acabo de recibir un mensaje desde la playa, de R., feliz, cómo no; aunque eso no lo sé a ciencia cierta porque solo la conozco de unas horas.
Las playas son contenedores de soleado y gozoso frescor, tengo entendido. Todo está en su sitio en esos lugares: el mar aproximándose, pero nunca imponiéndose, a no ser por un desagradable y asesino tsunami, pero eso en el mediterráneo no sucede, aunque R., me dijo que estaría en el atlántico, pero ahí tampoco llegan esas desgracias, al menos no en Cádiz. El sol calentando y bronceando los cuerpos; las tumbonas y las sombrillas en sus puestos de servicio. Las toallas, cada uno las suyas. Hasta chiringuitos ponen para que los sedientos en posición decúbito supino o prono beban y coman, y no tengan que alejarse del paraíso.
Las playas son reservas para sentir la humana felicidad (nadie que sufra va a una playa a tumbarse ociosa y despreocupadamente). Todo está organizado allí por Dios para el placer de sus criaturas.
Yo no voy a las playas porque cuando diviso una, con poca o mucha gente, eso da igual, me digo: aquí no pasa nada, todo el mundo está feliz y quieto, y entonces me invade un invencible aburrimiento y me tengo que ir. A lo mejor, me digo también, es que tú eres incapaz de ser feliz mezclado con tus congéneres en traje de baño. Es que eso no te sale porque no sabes vivirlo, tío. Me doy la razón sin objeciones ni matizaciones. Las cosas son como son y ya está.
Bueno, no me importa demasiado porque yo ya sé lo que me gusta y lo que no. Las reservas de felicidad con el agua plana como perspectiva visual no me interesan especialmente y las carnes frescas que pueda haber a mi lado, todavía menos.
Hoy, no sé lo qué haré; bueno sí lo sé, haré lo que estoy haciendo.
Anoche, me dio un ataque de conformidad conmigo mismo y con mi cuerpo (es lo mismo), y a las once y media apagué el cine de verano (estoy viendo muy entretenido un culebrón titulado: La sonata del silencio, adaptación de la novela homónima de Paloma Sánchez Garnica (premio planeta de 2024, con Victoria). Y, oh sorpresa, estoy descubriendo que me gusta este tipo de adaptaciones de literatura popular, e histórica, en este caso. Sí, el formato televisivo (rtve) les ha salido muy culebrón, pero me está entreteniendo mucho porque los malos, lo son hasta el aversivo retorcimiento; y las buenas, mujeres en este caso, lo son hasta la mirífica exaltación y, por si fuera poco, Marta Etura, la protagonista, es una mujer guapísima, de enamoramiento súbito. Bueno el caso es que, me duché me vestí discretamente (pero no con pantalón corto, habría sido terriblemente inelegante), y salí a bares, a ver qué pasaba. Entré en dos, pero no tomé nada en ninguno. Me fui enseguida. En uno de ellos estaba la vikinga de la que ya di noticias hace días que me resulta fascinante, pero esta vez, con su pelo albino, me dio miedo y me largué apresurado por si la tomaba conmigo.
Paseé por algunas calles canturreando canciones de Joaquín Sabina, que como se ha retirado ha empezado a ser de los míos, aunque yo llegué antes. Las terrazas llenas de jóvenes y algunos matrimonios viejos que confraternizaban a la desesperada. De vuelta, intenté parar en la feria de mi barrio, para jugar en alguna tómbola, pero no encontré aparcamiento y me quedé sin muñeca.
Me acosté a las dos y me dormí como un niño, sin culpa alguna.
(*) La cita: todo bien, conforme, salvo lo de cenar fuera, que a mí me encanta.
La Fotografía: Hoy podría traer una foto de playa con bañistas, pero no; de una tómbola verbenera, pero tampoco, sobre todo porque no fui; de mi patio, pero tampoco, porque a pesar de ser de clausura no es lo suficientemente espiritual y existencial. Así que mejor del marinero desconcertado que el otro día buscaba un barco salvador en una playa de Cádiz, pero que hoy se ha rendido porque no ha aparecido ninguno y mira a cámara como preguntando ¿y ahora qué hago? Le contesto: nada, querido, aguántate ¡búscate la vida!

Pepe Fuentes ·