“Los turistas no saben dónde han estado, pensé. Los viajeros no saben dónde van”. Paul Theroux
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Teotihuacán V:
domingo catorce, por la tarde
A las cuatro, Salvador nos llevó a comer al restaurante La Catrina, en San Martín de las Pirámides.
Teníamos hambre y comimos abundantemente: escamoles (receta prehispánica a base de larvas de la hormiga güijera), Chinicuiles (gusano rojo), Sirloine (filete de carne) y Mixiote (de carnero). Cuatro cervezas y café. Exquisito todo, aunque bastante caro.
El día se había presentado muy dañino para nuestra economía pero, como estamos convencidos de que cada día tiene su afán, sus grandezas y catástrofes escondidas, dimos todo por bueno.
Encantados como estos turistas, que parecen dar gracias por los dones recibidos o por los que esperan recibir de los muertos-dioses que habitaban el lugar…
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
México DF:
sábado trece, por la tarde. Un poco de bronca amenizó nuestras impecables maneras turísticas II.
En el colmo del absurdo, la camarera le dijo a Naty que fuera a hablar con la encargada, a lo que Naty contestó que de ningún modo, que tendría que ser al revés.
Vino una mujer joven, opulenta y de baja estatura, que volvió a decir lo mismo que la anterior.
Naty se reafirmó con contundencia: –queremos la lista de precios-.
No la trajeron, claro.
La encargada alegó que lo que habíamos tomado no estaba en la carta.
Naty exigió factura y pagar con tarjeta. A ambas cosas se negaba.
Era el momento de largarse sin pagar, pero no controlábamos el entorno y las posibles consecuencias, así que decidimos allanarnos a cambio de pagar con tarjeta y una rebaja de doscientos pesos. Tampoco somos héroes.
Volvimos al hotel, dejamos la impedimenta y decidimos salir a dar un paseo y a comprarnos algo de ropa ya que en algunos momentos del día pasamos frío.
Como al parecer habíamos irritado a los malos espíritus, volvimos a tener contratiempos: las tarjetas decidieron no funcionar a pesar de varios intentos.
Tuvimos que pagar en efectivo pero, eso sí, el Banco imputó los intentos. Se nos avecinaban engorrosos trámites de devolución.
Volvimos al hotel, cenamos y nos acostamos.
Gran cansancio.
Tuve la impresión de que este viaje nos extenuaría.
Seguiré con esta crónica el año que viene…
DIARIO DE REVELADO (digital) DOCE, del siete de Septiembre de dos mil veinte (lunes)
“Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Samuel Beckett
Sí, así es para mí; pruebo y pruebo, diariamente, durante horas, de lunes a lunes, y vuelta a empezar. No, no es para obtener un beneficio que me permita llevarme el pan a la boca cada día, sino para no morir todavía sin haber completado el perfecto fracaso. Mi escasa inteligencia y el estilo propio que he dado a esa carencia (todo el mundo vivo, independientemente de sus capacidades, tiene su personal modo de hacer las cosas), no es otro que la pura manía. Todos aquellos que han conseguido logros singulares en lo que se han empeñado, lo han hecho insistiendo en su propósito hasta la extenuación. Maniáticos, al fin y al cabo. Estoy en lo mismo, pero no porque obedezca a una planificación racional con punto de salida y llegada, no, que va, soy un obsesivo auténtico, lo llevo en las entrañas. Pasan los años y sigo aferrado a la realización de imágenes compulsivamente, lo que, si bien hasta hace poco era el alimento de sueños, ahora tan solo es la materia que rumio enloquecido. Para que un fracaso se pueda considerar como tal, tiene que estar referenciado por un descomunal esfuerzo por conseguir el éxito, porque si no es tan solo una anécdota, una circunstancia sin importancia en la vida de alguien. Es decir, solo pueden alcanzar el dudoso mérito de fracasados aquellos que se han afanado en su “tema” hasta la extenuación. Yo, ahora, he dado un paso decisivo al pasarme al soporte digital porque con el analógico, tan practicado, me estaba adocenando y acomodando a una rutina poco esforzada. Ahora sí, ahora me he colocado en la vía correcta para alcanzar mi épico propósito de fracasar, sobre todo porque he abandonado la materialidad de los soportes analógicos y me he instalado en la intangibilidad de lo virtual. En el campo de los sueños. “La vida es un círculo de sueños que se cierra con un sueño”. William Shakespeare
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019.
De Palenque a Campeche:
martes veintitrés, por la mañana y primera hora de la tarde.
Salimos de Palenque en dirección a Campeche (366 Km) en torno a las once y media.
El conductor se llamaba Luis. Hombre serio, discreto, amable. Durante la primera parte del viaje apenas habló.
En torno a las dos, Luis nos propuso dos restaurantes posibles: uno especializado en carnes a la brasa y el otro en guisos típicos de México, especialmente de cuchara.
Elegimos el primero y en eso tuvimos suerte porque nos ofrecieron elegir entre cinco cortes de carne, todos a cuál más apetitosos, braseados al estilo argentino.
Luis nos dijo que a él la agencia le había dado un presupuesto de trescientos pesos para nuestra comida. La diferencia sobre esa cantidad y las bebidas corrían por nuestra cuenta. No había problema con eso.
Compartió mesa con nosotros. Charlamos sobre distintos aspectos de la vida social y política de México.
Nos interesaba mucho saber cosas del país.
Cuando reiniciamos el viaje seguimos charlando sobre lo mismo y supimos, por ejemplo, que en México, salvo los trabajadores del estado, no tienen pensión de jubilación, luego para proteger su vejez deben tener previsto un plan para el momento en que no puedan seguir trabajando.
A partir de los setenta, y no antes, tienen una pequeña ayuda por parte del estado. Tampoco la sanidad es universal.
En cuanto a él, nos contó que tenía una pequeña empresa con dos coches con los que se dedicaba a dar servicio a las agencias turísticas.
También nos refirió que su mujer, a la que despidieron de su trabajo de recepcionista de un hotel cuando cumplió los cuarenta y cinco años (el consabido problema de que a partir de una cierta edad los empleadores no quieren saber nada de gente madura o mayores, nadie que no sea joven), la dieron mil pesos por año trabajado (unos 50 €) y a la puta calle. Al parecer, era una mujer emprendedora y tenía muy claro que tenía que seguir trabajando: consiguió alquilar un local y poner una pequeña tienda de alimentación. No es fácil la vida en México, sin duda.
Una vez dejamos atrás la zona montañosa de Chiapas, la carretera era ancha, recta y llana. Alrededor se sucedían praderas de pastos y rebaños de ganado, generalmente vacas.
Llegó un momento en que la conversación no dio más de sí y dormitamos un poco.
Llegamos a Campeche a las cinco y media.
Por desgracia, en esta ciudad nos esperaba el peor hotel de nuestro viaje mexicano hasta el momento, viejo y escasamente confortable. Eso sí, se encontraba en pleno centro del núcleo colonial de la ciudad, muy cerca del zócalo y la catedral…
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Homún I (los famosos cenotes):
viernes veintiséis, por la mañana
A las nueve nos recogió Braulio, el guía-conductor local que nos tocaba para el día.
Hombre en la cincuentena, de aspecto físico nada memorable (ahora no recuerdo sus rasgos), enseguida se reveló como muy hablador, con sentido del humor y abundante información que se dispuso a compartir con nosotros.
Sí, era divertido: cuando entrábamos en la zona del hotel donde recogeríamos a nuestros acompañantes en la visita a los cenotes, vimos de frente a una chica joven bastante guapa y Braulio, con total seriedad, nos dijo que era su novia pero que no la diría nada porque la tenía castigada. En fin, decía cosas así; al menos tenía incorporado a su manera de estar un humor que iba un poco más allá del mero y facilón chiste.
Hablaba incesantemente de todo: de la historia de Mérida, del periodo colonial, de aspectos de la actualidad, de los cenotes, de política, de seguridad, en fin, un discurso burbujeante, informado y caótico, y todo al mismo tiempo.
A nuestra expedición a los cenotes se incorporaron una señora joven (en torno a cuarenta), la señora Smith, y su hija adolescente, con algo de sobrepeso e irremediablemente seducida por la pantalla de su móvil.
En el viaje de ida, no dijeron absolutamente nada ninguna de las dos. La señora Smith, nacida en Mérida pero viviendo en Florida desde muy joven (según nos enteramos después), era de baja estatura, cara redonda y semblante serio, tranquilo. Coqueteaba peligrosamente con la obesidad.
A los cenotes llegamos en poco menos de una hora.
Desde el centro de recepción donde se obtenían los billetes, partimos en un carruaje en el que cabíamos cinco o seis personas, tirado por un caballo sobre vías estrechas.
Los famosos Cenotes eran cuevas, o más bien concavidades bajo tierra, de gran belleza, con abundante agua de origen subterráneo donde la gente se bañaba entusiasmada.
Al parecer, en la zona de Yucatán hay miles, aunque no todos están habilitados para el baño y los turistas.
Visitamos tres.
A dos de ellos bajamos a través de unas resbaladizas escaleras hasta una plataforma desde la que se accedía al agua.
La luz bajaba agónicamente por la abertura por lo que la iluminación era penumbrosa, a pesar de estar reforzada con algunos focos.
El tercero se encontraba a cielo abierto, aunque por debajo del nivel del suelo.
Tenían un diámetro de unos cincuenta metros.
Fuimos pasando de uno a otro. Había poca distancia entre ellos.
Las Smith se bañaron en todos, al parecer les gustaba mucho meter en el agua sus orondos cuerpos.
Nosotros no, por lo que salíamos de los increíbles y bellos pozos bastante antes. Una vez vistos, poco o nada teníamos que hacer dentro de los dichosos cenotes, atascados de turistas con flotadores…
VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
México DF:
viernes doce, por la mañana.
…Seguimos por la calle peatonal Madero, repleta de edificios de arquitectura singular, especialmente del siglo XVI y de la época colonial: iglesias, conventos, palacios.
Llegamos al Palacio de Bellas Artes (comienzos del siglo XX), de estilo Art Nouveau y Art Deco.
Entramos, y nos encontramos con carteles de exposiciones de interés: una de fotografía mexicana de Rodrigo Moya (no sabía quién era) y otra sobre la obra de Barragán, arquitecto de máximo interés para mí. No entramos en ninguna (la de Barragán había acabado en junio).
Fotografiamos en la plaza y alrededores.
Más tarde, volvimos hacia El Zócalo, despacio.
En la gran plaza había mucha actividad de vendedores y visitantes.
Grupos de baile a ritmo de tambor, disfrazados con supuestas indumentarias aztecas y coloristas penachos de plumas.
También había imitadores de chamanes que efectuaban ritos de pega, para turistas, a base de ramas que pasaban por todo el cuerpo de los que se prestaban al ritual, impregnándolos de humo aromático y, supongo, de conjuros para ahuyentar a los malos espíritus o conseguir deseos imposibles.
Fotografiamos.
El Zócalo y las inmediaciones bullían de gente.
El ambiente era vital, estimulante, festivo…