“…sepulturas coloristas o descalabradas, cerradas con ventanas de marco de aluminio y vidrio no siempre roto de una pedrada, luciendo jarroncitos, flores de plástico, dijes, cositas e imágenes de yeso martirizadas por la intemperie…” Miguel Sánchez-Ostiz

PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz (Bolivia), siete de febrero, jueves
XI
“Para Barthes, con la fotografía, lo que se dilucida es una cuestión existencial. No se trata de menoscabar los aspectos artísticos o documentales, pero lo que verdaderamente define la esencia de lo fotográfico es la certificación de una existencia. De ahí derivan el enigma, la seducción o el afecto que sentimos por las imágenes fotográficas”. Joan Fontcuberta
A pesar de la reparación conseguida con éxito en poco tiempo, yo todavía lloriqueaba por las fotografías perdidas que me pasaban, en una especie de secuencia fatídica y doliente, una a una. En vez de centrarme en lo que tenía delante, para mayor regodeo masoquista comencé mentalmente a hacer inventario de daños: las nubes que se cernían sobre el agua del lago Titicaca; los retratos con la luz especial que proporcionaba la altitud, supongo, de Naty y Reinaldo, el amabilísimo y peculiar guía quechua de la Isla; la basílica de Copacabana, de un blanco restallante; las de esa mañana, desde el teleférico que planeaba sobre el Alto; y, cómo no, las decenas hechas hacía tan solo un rato, en el cementerio central. Todas estaban perdidas o, mejor dicho, NUNCA HECHAS, solo soñadas, acariciadas, vividas, sentidas. Esas formas que vi y deseé con todas mis ganas en el visor, nunca impregnaron de luz y formas el material sensible de la película. Es prerrogativa de los sensibles y a veces precarios materiales con los que trabajo, revelarse o no. Apenas si llego a controlar un poco todo ese material constituido por incertidumbres y deseos…
COROLARIO: A pesar del contratiempo, no todo estaba perdido en mi ánimo. Al otro lado de la carretera teníamos el cementerio de La Llamita, donde fotografiaría con todas las ganas del mundo. Lo más atractivo de ese lugar no era el aspecto documental (tan poco interesante para mí), ni tampoco las formas (al fin y al cabo tan solo era un cementerio), sino la carga literaria que contenía.


DIARIO DE REVELADO (digital) CINCO, del veintiocho de Julio de dos mil veinte (martes)
… Efectivamente, empleé bastante más tiempo del que tenía previsto en el tratamiento de la serie de La Llamita, y la fotografía de hoy es el resultado final (el problema con los revelados de la New Age, entre otros, es que siempre dudo cuando acabar). En este caso, creo que he parado a tiempo, a pesar del sempiterno problema con los blancos, tanto en virajes químicos como digitales. Pretendo continuar en esta dirección que, tal vez por inercia, sigue anclada en los viejos conceptos de mis inicios fotográficos. En el fondo, no creo que quiera desprenderme de mis rutinas y automatismos, o dicho de otro modo: me parece que lo que quiero es seguir haciendo lo mismo pero con otras herramientas. A fin de cuentas, está muy bien porque, desde el principio de mis tiempos fotográficos (finales de la década de los setenta), siempre que podía aplicaba virajes: Sepia, Cloruro de Oro, Selenio y azules a base de Ferricianuro Potásico, Citrato Férrico Amónico y Ácido sulfúrico o clorhídrico, que amarilleaba tanto que hacía que la mayoría de las copias resultaran inservibles. Luego, a principios de los ochenta, llegó el legendario Colorvir, que fue el resultado de convertir en producto industrial manufacturado fórmulas químicas de viejos libros fotográficos (Tao y Baco y otros de ese tenor). Maravilloso producto que yo utilicé, por recomendación de mi amigo Villasante; el azul con bloqueo de grises funcionaba perfectamente (todavía tengo alguna copia realizada con esa técnica). Ahora, gracias a mi New Age fotográfica, no tengo problemas con los antiguos y dichosos amarilleos, aunque un poco sí con los blancos…


PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz (Bolivia), siete de febrero, jueves
XII
“Sobre el cementerio de La Llamita planean leyendas de lo más truculentas: robos de cadáveres, descuartizamientos, despojos de restos para quitarles aquello con lo que estén cubiertos y entierros clandestinos de desaparecidos, de asesinados. El sol picante de primera hora de la mañana no lograba disipar una miasma de espanto”. Chuquiago, Miguel Sánchez-Ostiz
Tenía que superar el trauma, teníamos enfrente, al otro lado de la carretera, el cementerio clandestino de La Llamita. A los recientes e inesperados contratiempos se había añadido que el sol había desaparecido por completo y el ambiente era de un gris pesado, denso, sin matices. En cuanto al lugar, mejor la descripción de Miguel Sánchez-Ostiz, en su obra Chuquiago, que la que yo pudiera hacer: “Al otro lado de la puerta reventada apareció un amontonamiento de tumbas excavadas en una tierra arenosa, suelta, y panteoncitos hechos de cualquier manera, en adobe o ladrillo, con o sin nombre, entre matojos de llareta, paja brava y quilquiña; tumbas removidas o cubiertas, cuidadas o derrumbadas a punto de ser comidas por la tierra y la maleza, pintadas de blanco, azul o almagre, pero sobre todo azul, someramente cementadas o en ladrillo sin revocar o revocado a la diabla, con ortografías dubitativas y nombres y apellidos aproximativos, iniciales grabadas en el yeso o en el cemento con un palo, coronadas por cruces de hierro de soldadura con hierros de otras guerras, agarradas con pegotones de cemento para que no las roben para venderlas como chatarra porque por encima de supersticiones el trago es el trago y una cruz supone una buena botellita, o dos si es historiada …”
COROLARIO: No fotografié mucho, aunque con ganas. Había alimentado un deseo inconcreto desde que supe de este cementerio, antes de viajar a Bolivia. Unas ovejas, negras como demonios, pastaban entre las tumbas.

ADENTRÁNDOME EN LAS TINIEBLAS 42
«Las vidas latinoamericanas suelen ser tan fragmentarias e inconclusas como las de los personajes de Onetti porque transcurren en la inseguridad amenazada siempre de brutales transformaciones, golpes de Estado, rebeliones, insurrecciones, guerras civiles, crisis económicas, cataclismos sociales que pueden destruir en pocas horas lo construido a lo largo de años, o enviar a la cárcel, al paredón o al exilio a quien hasta ayer se creía a salvo, dueño de una vida segura y estable. Ese estado de cosas hace vivir a la gente en una insatisfacción e inseguridad que es la que impregna las historias de Onetti, aunque sus personajes rara vez atribuyan esos estados de ánimo a causas sociales y tiendan más bien a sentir detrás de aquello que los amenaza y hunde esa desgracia que en El astillero es como una fatalidad metafísica». Mario Vargas Llosa
Lunes, trece de enero de dos mil veinticinco
Sí, escribir es intentar sacar algo del vicio del vivir sin propósito. Escribir es no morir mañana, eso es lo que yo repito insistentemente y lo que pienso cuando me siento a escribir cada día. Si no escribiera, tendría que hacer lo mismo que hizo mi vecina hace casi cincuenta años y que hace mucha gente cualquier día a cualquier hora y de cualquier modo. Por eso tengo que leer a Juan Carlos Onetti, porque me creo lo que dice Vargas Llosa (me suelo creer todo lo que dice, por eso lo leo con ganas siempre).
Sí, Onetti, claro, pero me da un poco de miedo. Su obra se mueve, al parecer, en la estrecha cesura de la vida y la muerte y solo entiende de las nieblas que produce su atormentada mirada. No sé, voy a probar y solo pueden pasar dos cosas: que me apasione o que lo abandone para siempre nada más empezar. No sé sí comenzaré con los cuentos o con una de sus novelas, La vida breve, por ejemplo (sugestivo título, por cierto).
Es curiosa la sensación que tengo cuando enfrento dos conceptos o percepciones como la vida y el tiempo, es entonces cuando me asalta una pregunta sin respuesta más allá de toda lógica y sentido. La vida es siempre breve y larga y todo contenido en la única unidad de uno mismo. Más o menos me contesto: para las gentes felices, satisfechas, adaptadas, inconscientes y un poco imbéciles, siempre será corta; para los conscientes, inadaptados, marginados, solitarios, callados y no menos imbéciles que los otros; y sobre todo para los suicidas, será larga, muy larga y extenuante. Especialmente porque no soportan al bando de los que la consideran breve.
Está muy claro para mí hoy, que no tengo nada sensato que escribir, pero que debo hacerlo porque más allá de la escritura (y de la fotografía) solo hay tinieblas. Escribir es para mí el pulmón de acero que me permite seguir respirando, pero solo eso, un artilugio oxidable.
Sí, leeré a Onetti porque promete otros mundos que yo ni siquiera he atisbado.
Este hombre, según cuenta Vargas Llosa, procuraba no hablar con nadie en su época activa como escritor artista, podía asistir a congresos y reuniones de colegas y no decir ni pío. Me gusta la gente así, la que se homenajea y respeta en cualquier situación.
Los años finales de su vida los pasó en su piso de la Avenida de América, en la cama, fumando, bebiendo whisky y leyendo novelas policiacas. En esa época sí recibía visitas como un santón consagrado o profeta de la vida breve y tal vez inútil. Tenía la suerte de que le cuidaba Dolly, su amante mujer de las últimas cuatro décadas de su vida (antes había tenido otras breves esposas).
Sí, leeré a Onetti, porque no es posible dejar de leer a un escritor que escribió una novela titulada Juntacadáveres, y no morir mañana, como cuando no se escribe.
La Fotografía: Hoy no sabía que foto poner aquí. La clave me la ha dado Vargas Llosa, que dijo: La obra de Juan Carlos Onetti, está enraizada en América Latina “El novelista de la frustración y de la fuga de una realidad detestable en aras de la fantasía. Muy representativo de la América Latina, del fracaso y del subdesarrollo”. Mario Vargas Llosa
El cementerio de La Llamita, lo visitamos al final de la mañana de nuestro primer día en La Paz. Los cementerios populares son radiografías de la realidad social, de parte de la sociedad, de un país y de una cultura, también.
“Sobre el cementerio de La Llamita planean leyendas de lo más truculentas: robos de cadáveres, descuartizamientos, despojos de restos para quitarles aquello con lo que estén cubiertos y entierros clandestinos de desaparecidos, de asesinados. El sol picante de primera hora de la mañana no lograba disipar unas miasmas de espanto”. Miguel Sánchez Ostiz