Era una pequeña ciudad acogedora en la que se sentía la exótica lejanía y la máxima proximidad…
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, lunes
XV
“Ni la existencia prendida como una mariposa por un alfiler en el éxtasis entomológico, ni la vida inestable y vacilante de las cotidianidades sin destino me convienen, entiendo el viaje como un momento que es parte de un movimiento más general, y no como un movimiento por sí solo”. Michel Onfray
A las diez y veinte conseguimos llegar a Uyuni. Paramos frente a una casita donde se bajó Abraham, que se fue sin despedirse siquiera. Le sustituyó su hija que fue indicando a Ibrahim, no sin equivocarse alguna vez, dónde estaba nuestro hotel (Tambo Aymara). Nada más parar frente a la puerta, de un todoterreno que había parado en la oscuridad bajaron varios hombres jóvenes muy airados que se encararon con Ibrahim, reprochándole agriamente no haber llamado para dar noticias de dónde nos encontrábamos. Eran personas de la agencia que estaba gestionando nuestra estancia en Uyuni y se sentían responsables de nuestra seguridad. Al parecer, ya tenían preparada una expedición para salir a buscarnos en plena noche, por caminos, en la tormenta total, la de todas las noches en Uyuni. El que dirigía el comando de rescate, David, un hombre joven y atento (hermano de Alberto), nos pidió disculpas y nos llevó a cenar pizza que pagó, no sin antes recorrer varios restaurantes que ya habían cerrado. Volvimos al hotel y nos metimos en la cama, estábamos rotos por un apabullante cansancio…
COROLARIO: El día había terminado mucho mejor de lo que cabía esperar, dadas las circunstancias. El hecho de llegar sin mayor daño fue una suerte, ya que todo se había puesto en contra.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cuatro: Uyuni (Bolivia)
nueve de febrero, sábado
I
“A la manera de la armonía musical, las diferencias armonizadas producen complementariedades, completitudes, una especie de obra melodiosa. La suma de las dos entidades produce una tercera figura que decide el contenido, la forma y el desarrollo del viaje”. Michel Onfray
Me desperté a las tres de la mañana. Supongo que el trastorno de sueño casi diario tenía que ver con el soroche y la excitación con la que vivía todos los días. Todo lo que nos iba sucediendo y las posibilidades me tenían sumamente exaltado. También me preocupaba que me faltara película ya que, en los días sucesivos, tendría muchísimas opciones de toma; debía atemperar mi irrefrenable tendencia a pulsar y pulsar el disparador, sin sentido ni freno. Nos levantamos a las cuatro y media, desayunamos y, a las siete de la mañana, viajamos al aeropuerto en taxi. A las ocho volamos a Uyuni en un avión cargado de turistas orientales (japoneses y coreanos). Llegamos a las nueve a un pequeño aeropuerto. Nos recogió Alberto, un muchacho aparentemente amable, con un todo terreno Toyota. Llegamos a la destartalada población de Uyuni. Calles muy anchas, con un caserío de edificaciones como mucho de tres alturas. La calle principal, o al menos la que lo parecía, estaba repleta de coches grandes todo terreno que llevarían al par de centenas de turistas que nos movíamos por la calle hacía el Salar. Desayunamos (otra vez) y, una vez cargado el coche con todos lo necesario para pasar el día en el Salar, partimos en dirección al cementerio de trenes, primera parada…
COROLARIO: La luz era magnífica y más aún las expectativas. Uyuni nos causó una espléndida sensación. Era una pequeña ciudad acogedora en la que se sentía la exótica lejanía y la máxima proximidad. Allí, en ese apartado lugar, me sentía tan relajado como en cualquier entorno que pueda frecuentar cotidianamente, pero sabiendo que me encontraba al otro lado del mundo.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cuatro: Uyuni (Bolivia), nueve de febrero, sábado
VIII
“El viaje implica vivir entre extraños, con sus olores característicos y sus perfumes acres, y comer su comida, escuchar sus dramas y tolerar sus opiniones, a menudo sin una lengua común, y siempre en movimiento hacia otro destino incierto, creando un itinerario que no cesa de cambiar, durmiendo solo e improvisando el rumbo”. Paul Theroux
Ya casi de noche, con una abrumadora tormenta que ya descargaba agua violentamente, llegamos al hotel que nos habían reservado, llamado Búnker, o algo parecido. La entrada resultaba un tanto sombría. Alberto buscó al encargado. Vinieron ambos y lo primero que nos dijo el recepcionista, dueño o lo que fuera, mal encarado y con vestimenta muy descuidada, es que no tendríamos agua caliente pero que, si necesitábamos ducharnos, podríamos hacerlo en otra habitación…? Sospechamos, pero nos dijimos que tampoco era cuestión de ponernos estupendos. No era un viaje de lujo, ni mucho menos. Se trataba de una sola noche y esa se puede pasar en cualquier circunstancia. Nos inscribimos en una mesa desvencijada, sin apenas luz, en un cuaderno con casillas rotuladas. Mientras, el tipo, hundido en un viejo y sucio tresillo detrás de la mesa, observaba nuestra esforzada burocracia. Los mochileros pululaban como hormigas por todos lados, por todas partes. El tipo negruzco que nos había recibido subió nuestras dos maletas por una angosta y empinada escalera hasta el segundo piso. Ahí estaba nuestra suite: paredes con algunos desconchones, una moqueta con desgarrones, una cama hundida en el centro con un edredón sucio (al levantarlo pudimos comprobar la suciedad de las sábanas), muebles descoloridos y unas mesillas arrumbadas en los rincones, sin apliques claro. El cuarto de baño, con una ducha sin cabina (daba igual, no había agua caliente). El polvo y la suciedad lo impregnaban todo. La ventana estaba rota. Seguramente se trataba del peor hotel de nuestra vida. Fuera el diluvio universal. Teníamos que tomar una decisión…
COROLARIO: A pesar de la tolerancia y flexibilidad de Theroux, que entiendo y comparto, lo del hotel Búnker nos pilló a contrapié porque, además de no entrar en el marco de los hoteles contratados, todo resultaba groseramente desconsiderado. Bien es verdad que era la consecuencia de un cambio de plan (pactado con Carlos) para ajustar el itinerario a nuestras mejores opciones, como, por ejemplo, pasar un día entero en Uyuni.
PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cuatro: Uyuni (Bolivia)
nueve de febrero, sábado
III
Desde hace bastante tiempo, llevo soportando la precariedad o fragilidad del material con el que trabajo (Mamiya) ya que las cámaras fueron fabricadas hace treinta o cuarenta años y, a pesar de la calidad de la marca, los materiales están muy fatigados. Después de cincuenta o sesenta rollos expuestos, como mucho ochenta, alguna de las partes se rompe, se avería, dice basta. Cuando la previsión es exponer más de cincuenta rollos hay que llevar repuestos, especialmente de portanegativos.
En el cementerio, una desgracia mecánico-fotográfica más. Inesperada, como siempre son las adversidades. El respaldo donde se ubica la película en mi vieja cámara grande, con un rollo a medio exponer de arrojados orientales equilibristas, decidió que hasta allí había llegado y se descompuso absoluta y cruelmente, sin el menor atisbo de que pudiera volver a funcionar. Como el repuesto lo tenía en el coche, y estaba alejado, muy enfadado abrí el mecanismo por si había alguna posibilidad de reparación y claro, el rollo se veló, y con él algunas tomas que había realizado que me habían parecido graciosas y hasta sugestivas. Me tuve que conformar con la vieja cámara pequeña. Volvimos donde nos esperaba Alberto. Cambié de respaldo y continuamos viaje hacia la segunda escala del día: un mercadillo de artesanía que tenía que ver con la sal (supongo, porque no presté atención a ninguno de los puestos de venta). Multitud de coches todo terreno que se dirigían al salar estaban aparcados por doquier.
COROLARIO. El mercado se encontraba en un poblado semiabandonado de casas de adobe y calles de tierra con socavones y grandes charcos. Al parecer, casi todos los días llovía copiosamente.
DIARIO DE REVELADO (digital) TRECE, del siete de Septiembre de dos mil veinte (lunes)
“Para mí el trabajo es parte de la vida, no sé distinguir entre ambas cosas. El trabajo es una expresión de la vida». Orson Welles
Cada día trabajo varias horas para hacer ese fracaso más perfecto, mejor acabado. Sin dudosas fisuras. A fe mía que lo estoy consiguiendo, virtuosa y virtualmente. Aunque no se puede ser más inútil, llegaré más y más lejos, más de lo imaginable. Pero, para que ese empeño tenga visos de autenticidad, tiene que ser, necesariamente, siendo muy bueno en lo que me he empeñado. Cualquiera puede levantarse un día y estropear lo que esté haciendo (fracaso vía exprés) tirando su trabajo por la ventana o quemando sus papeles en caso de escribir, o, en mi caso, quemando los miles y miles de negativos, o directamente, tirándose uno mismo por la ventana. Pero así no vale, para ser un perfecto fracasado no hay que rendirse nunca. Lo que únicamente da visos de autenticidad a un fracaso es que se haya intentado furiosamente tener éxito; procurar hacer las cosas todo lo bien que uno sea capaz y a conciencia, sin escatimar esfuerzos y recursos (yo creo haberlo hecho así siempre). Me pregunto: ¿hasta dónde puede llegar la inepcia de alguien? Hasta el infinito, hasta lo impensable, me parece, y yo me considero un vivo ejemplo, sin apelativos (solo me falta fracasar en fracasar, pero podría ser). Por eso no me rindo, todavía puedo ir mucho más lejos, más rápido, más alto. Después de cuarenta años esculpiendo una aparatosa “obra” fallida en soportes analógicos y monocromáticos, me he lanzado a completarla en soporte digital y tecnicolor, para así redondear y completar el propósito sin fisuras, sin puntos muertos o pertinentes interrogantes. Que formalmente no falte nada, por Dios…