Los peligros de la velocidad en negras motos locas…o la primavera que no floreció…
Nunca me han atraído las motos, es más, no sé montar en moto, salvo de «paquete» pero me da muchísimo miedo, siento un vértigo insoportable cuando toman las curvas; siempre pienso que las ruedas resbalaran, la moto se caerá y yo no podré contarlo porque me mataré en la caída. Lo cierto es que esas sensaciones son un recuerdo remoto porque hace décadas que no me subo a ese inestable artilugio. Lo del sidecar es otra cosa, es un punto de apoyo, un tercer elemento que refuerza el difícil equilibrio de dos (sólo me refiero a ruedas). El hecho de que hubiera una moto en una iglesia y además con sidecar, me pareció sumamente divertido. Ambas eran viejas y decrépitas, luego la composición resultaba más interesante todavía; aunque quizá me hubiera gustado más fotografiar una de carreras, o quizá mejor una flamante Harley en el altar mayor de una catedral. En fin, la realidad a veces no se comporta como debiera; aunque el espíritu del motorista, con gabardina blanca al lado de la moto, es difícilmente superable.
Decía anteayer que la razón de esa fotografía sería largo de contar; pero eso siempre depende de lo pesado que quiera ponerme. Odio la pesadez, quizá porque siempre coqueteo o me peleo con ella (en este tríptico, quizá, me estoy poniendo pesado sin darme cuenta). Me distraigo y no centro lo que quiero contar: el por qué aparecieron estas fotografías delante de mi cámara en aquella iglesia rota. Los fotógrafos como yo somos beneficiarios o víctimas del azar, casi nunca componemos lo que mostramos en nuestras fotografías, sino que tomamos lo que aparece delante de nosotros (aunque, a veces, yo sí compongo). Bien, a lo que iba, esos objetos chocantes allí tenían su razón de ser en que un amigo de hace más de veinte años (todavía lo es, aunque ya no nos vemos), inexplicablemente, decidió promover y organizar una fiesta de homenaje a la llegada del solsticio de primavera en una ciudad de espíritu invernal. Resultó una experiencia olvidable aunque yo conseguí las fotografías de los últimos días, y otra más que a lo mejor coloco mañana como epílogo para ver si así consigo terminar de contar el asunto.
En el año mil novecientos ochenta, fotografiaba con el interés del «misterio» siempre presente (después también). Ahora no, al menos conscientemente; algo cambia con el tiempo, supongo; sobre todo porque te cansas antes de los propósitos (y de lo demás). Esta fotografía me ha gustado mucho siempre: sus sombras duras sugieren una historia terrible. No sé quién fue la cautiva; por eso, precisamente por eso, es por lo que la fotografía me salió así y por lo que, además, me encanta. Si algún día, sin querer, me encuentro con la historia de esa cautiva, procuraré evitarla; para que me siga gustando la fotografía.
El Anticuario
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
Cristianismo: hay parejas jóvenes decididas a contribuir a la perpetuación de la especie reproduciéndose, que dicen querer educar a sus hijos en el marco de los dogmas y principios religiosos católicos. Al parecer, tienen la opinión de que esas normas darán solidez y estructura moral a la educación que planean darles. Más bien parece que les servirá a ellos de orientación y desahogo. Una forma más de justificar la pereza moral e intelectual. Siempre que oigo algo así no lo entiendo, y como no suelo polemizar, asiento indulgentemente con un ligero movimiento de cabeza y nada más (como si estuviera de acuerdo), porque a mí me importa una mierda cómo eduquen a sus hijos los demás, por mí como si les inician en la antropofagia. El cristianismo, como modelo de conducta, me parece un tostón, y no sólo eso sino que creo que apela a demasiadas normas y rígidas prohibiciones. Siempre muestran a sus Cristos, máxima figura icónica de su asunto espiritual, dolientes y siniestros en la penumbra de templos y sacristías. Por algo será. Sus fiestas siempre resultan tristonas, sombrías y horrorosamente aburridas. Y algo aún mucho peor; si has caído en una familia perezosa que te entrega sin pudor a sus agentes e insustanciales adoctrinadores, estos te inoculan impunemente el sentimiento de culpa que ya no te abandona nunca. Maldita la gracia que tiene ésta y todas las religiones que en el mundo son. Y ahora Ambrose Bierce: «CRISTIANO: Quien cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina, conveniente para las necesidades espirituales de su vecino. Persona que sigue las enseñanzas de Cristo mientras no sean incompatibles con una vida pecadora»
DIGRESIÓN SEIS: Lazzaro felice (Lázaro Feliz). Italia (2018). Guion y dirección: Alice Rohrwacher. Intérpretes: Adriano Tardiolo, Alba Rohrwacher, Agnese Graziani, Luca Chikovani, Sergi López, Natalino Balasso, Tommaso Ragno. Alice Rohrwacher combina con mucho talento una realidad social, la de los aparceros agrícolas explotados inclementemente por una marquesa medieval, con la historia mágica de Lazzaro. Sorprendente y original historia. Los personajes que habitan en La Inviolata, finca donde ejerce su despótico poder la trasnochada y esperpéntica aristócrata, son seres que han vivido toda su vida en una especie de paréntesis en el tiempo, en una burbuja, sin contacto con el mundo real y sin que ese mundo les pueda afectar. Están secuestrados, aunque parecen contentos. Pero no, no es una arcadia feliz sino un lugar donde se malvive por el férreo control que la odiosa marquesa ejerce desde la torre de su castillo encantado, que soporta una decadencia galopante. El mobiliario y la propia mansión se agrietan y se llenan de telarañas progresivamente. Entonces, un golpe de encantamiento hace que la historia dé un salto de varias décadas en el tiempo: los aparceros se dispersan y se pierden, la marquesa desaparece, pero Lazzaro vuelve milagrosamente, quizá gracias a su inagotable bondad, con el mismo aspecto de veinte años atrás. Lírico, poético y misterioso juego con el paso del tiempo. Lo inverosímil y milagroso se hace creíble, y sugestivo, y evocador, y maravilloso, gracias a un hilo narrativo y unas interpretaciones sobresalientes, especialmente la prometedora de Adriano Tardiolo. La cámara ofrece vibrantes e intimistas aproximaciones a los rostros, manos y gestos de los personajes. Todo acaba como inevitablemente tiene que acabar cualquier historia lúcida y penetrante: deja patentemente claro que la generosidad, la comprensión del otro, la solidaridad, la sensibilidad, además de otros valores positivos y amables, no son frecuentes en la naturaleza humana. Sin embargo, Lazzaro sí encarna todos los inimaginables valores humanos y quizá por eso es feliz, o al menos así nos lo sugiere su creadora. La puesta en escena magnífica, tanto en las localizaciones de los paisajes y la mansión de La Inviolata, como en las de la ciudad actual. Inquietante y bellísima película, tan esperanzadora como desalentadora.