Perspectivas hacia ninguna parte…
DIGRESIÓN VEINTICUATRO. Smultronstället (Fresas salvajes) Suecia (1957). Guion y dirección: Ingmar Bergman. Intérpretes: Victor Sjöström, Bibi Anderson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Folke Sundquist. Película de culto. Y un poco surrealista, el paseo por el sueño del profesor Borg: él mismo avanza titubeante y asustado por una calle de una ciudad desierta; un reloj sin manecillas; un coche mortuorio tirado por caballos se atasca en una farola, pierde una rueda y cae el ataúd donde yace el propio protagonista. Puro Buñuel. También es una road movie premonitoria de la vejez, la memoria y la muerte. Tiene momentos sencillamente memorables, bellísimos, inquietantes y existencialmente muy hondos. Nostálgicos. Como introducción, el profesor Borg, un hombre viejo, elabora una breve recapitulación de cómo ha sido su vida: se instaló, hace muchísimo tiempo, en una lúcida, laboriosa, irrenunciable y confortable misantropía. Durante el monólogo, a su lado, una hermosísima perra descansa y espera. Cuando el viejo Borg la insta a que le siga, lo hace ligeramente encogida, toda una metáfora de quién ha sido el viejo Borg para quienes le han rodeado. Su nuera (magnífica y guapísima Thulin), en el viaje que emprenden juntos por carretera, le espeta que es una persona fría, egoísta e inflexible que solo se ha ocupado de sí mismo. La diferencia entre el racional y civilizado norte (ellos) y el salvaje sur, inculto y visceral (nosotros), es que ellos pueden hacerse las más descarnadas y aparentemente agresivas confesiones con una sonrisa, sin estridencias ni infantiles suspicacias. Se asumen con sus sentimientos, necesidades e instintos como algo connatural al hecho de vivir. Los prefiero a ellos, sin duda. La aparición del hijo del profesor, al final, es catártica y reveladora de una actitud existencial muy parecida a la de su padre, pero más contundente, si cabe. Impresionante en todos los momentos que está en pantalla. Esta maravillosa película aguantaría un ensayo sobre la necesidad de amor y su contradictorio rechazo. Cuando la muerte está llamando a la puerta solo se vive en la memoria, ineludiblemente. Eso es lo que le pasa al viejo profesor. El guion, formalmente, avanza coherente y sólido al servicio de una reflexión capital sobre sus dolientes recuerdos. En la última noche pretende humanizarse, pero ya no es posible. Solo me han sobrado algunos momentos singularmente estúpidos con los alocados jovencitos (aunque no sé si Bergman los utiliza como contrapunto metafórico, que no necesita). De cualquier modo, soberbia de principio a fin.
PS: en cuanto a la fotografía, he dudado entre el interior de un coche de la época (por lo de road movie), un reloj en una habitación con un hombre solo, o éste, con manecillas, pero que parece marcar el comienzo, o tal vez el final de algo, lo que también tiene que ver con el simbolismo de la historia.
Este Balneario fue una de las paradas hasta llegar a Morella, a la que parecía que no se llegaba nunca.