Mohosos y carcomidos santos, como lo que representan…
Dios: no sé, sólo me servía para maldecir cuando me enfadaba. Religión: nunca me interesó. Los curas: me gustaba hacer bromas gruesas sobre ellos; existían, estaban, los reconocía y no los cuestionaba. El cielo, las misas, los sermones y todas esas cosas, yo nunca pensaba en ellas. Para mí sólo eran los curas.
Dice Fontcuberta en el libro al que vengo haciendo referencia estos últimos días: «En lo histórico, la interpretación de esas imágenes demuestra cómo la fotografía ya nació con un doble faceta notarial y especulativa, de registro y de ficción.» Para ilustrar esta reflexión introduce una referencia histórica de uno de los precursores de la fotografía, concretamente de Bayard, inventor de un sistema que permitía positivos directos sobre papel. Se trata de un texto que acompañaba a una fotografía de él mismo como ahogado. O al revés. Autorretrato como ahogado: «Este cadáver que ven ustedes es el del señor Bayard, inventor del procedimiento que acaban ustedes de presenciar, o cuyos maravillosos resultados pronto presenciarán. Según mis conocimientos, este ingenioso e infatigable investigador ha trabajado durante unos tres años para perfeccionar su invención. La Academia, el rey, y todos aquellos que han visto sus imágenes, que él mismo consideraba imperfectas, las han admirado como ustedes lo hacen en este momento. Esto ha supuesto un gran honor, pero no le ha rendido ni un céntimo. El gobierno, que dio demasiado al señor Daguerre, declaró que nada podía hacer por el señor Bayard y el desdichado decidió ahogarse. Hippolyte Bayard. (18 de octubre de 1840). Traigo a colación esta anotación histórica por dos razones: una porque me encanta, y otra porque, sin conocerla hasta el otro día, resulta que es exactamente (más o menos), lo que hago en este diario. Lo cual significa que utilizo un recurso «creativo» tan viejo como la propia fotografía. Fontcuberta, también dice: «Consideradas hoy en perspectiva, estas conclusiones legitiman, pues, que se recurra responsablemente a la ficción documental para ilustrar los matices tantas veces inasibles de la vida»
Si en la iglesia arrumbada, además, han quedado santos de madera mutilados, la iconografía es completa. Me pregunto, cuantas personas se habrán postrado delante de este mártir (o lo que fuere), hasta que se le ha caído una mano y los dedos de la otra (quizá por lepra espiritual)?. Cuánto habrá tardado la carcoma en adueñarse de su alma inerte?
«Lo soy todo menos un escritor de libros. Mi tarea consiste en dar forma a mi vida. Es mi único oficio, mi única vocación.» Michel de Montaigne. En mi caso, siento lo mismo: no solo no soy escritor (aunque reconozco que siento debilidad por ellos), sino tampoco fotógrafo (lo que se entiende como especialista de esa materia). La fotografía es para mí únicamente un soporte donde puedo depositar mis observaciones de lo que me rodea y que percibo o intuyo son un reflejo de lo que siento. Mis fotografías son mis claroscuros. El que sean artísticas o no me trae sin cuidado; es más, prefiero que no sean sospechosas de serlo, porque no están realizadas con esa intención. Más aún, la intencionalidad artístico-fotográfica, a estas alturas, después del afortunado o desgraciado advenimiento del photoshop, me parece una soberana tontería. Quizá fuera conveniente redefinir conceptos: dejar como fotografía lo que fue y a lo nuevo llamarlo de otra forma, porque ya no es la luz lo definitorio sino el ratón: se podría denominar «ratóngrafía» (los artífices serían ratóngráfos), con dos acentos, además, para que sea más artística.