"Opino que todo lo que uno hace es correcto, y rechazo luchar por una u otra opinión, y su contraria". Marcel Duchamp
ESPERO ESTAR HOY EN LISBOA, por la noche. Mañana no sé qué haremos allí. Con seguridad caminar por la ciudad, siempre lo hacemos, nada más llegar. Es una ciudad en la que me encanta caminar, callejear por las estrechas calles de la Alfama, siempre con la sensación de que a medida que asciendes, en cualquier esquina, el paisaje se abrirá luminosamente hacia el Tejo. También por el barrio alto. En Lisboa se sube y se baja, en todo momento; caminar tiene una significación de alto y bajo, de luz y sombra, de silencio y murmullo, de alegre vitalidad y callada melancolía. En Lisboa siempre me siento bien. Mi estado de ánimo se acopla a esa ciudad suave y armoniosamente. De no haber sido español (me gusta ser español, a pesar de que me enfaden mucho las cosas que hacemos los españoles), me habría encantado ser portugués y portugués de Lisboa. Y quizá contemporáneo de Fernando Pessoa, más que de Lobo Antunes. Probablemente, mi estado de ánimo tiene más que ver con la saudade que con el sentido trágico unamuniano, o con el dramático ascetismo de la meseta. No sé, quizá los enigmas del ser cultural están más allá de donde yo puedo llegar. Lo que sí sé es que disfrutaré mucho de un bacalao a bras, acompañado de vinho verde, a ser posible al sol.
DIARIO DE REVELADO (New Age)
TREINTA Y UNO, del nueve de junio de dos mil veintiuno (miércoles).
…Lo malo o lo bueno de la vida de un ser humano, es que solemos quedarnos atrapados en las primeras vivencias o iluminaciones, algo así como el primer amor, que es indeleble (aunque a mí no me haya pasado con el amor, creo que sí con la fotografía). Más tarde, con el correr de los años, tan solo añadimos matices al flechazo inicial pero, básicamente, no cambiamos gran cosa.
El presente y el mundo sigue y sigue y se aleja cruelmente de nosotros. Llega un momento en el que nuestro corazón solo late en el pasado.
Yo, ahora, con la New Age, he intentado engañar al tiempo y a mí mismo. Pero este titánico empeño me está llenando de una cierta amargura porque sospecho que no puedo ser diferente ahora ya que al principio de todo fui otro, auténtico e indeleble (solo para iniciados). La alternativa sabia y sensata es parar pero sería como dejar de respirar y eso no puedo hacerlo.
Salvo los genios, todos los demás seremos desoladora y dramática sustancia evanescente.
Ahora sé que solo me podría salvar (reforzar el autoengaño) escribir y no tanto fotografiar, o al menos ambas cosas juntas, pero nunca solo una.
También pienso, después de tanto tiempo, que casi todos los fotógrafos con propósitos, o suman otro lenguaje a lo que hacen o caerán en la intranscendencia; pero eso ya no es asunto mío.
Ya veremos (o no) cómo acaba todo, aunque está bastante claro cómo será.
La Fotografía: Este tipo de imágenes son las que pergeñaba en mis inicios fotográficos, casi siempre ideadas automáticamente, sin mensaje literario, pero siempre con un velo de desaliento que era consustancial a mi modo de entender la fotografía y la vida. Ahora, cuarenta años después, las fotografías más propias, auténticas y apreciadas por mí, me siguen saliendo igual. Es la herida de las primeras vivencias, que perviven y marcan para siempre.
Entraron en el año enfocados y vigilados. Desde siempre habían encarnado la diferencia, sospechosa de trastocar la circulación ordenada de los cuerpos, tan sólida como una costumbre. Luego, hacia la mitad del año y en un alarde del sentido de la equidad, se determinó oficialmente colocarlos con los ya desenfocados por la «normalidad». Acabamos el año y esto es una fiesta, viva el desenfoque.