"Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes". Rafael Sánchez Ferlosio
jueves: llegó el momento de marcharnos hacía Lisboa. De camino, paramos en Coimbra. No sé qué pensar de esa ciudad. No la conozco mucho y nunca sé muy bien qué hacer en ella, salvo la obligada y sufrida ascensión hasta la parte más alta: la ciudad universitaria, monumental y magnífica. Luego, sólo queda bajar y una pregunta: he subido, he bajado ¿…y…? En fin, no sé, quizá ya estábamos pensando en Lisboa.
Lunes: dieciocho de Agosto. Comienza el día bajo los efectos de Fay: lluvia y viento furiosos, poca luz y previsiones alarmantes. Por la mañana dimos vueltas por las dos o tres avenidas de Miami Beach en el coche, entre una cortina de agua espesa y agobiante. Fuimos de compras y, al salir de un comercio, una rama de una palmera que se desprendió, estuvo a punto de acabar con nosotros. Nos quedamos paralizados mirando fija y alternativamente a la rama y a la palmera, diciéndonos que sí, que podía habernos machacado. Comimos en el café de los artistas (por si se nos pegaba algo). Por la tarde dimos un paseo y fotografiamos en la playa en un momento en que Fay amainó. Cenamos en una Hostería italiana cara y tomamos una copa en un bar de billares en el que sólo había tipos malencarados, así que, como faltaba la mitad de la humanidad, precisamente la que más me gusta, propuse irnos a dormir. La noche no prometía nada bueno y la lluvia y el viento asustaban.
El primer día lo pasamos juntos deambulando por la ciudad (todavía nos soportábamos todo el tiempo). Nos apetecía «ligar» y «divertirnos», siempre queríamos hacerlo, pero no era fácil (hay personas que tienen una firme determinación de ser o hacer algo, pero carecen de las habilidades para lograrlo). De hecho el primer día no nos tropezamos ni con chicas ni con situaciones propicias, así que el tiempo fue transcurriendo lentamente, sin sobresaltos y con algo de aburrimiento. Creo recordar. Por la noche copas en el Barrio Alto y nada de nada.
L. Mantengo un entrañable y cariñoso recuerdo de mi amigo L. A pesar de que aparentemente teníamos afinidades, probablemente fueran menos de las que podrían parecer. Recorrimos muchos bares, a lo largo de muchos años, días y horas, muchas horas, los dos, hablando y hablando porque nuestros silencios nos pesaban. Nos gustaba estar juntos y sabíamos perfectamente lo que obteníamos mutuamente en nuestras interminables horas de café y copas. Nos complementábamos. Hace dos años que no nos vemos y algunos más que no nos tratamos. Con toda probabilidad no volveremos a hacerlo, aunque sí nos veremos alguna vez. También me gustaría mucho que le vaya muy bien en su vida.
Aunque hoy, mirando el calendario, parezca dieciséis de enero, viernes (el mejor día de la semana, está repleto de promesas), para mí, en este justo momento en el que escribo estas líneas (sin inspiración) es tres de enero, sábado, y son las ocho horas veinte minutos. Todavía no ha amanecido del todo. El hecho de que esté escribiendo un sábado, tan temprano, es porque la noche de ayer viernes, acabó casi sin haber empezado: por imperativo categórico no pudimos perdernos por ahí, en la noche del viernes, como siempre hacemos. Esperemos que hoy, sábado, el dichoso e inesperado imponderable nos deje en paz y recuperemos la noche perdida de ayer. Este sillón, en el jardín de la Fundación Serralves, en Oporto, también resultó un imponderable ineludible, pero esta vez gozoso y soleado.
Llevo varios días oyendo el enfado de los «progres». Me pregunto qué significa esa curiosa palabra (progresista), asociada a gentes también llamadas de «izquierda», que política e históricamente han sido los seres más reaccionarios y salvajemente represores de actos y pensamientos libres. Además de asquerosamente moralistas y puritanos. Bien, estos están enfadados porque han ejecutado a Bin Laden. Llevo años y años disfrutando de historias literarias, y sobre todo cinematográficas, en las que el leitmotiv es la venganza. Como diría Wilde, «la vida imita al arte» y mi propio leitmotiv es el arte, y también pasármelo bien con el máximo nivel de «irresponsabilidad» social del que soy capaz. Si pensara en mí o en los míos ante la trágica decisión de tener que lanzarnos al vacío abismal desde un edificio en llamas, no pestañearía ni un instante en descerrajar un tiro en la cabeza, o en cualquier otra parte de su inmundo cuerpo, al monstruo que perpetró semejante atrocidad. Afortunadamente, de esa responsabilidad, y necesidad «social» y «artística» que hago mía, me han liberado los «buenos». Cinco cosas más: una, los «progres» de los que hablaba antes son intelectual y éticamente incoherentes e insufribles (aparte de unos memos hipócritas); dos, lo «políticamente correcto» me parece el más eficaz vomitivo que existe; tres, la magnífica y sobrecogedora película coreana, Sympathy For Lady Vengeance (2005), de Park Chan-wok, que vi el otro día, habla exactamente de lo mismo que acabo de decir, o de la condición humana (no tengo nada que objetar a lo que sucede en esa terrible historia); cuatro, otra película, Sin perdón, me parece excelente y Clint Eastwood un gran artista; cinco, este texto es una digresión socio política (aunque también artística), completamente ajena a la temática de este diario, y que procuraré no repetir nunca más. Dicho queda.