"…la profundidad de las cosas que pasa por alto el hábito superficial de ver". Don DeLillo
DIGRESIÓN CUATRO. Unorthodox. Alemania (2020). Serie TV: 4 capítulos (duración 50 minutos). Guion: Deborah Feldman, Daniel Hendler, Alexa Karolinski, Anna Thomson, Eli Rosen (Memorias; Deborah Feldman). Dirección: Alexa Karolinski, Anna Winger, Maria Schader. Intérpretes: Shira Haas, Jeff Wilbusch, Amit Rahav, Aaron Altaras, Tamar Amit-Joseph, Ronit Asheri, Dina Doron, Aziz Dyab, David Mandelbaum, Delia Mayer, Felix Mayr.
Tengo debilidad por las temáticas cinematográficas que tienen que ver con los extremismos religiosos, sean musulmanes o judíos. Sí, ese gusto, un tanto masoquista, me temo que tiene que ver con la pereza mental, es decir, un simplista y facilón maniqueísmo: con el extremismo religioso de judíos y moros no tengo que pensar ni un solo segundo quiénes son los buenos y los malos. Enseguida me coloco en el bando de los buenos y me dejo llevar. No pienso ni tengo ningún problema de conciencia. La última serie vista, de una tacada, está basada en la experiencia de Deborah Feldman, mujer joven judía perteneciente a la comunidad ultraortodoxa Hasidic Satmar, de origen húngaro y radicada en Williamsburg, Nueva York, desde la represión nazi. Después de casada, con diecinueve años, huye a Berlín para alejarse de la asfixiante opresión de las costumbres y valores de la secta. Uno de los aspectos más llamativos y espectaculares de la serie es la puesta en escena y representación de la vida familiar y social del colectivo: las ceremonias (boda), los bailes, los rezos, el vestuario, sobre todo de los hombres, y las reuniones en torno a la mesa en comidas celebratorias. Naturalmente, el orden social en ese entorno tan ancestralmente estructurado es patriarcal. Rígido. Inflexible. Ellos, afortunados, han encontrado su verdad y ya solo les queda seguirla a costa de lo que sea o quién sea. Los ateos nos parecemos, también tenemos nuestra verdad, pero la diferencia radica en que no se la imponemos a nadie. No me cabe ninguna duda de que somos mejores personas. La joven protagonista escapa de la cárcel donde está confinada dado que, por el hecho de ser mujer, nada tiene permitido, salvo ser esposa, ama de casa y madre. Huye a Berlín y allí comienza una lucha por la supervivencia en un lugar y una cultura completamente desconocidos para ella. Es emocionante seguirla en la valiente superación de las dificultades. Mientras, el marido y un primo matón la persiguen hasta Berlín. Hay algunos momentos de una arrasadora emoción, como la interpretación de una canción judía, por parte de la protagonista, para conseguir una beca en un conservatorio. La planificación de la narración, con un perfecto juego de oportunos y bien medidos flashback, hace que puedas seguir la huida y circunstancias que la motivan omnicomprensivamente, además de entregarte emocionalmente a todo lo que decide y hace esta mujer. Sería largo, mucho, particularizar y analizar el sinsentido de los mandamientos y rituales ultraortodoxos judíos en el mundo actual. Ellos saben, perfectamente, que el único modo de mantener su identidad y la permanencia de sus “tranquilizadoras” leyes es la estricta obligatoriedad de su cumplimiento. Probablemente es la única razón sensible de su cohesión como cultura y grupo humano. Y claro, en eso son inflexibles porque está en juego la subsistencia de valores que para ellos son imprescindibles. Perfectamente concebida en cuanto a producción, guion, interpretación y dirección. Más que estimable.
Me atraen fatalmente espacios como éste. No sé por qué. Quizá por que contienen todo el vacío de los días sin sombra y de las noches sin luz
Cuatro de Junio II: después de fotografiar a Maximiliano, al que le han adjudicado el papel de Pedro IV, que cumple a la perfección, impasible y elegante como lo fue en su corta vida (ambos, Maximiliano y Pedro, murieron jóvenes, en la treintena, y los dos fueron hombres distinguidos, bienintencionados, pero con muy mala suerte), nos dirigimos con lentitud hacia el Castillo. Las cuestas hasta llegar a la fortaleza son cada año más empinadas. Pronto se convertirán en precipicios vertiginosos que nos harán mutar de animosos e incansables caminantes, a descansados viajeros en tranvía. Llegamos a la puerta del Castillo, miramos hacia el interior y a nuestro alrededor, donde se movían hiperactivos numerosos grupos de turistas y, abrumados por lo que sin duda resultaría predecible, decidimos volver sobre nuestros pasos, aunque por otras calles. Como siempre, desde el Castillo, bajamos a la zona de los miradores (siempre hacemos lo mismo,) y allí fotografiamos un poco, también como siempre. La panorámica del Tajo, desde la ciudad, siempre resulta fascinante y esta vez la imagen de familiares y domésticos tresillos mirando al río, me llamó la atención. No nos decidimos a bajar e instalarnos en uno de ellos a tomar cerveza fría. Habría estado bien, seguro…
Esta pareja se encontraba a unos metros de las chicas de ayer y no me produjeron la misma curiosidad y estimulo que ellas. Quizá porque las parejas me sugieren la idea de historias completadas, de continuidad sabida y final previsible y lo que es peor, miran poco a su alrededor. También la impresión de que puedan estar carcomidos de aburrimiento, posibilidad que a mi también me aburre (las chicas de ayer también podrían ser pareja, pero exploraban con la mirada como si no lo fueran y eso me gustaba). Sin embargo, estos parecen divertirse; tal vez sean amantes que se han escapado a vivir una aventura inolvidable, dejando además a sus respectivos cónyuges cuidando niños latosos. O, quizá, se han conocido hace diez minutos y ya están encendidos de pasión y deseo. Pero no supe nada de sus circunstancias y tampoco sentí ninguna curiosidad por ellos; sólo ahora porque se colaron y «figuraron» (sin saberlo) en esta fotografía que me gusta.