"El sueño que no se alimenta de sueño desaparece". Antonio Porchia
…La primera vez que la vi,
seis años antes, fue en un bar.
Se besaba con su novio de entonces,
y yo, sólo, como solía estar,
mirando a ver con quien deseaba
y conseguía ligar.
Me gustaba ser dueño
completamente
de la decisión de hacía
dónde dirigirme.
Me llamó la atención y me dediqué
a observarla durante un buen rato.
No se dio cuenta, sólo tenía ojos
para su chico con el que parecía
encantada.
Tuve la intuición que era
una mujer que podía entrar
en mi vida para quedarse.
La reconocí como alguien
tan cercano
que podría estar ya dentro de mí.
Pero claro, no nos conocíamos.
Tenía dieciocho años
y los aparentaba:
-es lógico que esté con un
tipo bastante más joven que yo;
mi historia y mis necesidades
son otras-, me dije.
Me fui a pensar en otras chicas
y otras cosas.
Pero, siempre que nos veíamos
por la calle nos decíamos ¡hola!,
aunque nadie nos había presentado;
pensaba: -ahí va mi chica-,
y luego olvidaba:
no era el momento todavía,
Supongo.
Aunque eso no lo sabíamos.
El destino funcionaba sólo,
sin instrucciones.
Pasaron los años,
ambos tuvimos otras historias,
y todas acabaron antes o después.
Siempre acababan.
Todas…
Aquellos días fuimos hacia el agua y la luz. Para olvidar. Tenía que superar un estúpido fracaso que tuve en esa época. En una isla, en el Mediterráneo, contigo, resultó tremendamente fácil.
Venecia: creo que te gusta esta fotografía. A mi, además de la fotografía, me gustas mucho tú y el viaje que estábamos realizando. Viajando es cuando conseguimos nuestros mejores momentos. Caminamos sin rumbo, los iconos turísticos y monumentales nos dan igual, hacemos otras cosas y seguimos otros ritmos: caminamos incansablemente, nos paramos, observamos, fotografiamos, dejamos que el tiempo pase y que los hados fotográficos se manifiesten y nos reímos, sobre todo nos reímos; es así de sencillo. Nos mezclamos y dormimos entre sábanas alquiladas y al día siguiente todo lo que empieza es nuevo y excitante. En el gesto que muestras empieza a vislumbrarse una nueva época para ti. Es una fotografía premonitoria que además resultó infalible.
Vertiginosos, los Años.
Contemplando tu belleza y mi deseo
acepto la vida.
José María Alvarez
hoy, casi sin darse cuenta, cumple un año más,
Ella
hace veintitrés días también cumplimos otro más,
Juntos
qué velocidad llevan nuestras vidas…ayer ya hace más de
Dieciocho
y ya son muchos, muchos, y cortos, cortos, y rápidos, rápidos,
Fugaces
qué fragilidad tienen nuestros cuerpos. Que belleza tiene el
Tuyo
y nuestros años, y tus años, y los que te quedan: tantos y tan
Veloces
los años que han pasado son canallas, traidores y ya no los
Viviremos
qué lástima y que alegría que los que vengan,
sean tan pocos, tan veloces, tan intensos y tan
Vertiginosos
Octubre. Sólo hace diez días, me dije: -el diario del uno de Octubre de dos mil nueve, no existirá nunca-. Se lo hice saber a Naty, que me amenazó severamente. Creo que es la única persona en el mundo que verdaderamente piensa que esta reiterativa historia que no acaba nunca tiene algún sentido. Después de ella, también lo pienso yo (escépticamente), pero por razones distintas a las suyas. Sólo hay un problema: hoy no tengo nada que contar y mañana tampoco. Podría ir un poco más allá y adentrarme en capas de mi vida o de mis impresiones sobre el mundo más propias, íntimas y quizá inconfesables; pero no me da la gana. Este solipsista juego con el vacío no lo merece; o al menos todavía no lo considero necesario. Seguiré jugando conmigo mismo y perdiendo (o dejándome ganar). Por ahora, la única razón para que los días vayan sucediéndose aquí, acompañados de una fotografía, es que no puedo permitirme (todavía) que el reloj y el calendario se paren. Sé, y probablemente Naty sospeche, aunque no lo reconozca, que este diario es el testimonio y prueba irrefutable de una ominosa y enfermiza impotencia.
…Por fin llegó la noche
del doce de Mayo del noventa.
Según me contó después,
no pensaba salir,
pero su amiga casi
la arrastró a la calle,
a aquella discoteca,
a la que yo también
había ido con mi amigo;
y si no hubiera estado con él,
habría ido sólo, porque,
un sábado por la noche,
no me quedaba en mi casa
por nada del mundo.
Le tocaba jugar al destino, harto
ya de nuestro distantes
y tímidos saludos
y de no recibir instrucciones.
Ella, se acercó a pedir fuego.
Comenzamos a hablar
y no lo pudimos dejar
en toda la noche,
hasta que se hizo de día.
Dormimos un poco por la mañana,
por la tarde nos volvimos a ver.
Había un pequeño contratiempo,
apenas sin importancia:
en ese momento ella tenía novio,
con el que compartía un negocio.
Me dijo: no es problema,
lo soluciono enseguida.
Así fue.
A partir de esa noche, diecinueve años
sin separarnos.
Las dos fotografías anteriores,
se las hice en Lisboa, unos días después.
Enseguida nos apresuramos
a irnos de viaje, necesitábamos satisfacer
la avidez que teníamos
de estar juntos todo el tiempo.
Habíamos tardado en vivir
lo que intuíamos que ocurriría
desde mucho tiempo antes,
pero que no debía llegar
hasta el preciso
momento en que lo hizo.
Cuando el destino quiso.
Ahora, me sigue haciendo feliz
estar con ella noches enteras
de fin de semana, por ahí,
compartiendo lo que vemos
y lo que no. También todas las demás.
Hoy también celebramos algo,
pero sólo diré que tiene que ver con ella
y el siempre insatisfecho paso del tiempo.