"... ya lo decía Beckett que ser no es otra cosa que ser percibido". Enrique Vila Matas
EL PESO DEL MUNDO. Representación -FOTO-LITERARIA-
Ficha técnica:
Textos: selección extraída de la obra: -El peso del mundo- (1979). Siete citas y una imagen por día (hombres y mujeres en rigurosa alternancia).
Fotografías: pertenecientes al capítulo Retratos, y a la serie -El peso del mundo-; todas ellos realizadas en -La habitación de retratar–
Extensión: veintidós escenas y un epílogo.
Introducción y génesis de esta performance virtual: días, 1, 2, 3 de Marzo, de este diario.
Aclaración: he recurrido a retratos para ilustrar los textos (o viceversa) porque ambos se entienden mejor juntos. La escritura de Handke es muy física e inmediata; da la impresión que escribe desde su lado más espontáneo y visceral. Las fotografías también son así, buscan la carnalidad de los fotografiados. No obstante, los textos no aluden a rasgos personales de los fotografiados (que yo sepa), y, además, nada más lejos de mi intención que establecer esa equívoca y quizá perversa relación. Aunque en algunos casos puede que sea así, pero eso no se sabrá nunca; salvo, quizá, los fotografiados (que ni siquiera lo verán, seguro). Serán secretos nunca desvelados. La confluencia de ambas expresiones sólo es un juego inherente al mero hecho de vivir en el mundo.
ESCENA III
-Miré al barrendero a la cara, y me di cuenta de que también él me contemplaba, nos saludamos por primera vez, sorprendidos, y a partir de ahora tendremos que hacerlo siempre-
-Decirle por teléfono a alguien que pretende algo de uno: «¡Déjame que lo piense durante unos días!», y no pensarlo ni un segundo-
-Un sentimiento de inferioridad al ver los rostros sin nostalgia-
-«¡voy a ponerme enfermo como no engendre pronto un pensamiento!»-
-La soledad le abrió los ojos: al pensar, al sentir, al sentirse-
-Me puse de mal humor porque no conseguía pensar-
-Hoy no he podido reconquistarme porque no llegué a perderme: una especie de pérdida también-
EL PESO DEL MUNDO. Representación -FOTO-LITERARIA-
Ficha técnica:
Textos: selección extraída de la obra: -El peso del mundo- (1979). Siete citas y una imagen por día (hombres y mujeres en rigurosa alternancia).
Fotografías: pertenecientes al capítulo Retratos, y a la serie -El peso del mundo-; todas ellos realizadas en -La habitación de retratar–
Extensión: veintidós escenas y un epílogo.
Introducción y génesis de esta performance virtual: días, 1, 2, 3 de Marzo, de este diario.
Aclaración: he recurrido a retratos para ilustrar los textos (o viceversa) porque ambos se entienden mejor juntos. La escritura de Handke es muy física e inmediata; da la impresión que escribe desde su lado más espontáneo y visceral. Las fotografías también son así, buscan la carnalidad de los fotografiados. No obstante, los textos no aluden a rasgos personales de los fotografiados (que yo sepa), y, además, nada más lejos de mi intención que establecer esa equívoca y quizá perversa relación. Aunque en algunos casos puede que sea así, pero eso no se sabrá nunca; salvo, quizá, los fotografiados (que ni siquiera lo verán, seguro). Serán secretos nunca desvelados. La confluencia de ambas expresiones sólo es un juego inherente al mero hecho de vivir en el mundo.
ESCENA VIII
-Para muchos «realidad» es sólo lo que no funciona-
-Mis sueños: los objetos se hacen patentes e imprecisos: más patentes en su imprecisión-
-Tengo que perder la costumbre de que me remuerda la conciencia cuando no siento nada-
-Respira con énfasis para poner de manifiesto que se aburre-
-La diversión: todos hablan sin esperar nada del otro; la alegría significaría abordarse, una mutua franqueza – en la simple diversión, todos aparecen poco comunicativos-
-Mirar el cielo, ver pasar las nubes y pensar: ¡No me suicidaré nunca!-
-Salvar del metro un sentimiento y llevármelo a casa-
AMIGOS SI, AMIGOS NO. Fue amiga mía. Ya no lo es sencillamente porque no nos vemos desde hace años, y no lo hacemos porque miramos al mundo desde sitios distintos y lo que divisamos, si es que lo hacemos, ya no es intercambiable entre nosotros. El resultado es que no hay ni motivos ni tiempo a compartir. Creo que nuestra antigua amistad está acabada para siempre. Así es la vida.
CARTA A MI HIJO.
Querido Gabriel: dentro de unos días cumples 30 años y creo que es un buen momento para escribirte. Decidiste irte lejos a construir tu futuro y formar tu propia familia y ese alejamiento nos aboca a vernos muy poco. El que nos veamos más o menos, entre nosotros, no es lo más esencial; el contacto frecuente y trivial puede crear una pátina grasienta, confusa y entorpecedora. Lo que debe importarnos es que el hilo que nos une no se rompa y sentir que en un alejado punto del planeta hay alguien con quien compartimos sangre y corazón; eso es lo único importante, además de resultar un inmenso consuelo ante la dureza de la vida. Ahora me apetece revivir algunos momentos de nuestro tiempo y que les pongamos imágenes (bueno, me permitirás que las fotografías las elija yo). Seguro que te evocarán sensaciones y experiencias distintas a las mías, pero eso, además de inevitable es bueno. Esta, por ejemplo, es la última que te he hecho. Como recordarás, fue en una mañana helada, muy temprano, en la orilla del lago Como (pero de EE.UU.). La noche anterior habíamos cenado bien y compartido copas y secretos familiares hasta altas horas con Jackie y Naty. Para mí fue magnífico.
LA VIDA INMEDIATA X. Sábado, cinco de noviembre. Hoy hemos repetido la experiencia: fiesta de cumpleaños de una mujer que cumple los mismos años que la del mes pasado. Amiga tanto de Naty como mía. La fiesta tenía otro aire, una cena a la que asistimos cuarenta y cuatro personas, todas de mediana edad, pero, aunque nos conocíamos todos, no teníamos demasiado que compartir, luego todo fue un tanto pesado. Interminable. Además no había gente que me gustara, salvo tres o cuatro. Estoy en un momento de mi vida en el que casi nadie me gusta, a lo mejor es que tampoco me gusto yo, o tal vez es al contrario, que me gusto demasiado. Las incertidumbres aumentan con el paso del tiempo, me parece. La clave para que me guste alguien o no radica en un par de cosas, y ambas muy sencillas y perfectamente entendibles porque supongo que son comunes a todo el mundo: a) que cuando el otro abra la boca, lo que diga me resuene en algún punto inespecífico de la consciencia, o dicho de otro modo, que me provoque el deseo de conversar y b) que su apariencia física no me desagrade, y demasiada gente no reúne esa condición. Cuando no se da alguna de esas circunstancias prefiero mantenerme alejado de la persona o personas en cuestión. El problema es que no suelo negociar esos condicionantes. No, apenas concedo margen a la tolerancia. No me queda tiempo. A fin de cuentas, mis simpatías solo puedo administrarlas yo, luego no me pesa ninguna culpa. Sobre la fiesta se cernía una gran tristeza que pesaba sobre todos nosotros. Esta mujer está herida (hablé de ella el mes pasado).