"¿La eternidad? Sin duda me encantará; uno entra en ella tumbado". Antoine de Rivarol
En este último viaje a la isla hemos estados dos días y medio y dos noches. De la noche no hay fotos, vivimos lo que podemos y luego nada, todo se confunde y se mezcla. No hay memoria de lo que pasa, todas las noches en movimiento tienden a confundirse unas con otras. El tiempo de la noche está constituido por lo epidérmico, lo inmediato; olvidable pero necesario. Estos individuos han vivido la noche, supongo; son las doce de la mañana y aún están inconscientes. Nosotros estamos algo mejor que ellos, porque siempre mantenemos el control y además nos acostamos un poco antes.
Al dormir en la calle, en parques, en el campo, en cualquier sitio, impremeditadamente, siempre he tenido la sensación que era tiempo ganado, placentero, como un pequeño e inocente juego en el que ganas secretamente.
Los veraneantes (o bañistas) han ido cumpliendo con el plan del día y comieron hace media hora. Se han tumbado al sol y duermen plácidamente. A estas alturas yo estoy tremendamente cansado de tanto placer efímero (de los demás) y me largo de la playa, de la enojosa orilla del mar en verano (o veraneo). Qué aburrimiento.
El pálido espíritu del nadador sobrevuela la playa de Caparica, en mayo de 1985.
ES HORA DE COMER, y lo hago mal. Para compensar, duermo la siesta en el césped y me despierto invadido de hormigas. Creo que es el momento de marcharme. Antes, me siento en un banco. Al rato llega un hombre mayor que se sienta a mi lado; lee un libro de más de quinientas páginas, forrado; maldita sea, me muero de curiosidad por saber el título y autor! Me habría encantado que se tratara de Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis. Pienso en ese libro porque lo leí con la misma avidez que el señor sentado a mi lado; casi furiosamente. Podría haberle preguntado, pero no lo hice. Me fui acordándome de Maqroll.
«Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses«. Summa de Maqroll el Gaviero, Alvaro Mutis