"Porque mi objetivo era el de hacerme invisible a la familia". Fleur Jaeegy
…Más importante que -Ciudades-, es –La habitación de retratar–, porque es ahí, en ese escenario pequeño e igual para todos, donde me las veo conmigo mismo y con los fotografiados. En la habitación no hay excusas, todo lo que tiene que ver con aspectos técnicos está bajo mi control, por lo que los errores en ese aspecto son sólo míos. Luego están los retratados, que siempre tienen algo que decir, sea quien sea, y en la traducción de lo que finalmente digan también tendré mucho que ver. De mí dependerá la elección de los fotografiados, la modulación de la sesión, la selección del encuadre que oculte o muestre parte de sus cuerpos, la tensión o relajación del momento, la intensidad y la dirección de sus miradas, y finalmente la elección de la imagen que sea más reveladora de su carácter, según mis impresiones. No creo que haya ninguna actividad fotográfica más importante que el retrato. No existe motivo más palpitante que personas mostrándose frente al objetivo, ni acción fotográfica más excitante que captar esa vibración vital. Si, además, en esa sesión están Gabriel, Jackie, Lucía Mae y Emma Louise, que hoy cumple su primer año de vida, todo alcanza un sentido perfecto. Desearía pasarme el resto de mi vida fotográfica haciendo retratos singulares, especiales, penetrantes e intensos, vibrantes, conmovedores. Conseguir la entrega absoluta del retratado a la cámara; una simbiosis perfecta entre los tres. El margen de crecimiento en este campo es infinito hasta llegar al inalcanzable retrato perfecto…
MI GENTE IMPORTANTE DE PRINCIPIOS DE LOS AÑOS OCHENTA.
Introducción. Haber llegado a mi edad actual me resulta sumamente interesante (si obvio que al levantarme por las mañanas siento una ligera atrofia en las articulaciones que tardo un rato, corto, en eliminar) y es porque me permite ir reinterpretando hechos y recuerdos, afectos y olvidos, que, sin las sucesivas revisiones, serían vivencias incompletas (como abandonar la sala antes de finalizar la película). Lo importante es vivir para recordar, contar y así poder urdir otras historias. Voy a hablar de unas pocas personas; nunca ha habido mucha gente a mi alrededor (no sé sí porque he interesado a pocos o porque han sido pocos los que me han interesado a mí), pero todos ellos fueron importantes (algunos todavía lo son). No incluyo a mi madre, sólo a personas vivas ahora. No me preocupa que haya errores de apreciación después de tantos años, debido a la oxidación u otras experiencias que hayan modificado el campo de visión (de hecho ahora necesito gafas). Las relaciones interpersonales están muy mediatizadas por el tiempo cronológico que estemos viviendo; en aquel momento eran muy importantes, ahora, sin embargo, están impregnadas de relatividad. Las relaciones antiguas hace tiempo que están aquejadas de fatiga y las nuevas tienen poca importancia, ya no es momento de comenzar nada y si ocurre nunca alcanzarán la textura y densidad que tuvieron aquellas, cuando todavía éramos exploradores. Es la ley inexorable del tiempo, del tiempo sobre la piel, las emociones, los deseos y las articulaciones al amanecer.
GRUPO FAMILIAR DE MERIENDA EN EL CAMPO: una tarde de Octubre, con una familia amiga que duró poco (como amiga), sólo 2 ó 3 años. Pudo ser porque llegó tarde, mis últimos amigos llegaron a mi vida antes o durante el 80 y estos son del 81. De arriba a abajo y de izquierda a derecha Carmen, mi mujer (de entonces); Tete (Donatella), italiana, ex bailarina y ama de casa; Manuel, escultor, actor y director de grupos de teatro amateur (creía en la importancia de la militancia cultural); Rosana, hija mayor de la familia amiga; Rostand, segundo hijo, chico fuerte y de carácter; Gabriel, mi hijo (único); Robín, el cuarto, vital y directo; Romeo, tercer hijo, algo tímido y sensible y un cocker, que no recuerdo como se llamaba. Yo me ocupaba de la cámara, luego no estoy en la imagen. A ellos hace más de quince años que no les veo. Ya serán otros y desconocidos, naturalmente.
DIGRESIÓN DOS: sábado doce de abril. Teatro, ya teníamos ganas. La obra era de Juan Mayorga, autor de interés y éxito. Muchos estrenos ya que merecen la máxima consideración. Esta vez, avalada por críticos: El arte de la entrevista. Todo parecía indicar que sería una obra en las que se mostraran veladuras, contradicciones y falacias. Los eternos escaparates de impostada felicidad familiar, plagados de trampas, mentiras y estereotipos. Teóricamente el planteamiento era algo así, con nada menos que tres generaciones de mujeres en juego y con muertos y vivos ausentes. Todo listo para el despojamiento y la verdad. Qué pasó en realidad? Algunas cosas y casi ninguna buena. Para empezar, el recurso del cruce de entrevistas entre los personajes, miembros de la familia, era forzado, facilón y trivial. Pero eso no fue lo peor, sino que el núcleo y claves de la gran mentira (todas las familias la tienen) no resultó convincente en ningún momento; y, peor todavía, careció de enjundia y palpitante complejidad dramática. Qué importancia puede tener algo tan banal como un supuesto, incierto y oculto enamoramiento en el pasado de una abuela con alzhéimer y que, claro, como no podía ser de otro modo, la familia escondía celosamente. Ninguno, creo. Pero no, no era solo ese el problema, sino que la obra no entra en combustión en ningún momento. En teatro, como en todo lo demás, lo más importante no es el «tema» sino cómo se sustancia el argumento, cómo se amalgama y la vida que sea capaz de irradiar. El estilo la forma y el alma. En la representación no hubo nervio ni sangre y las piezas se ensamblaron, si es que realmente lo hicieron, deslavazadamente. Merece punto y aparte Alicia Hermida (actriz que nunca me ha encantado, por cierto) que hace gala, a sus ochenta y dos años, de una capacidad y ganas asombrosas, conmovedoras. Lúcida e intensa, aunque algo enfática. Debe ser cosa de la edad: los viejos nos ponemos incesantemente enfáticos. Pero no, de ningún modo eso fue suficiente…
Estas historias son viejas y conocidas. La imagen viene de lejos, de una época en que las formas alternativas eran graciosas y nos las creíamos. Menos mal que la fotografía nos ayudaba a que la risa alborozada no nos desorientara, y si flaqueábamos, no era culpa de ella, fatídica y lúcida siempre.