"Toledo es complicada, polimorfa, hermética, recelosa y secreta…". Luis Racionero
…Hoy doy por finalizado el relato de mi estéril búsqueda de la «contemporaneidad» de mi ciudad mediante un sospechoso lenguaje fotográfico, o mejor dicho, mediante mi sospechosa manera de hacer fotografías. Bien es verdad que he fotografiado motivos en tiempo reciente, pero salvo por ese valor referencial, dudo que me haya aproximado a imágenes «significativas» de la misma. Solo he fotografiado lo que me fui encontrando, sin más. Por otro lado, se me ocurre que lo verdaderamente contemporáneo quizá solo sean los hitos a los que ha llegado la ciudad y han permanecido en el tiempo, como por ejemplo El Greco, o simplemente lo que permanece en nuestra memoria como significativo o bello, sea de ayer o de hace dos mil años. Mi búsqueda, por supuesto, no ha sido más afortunada que la de los «trece fotógrafos de prestigio internacional» (exprés), ni mucho menos. Bien es cierto que no me propuse ser un iluminado exégeta de la supuesta y rabiosa actualidad de la ciudad, por descreer de mi capacidad para hacerlo y porque nadie me contrató; así que solo me dejé llevar por lo que sucedía: –Momento Greco-, utilizando como hilo conductor mis impresiones y los vagos recuerdos de lo que vi vertiginosamente en la exposición: Toledo Contemporánea.
Según tengo entendido, uno de los grandes logros de la organización es impedir que el sol llegue a los motivos que pasean y casi lo consiguen, porque a veces, el sol, procura pasar entre los obstáculos, acariciando paredes y parándose en el suelo, entre polvo y tomillo; y eso es glorioso, sólo eso.
En algún momento de su historia fue gloriosa, pero eso ya no sirve, salvo para vender entradas. Su maquillaje está agrietado de tanto tiempo ya y toda ella huele a cuerpo viejo. No, no me excita en absoluto, no puedo desearla; sólo soportarla con fastidio. Cuando estoy dentro, me transmite su frigidez, su alma vacía y desapasionada; su aburrida neurastenia y su sordo murmullo de quiméricas glorias pasadas. Ella, «la innombrable» sólo es pasado, y es imposible vivir en el pasado sin haber muerto ya.
«…también los deseos fallecen y hay que enterrarlos…» Antonio Tabucchi
…El caso es que caminé y caminé, la mañana del diecisiete de diciembre, y vi esquinas desconocidas (me gustan las esquinas que rompen el plano y prometen otras cosas al otro lado). También peatones, a los que apenas miré porque no me gustaban. Ninguno (o sí), porque ahora me acuerdo de una mujer joven, rubia, atractiva, bien vestida y maquillada, que fumaba apoyada en el quicio de una puerta. La miré y no me miró (como casi siempre me ocurre). No había equívoco posible: era una funcionaria, a la puerta de un edificio administrativo, en el momento culpable del cigarro imprescindible. En otro tiempo, a mi me dejaban fumar sin parar en mi mesa de trabajo. Mucho mejor, sin duda. Más adelante, de pronto, me encontré con un nombre de un callejón del que tenía un vago recuerdo: callejón de las siete revueltas. –Que buen nombre– me dije. El corto tramo de callejón que se veía era de una fealdad sin remedio, no obstante me dispuse a comprobar lo que ya sospechaba: sólo tenía una revuelta en ángulo recto. Las seis restantes se las han ido comiendo desde el siglo XVI, y ya en el XIX, mucho más consecuentes, lo llamaron (transitoriamente) el callejón de la escarpia. El nombre primitivo y actual, es una falacia y además no había fotografía que hacer. Parece más ajustado el «de la escarpia» aunque menos literario, sin duda. Continué con mi deambular intranscendente…Esta fotografía, como todo el mundo sabe, no es del simple y engañoso callejón, sino de la calle Garcilaso de la Vega (como la de ayer), infinitamente más poética…
Los caracoles van, deshaciéndose en líquido,
subiendo lentamente por las escaleras transparentes.
Masao Shimono
…Después de bastante tiempo en un radio de cincuenta metros, avanzando y retrocediendo, subiendo y bajando una gastada escalera, encuadrando y reencuadrando, me quedé quieto. El diablo no acudía en mi ayuda y Masao y Harumi están muy lejos ya. Dice un historiador de las calles de la ciudad, que la calle del Diablo no está en el plano de uno de los pocos artistas que ha tenido la ciudad: El Greco. Como Masao Shimono, nació lejos de ella. No parece que este lugar sea propicio para el nacimiento de artistas. Me cansé de esperar algo, subí las escaleras, como el caracol de Masao; o quizá debiera haberlo hecho al modo de Julio Cortazar: ascendiendo lentamente hacia atrás y que las vistas a la altura de los ojos fueran cambiando. Pero no como en su relato, subiendo y subiendo hasta llegar a alcanzar un bello jardín al otro lado de una tapia, sino hasta llegar al tercer nivel de un edificio viejo, anodino y deslucido. Sin esperanza. La mañana de trabajo había terminado. Volveré en unos días; pero no sé si será por la mañana, por la tarde o por la noche.