"Contamos con el arte para que la verdad no nos destruya". F. Nietzsche
«Un soplo de minueto recorre, suave y liso, una civilización feliz. Sólo ha podido ser original con esos productos intimistas. Cuando quedaron desgastados, había agotado una buena parte de sus posibilidades. La decadencia no es otra cosa que la incapacidad para seguir creando, en el círculo de valores que nos definen». E. Cioran (De la France, 1941)
EL LIBRO DE LA RISA.
Amable. Intenté colocar los distintos elementos de la posible fotografía en el visor, aunque con la sensación de que mejor debía olvidarme del asunto. Entonces sucedió: los figurantes se atusan, se colocan, la luz llega sofocada en el último momento y disparo. La fotografía estaba hecha. Esbocé una sonrisa algo escéptica, aunque me sentía contento por un inesperado encuentro con la vida amable.
Allí, todo es orden y belleza,
lujo, calma y voluptuosidad.
Baudelaire
Puede que a este templo, el «fotógrafo» ni siquiera entrara. Le conozco. Le pido que me cuente lo que hizo ese día en el Campo de los Milagros, en Pisa. Dice no acordarse bien. Me habla de la gran belleza de los edificios que la luz de la tarde favorecía. Como casi siempre, se lo pasó bastante mejor fotografiando en exteriores que visitando interiores. Como explorador y admirador de bellezas irrefutables, el «fotógrafo» tiene una capacidad y educación claramente deficientes; es un tipo muy poco cultivado en las delicadezas del gran arte. No me explico cómo puede haberse librado de un estilo y comportamiento tosco, consiguiendo dar el pego. Tiene una apariencia engañosa; parece mucho más de lo que realmente es. Le pido que me cuente más de sus sensaciones en aquella explanada de lujurioso césped, sol esplendoroso entre nubes majestuosas y espectaculares construcciones seculares. Me dice que fotografió sin pensar en nada en especial, instintivamente; quizá algo excitado y emocionado por la belleza del conjunto. Pero fueron sensaciones muy epidérmicas, físicas; nada espirituales. Recuerda que pasó al interior del Camposanto e hizo dos o tres fotografías que le gustan, pero no al Duomo. Confirmé mis sospechas. Le traen sin cuidado los, según él, previsibles diseños interiores, la indefectible y delicada luz tamizada, espiritual, el olor a sacristía y a cera rancia, y a los demorados pecados aburridamente confesables. Esas sensaciones tan repetidamente infalibles en los interiores de todos los templos. Sin embargo, ahora recuerda con precisión, -según me dice lo había olvidado por completo-, que estuvo jugando durante un tiempo a cruzar miradas insinuantes con una chica atractiva con la que, curiosamente, coincidía siempre en los mismos sitios. No llegaron a dirigirse la palabra. Es así: siempre preferirá un fugaz e intenso intercambio de miradas con una mujer que le guste, al majestuoso interior románico de un templo toscano o de cualquier otro lugar del mundo. Claro, así no se puede llegar a nada. Esta serie, a priori, me había dicho que la titularía –Los Templos– (poco imaginativo, sin duda), pero ahora, después de hablar sobre su experiencia en el Campo de los Milagros, de Pisa, le propongo que lo cambie por –Los templos se ven mejor desde fuera-. Está de acuerdo.
…Y el Real Madrid perdió ¡¡¡cómo no!!!, siempre lo hace en los partidos críticos. Eso, de algún modo, me refuerza en ser aficionado a ver los partidos que juega, sencillamente porque le tiemblan las piernas en los momentos decisivos, como me pasa a mí. Disputó un partido lamentable contra la Juventus de Turín. Turín, qué casualidad, ahora que estoy repasando una obra de Frédérick Pajak, La inmensa soledad, en la que cuenta, con textos (un poco a mi modo) y con extraños y dramáticos dibujos, su experiencia de cuatro años en esa ciudad, persiguiendo las sombras de Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, ambos terrible y trágicamente vinculados a Turín. Obra original, plásticamente poderosa, misteriosa y turbadora. Sugestiva e inspiradora para mí. Frédérick Pajak escribe: «…y con la ciudad y sus plazas majestuosas, sus arcadas fuertemente oníricas, sus fachadas comidas de óxido y de tierra de sombra, sus rígidas avenidas por las que la perspectiva grita, y sus estatuas que te atacan de pronto en la noche; he soñado sin obedecer a ninguna consigna, sin que nada me oriente, siguiendo tan sólo ese hilo que podemos llamar el hilo de las páginas y que ahora os enseño, ahora, cuando me he despertado»…