"...y los tajos por donde corrió durante siglos y siglos la sangría de los ejércitos de todos lo ideales y de todas las ambiciones". Gregorio Marañon
…cinco horas y media después decidí volver a mi no menos remota ciudad, también situada en un montículo, alto y rocoso. También antigua y bella a ratos, pero con un solo río en el fondo del precipicio, aunque más caudaloso. Todas las ciudades de mi entorno vital y cultural se parecen, en todas ocurre y no ocurre lo mismo. Los que las habitamos nos parecemos y solemos hacer cosas muy parecidas (todos tenemos la misma cara macilenta y abotagada por la perniciosa costumbre de lo mismo). No llego a comprender el apego que tenemos los humanos a los llamados rasgos e identidades culturales «propios» o mejor dicho, los que nos encontramos en el lugar en el que nacimos. ¡Que aburrimiento, por dios!
EL PASEO DIARIO. Cuarta parte (y última). En vez de subir por el serpenteante camino, que fue romano en su origen, decidí hacerlo escalando por la parte más abrupta y vertiginosa, en línea recta y peligrosa a la cumbre. Como El Chuchi no podía escalar por piedras verticales e inaccesibles para él, le cogía en brazos y le aupaba al siguiente nivel y así varias veces. A Charlie Brown le encantaba ese juego y agradecía mi ayuda moviendo el rabo frenéticamente. Finalmente llegamos a la cima, al poblado prehistórico recién excavado. El Chuchi se largó a ver si pillaba algún conejo y de paso a sacarme a mí de quicio, que también le encanta, porque nunca vuelve cuando quiero que lo haga. Me gustan las excavaciones arqueológicas a pesar de que suelen ser estéticamente áridas, previsibles y aburridas. Nada fotográficas. El lado bueno son las imaginativas interpretaciones que hacen los arqueólogos, profesión sin duda muy creativa. Han estudiado mucho, supongo, por lo que cuentan con referentes más o menos contrastados que les permiten, a grandes rasgos, describir lo que encuentran bajo tierra, lo que antes era invisible y deja de serlo por la gracia de sus piquetas (lo mío, con la cámara, es algo parecido, aunque siempre fracase). Bien, a la eficacia de sus contundentes instrumentos, añaden probables referentes históricos, pero llega un momento que no pueden ir más allá, supongo, y entonces comienza la abstracción creativa: convertir el tiempo cronológico en un baile de siglos plagado de licencias poéticas, históricas, arquitectónicas, culturales, arqueológicas y hasta antropológicas, supongo. En definitiva, mera especulación sobre lo que pudo ser y que quizá llegara a ser, o no. Quién sabe. Todo ese juego idealizado entre hoyos y piedras polvorientas apelmazadas, apenas reconocibles como construcciones remotas, unidas a las propias intuiciones, resultan entretenidas, que no fotográficas, ya lo creo. No fotografié las excavaciones porque el último negativo del último rollo que llevaba lo emplee en hacer esta toma en la que se puede observar la vertiginosa ascensión que acabábamos de hacer El Chuchi y yo; que por cierto, seguía sin aparecer. Tiene la increíble habilidad de hacerse invisible cuando le da la gana. Es mágico ¡¡¡Jodido perrito!!! Al circo lo voy a llevar.
UNO DE MAYO I (el día del trabajo, el día de la romería). Domingo. Yo no trabajo, luego no me siento aludido. Hace tiempo trabajé, pero apenas recuerdo lo que pasó en los largos años en que lo hice. Tampoco me sentí comprometido con el llamado sentimiento de «clase». Todo ese largo y anodino periodo como trabajador por cuenta ajena (más de treinta años) no sirvió para que asumiera el rol que al parecer me correspondía y ya no hay ni habrá causa. Ahora, hasta dudo que ese equívoco y absurdo papel de trabajador sucediera realmente. A mí me habría gustado tener la misma relación con el trabajo que tuvo Marcel Duchamp: «Lo primero, la suerte que he tenido. Porque, en el fondo, nunca he trabajado para vivir. Soy de la opinión de que trabajar para vivir es, en cierto modo, una estupidez desde el punto de vista económico». No me parece que ese farragoso y molestísimo asunto del trabajo sea en absoluto motivo de celebración y mucho menos de glorificación. No sé porqué estoy escribiendo estas gilipolleces porque el compromiso con las «causas» me importan una mierda. Tanto como yo pueda importar a las «causas», es decir, nada de nada. No pensamos ni un solo instante en la dichosa celebración y lo que hicimos esa tarde dominical fue ir a la gran romería que se celebra en mi ciudad. La llaman «El Valle» así, sin más. Nos acercamos Naty, Charlie Brown y yo. Hacía décadas que no pisaba esa fiesta popular. Se celebra enfrente de la ciudad, al otro lado del río que mucha gente cruza en una gran y fea barcaza (se parece a las de desembarco en las guerras); el resto del año permanece parada en el lado de la ciudad…
Llovía. Este invierno me tiene desesperado la falta de lluvia; sin embargo ese día llovió y me fui a la calle a oír como golpeaba el paraguas. En esos casos me veo obligado a alejarme de mis paseos habituales por el campo (para no mancharme de barro) y camino por rutas urbanizadas. Lo malo es que a veces me encuentro con gente. La disposición del mundo era la siguiente: a mi derecha un cortado de piedra vertical y la carretera. A mi izquierda otro cortado de piedra, también vertical y debajo el río, angosto, brumoso, gris tirando a negro, y frío. Arriba, a una altura considerable, la ciudad: también angosta, brumosa, gris tirando a negra, y fría, muy fría. Yo, en medio de todo ese aquelarre estético, caminando bajo el paraguas, protegido del agua y de cualquier idea que me pudiera venir de arriba. De pronto lo vi, a mi izquierda según avanzaba, recostado sobre la vertiginosa pendiente que se precipita desde la ciudad al río: un gran mensaje (por el tamaño) sobre la infantería. Me dije: esto tengo que fotografiarlo (no llevaba la cámara conmigo), lo que me obligó a volver otro día.
…Es un paisaje duro, seco, vertiginoso, místico. El río parte las piedras y abre un despeñadero alucinante a cada una de las orillas. Sin el río la ciudad no hubiera sido posible. El agua parece mitigar el desasosiego de tanta aspereza. Ambas orillas se parecen, su alma es idéntica. Sólo las separa el agua. A un lado, piedras vírgenes, duras e informes que miran a las sometidas al dominio y utilización de los hombres. Avancé frente a los precipicios, mirando al río, con la ciudad a la espalda…
«Montañas, yo no sé desde cuando, desde qué día de la Creación, montañas recién terminadas, y un río joven que a una de ellas, aprisionándola en apretadísimo lazo la insta y la estrecha hasta el punto que, asustada por el nudo que la ahoga, se rompe de pronto en una ciudad, y enfrente, como en el primer día, las montañas indómitas, amenazadoras, raudas, rudas, separadas de uno por un tanto de abismo como las fieras en el Hagenbeck; y abajo, en el fondo, el río indesgarrable…» Rainer María Rilke