"Pero donde hay conciencia hay melancolía". Cesar Antonio Molina
¿Cuántos actos «creativos» se necesitan para contarse a uno mismo y lo que ve? No hay medida. Cada artífice tiene la suya: Picasso pintaba rápido; Balthus, lento. La intensidad de sus mundos creativos nada tiene que ver con la cantidad de cuadros que crearon, sino con otros valores (que no voy a referir hoy). Lo que sí diré es que la fotografía es un soporte especialmente propicio, por su versatilidad y rapidez, para contar sensaciones; su ritmo interno se ajusta como ningún otro medio de expresión a los latidos del corazón (quizá, con la excepción de la escritura y la música).
«Francia es el país de la perfección estrecha. No puede elevarse hasta categorías supraculturales: hasta lo sublime, lo trágico, hasta la inmensidad estética. Por eso, nunca ha dado -ni podría haberlo hecho- un Shakespeare, un Bach o un Miguel Ángel. En comparación con estos últimos, el propio Pascal es un maestro del detalle; un sutil remendador del fragmento. Francia no ofrece grandes perspectivas: nos enseña la forma; nos da la fórmula, pero no el aliento. Su mesura debe curarnos los vagabundeos patéticos y fatales. Así, su acción esterilizante pasará a ser saludable». E. Cioran (De la France, 1941)
También había otros personajes entre las esculturas de la Fontana, aunque menos misteriosos que el personaje que escondía sus manos. De todas formas, el tipo que está de pie, parecía que tenía un espíritu especial que enervaba su desgarbado cuerpo. Era un figura apasionada y quizá algo atormentada. El cielo acompañaba. Mi cámara obtuvo la mejor expresión de un cielo espléndido que en el momento de fotografiar no vi; fue obra de la cámara (la grande), que también hace lo suyo. Quizá, de Palermo, de ese día, la Fontana Pretoria y el magnífico cielo que se encargó de componer mi cámara, es lo único que merece ser recordado.
OTRA COSA: Además de la belleza, también nos quedará la literatura (para mi, la mayor de las artes). Acabo de leer El país de las últimas cosas, de Paul Auster, y me ha sobrecogido tanto como La carretera, de Cormac McCarthy. Ahora que estamos en tiempos de crisis que no sabemos hasta dónde llegarán, pienso en dos cosas: que los sistemas sobre los que nos sustentamos son inquietantemente frágiles, pueden desmoronarse inconteniblemente y nosotros con ellos, naturalmente, y en la famosa idea de Oscar Wilde: la naturaleza imita al arte. Ninguna de las dos (ideas) me tranquiliza.
Tenía un aspecto simpático y amigable, con Dante al fondo.