“Escucha, Lidia, cómo corren los días/Fingidamentre inmóviles…”. Sophia de Mello Breyner Andrésen
Lunes: once de Agosto. Paseo por San Antonio hasta mediodía y salida hacia Austin. Nada digno de mención. Un rato arriba y abajo por la avenida del Capitolio y rumbo hacia Houston. A la caída de la tarde encontramos una habitación en esta casa de principios de siglo XX con portada neoclásica. Nos recibió un señor correcto y amable aunque con ropa deportiva y aspecto de estar poseído por alguna ¨verdad¨ tortuosa e intransferible. Nos enseñó la zona de la casa que podíamos utilizar, ceremonioso y distante. Un perro grande y hermético como su dueño, se movía por la casa ensimismado: se colocaba delante de nosotros sin mover un músculo, mirándonos aburrida y fijamente. No sé que podría estar pensando, pero desde luego no despertamos ni una sola de sus emociones. A través de una puerta semiabierta se veía un gabinete tenuemente iluminado, con sillones de cuero, una poblada biblioteca, un ordenador portátil encima de una mesa baja y música clásica en un tono apenas audible. Sin duda era un lugar de trabajo acogedor y perfecto para no hacer nada. La casa, con el suelo alfombrado y una pulcritud sobrecogedora, era perfecta para dormir esa noche.
…Mi recorrido incesante por las calles dio tiempo a que la monja comprara y volviera (aunque no se aprecia bien, en el momento de la fotografía está entrando en el convento con una bolsa en la mano). Las emociones seguían sin presentarse: ni estéticas, ni fotográficas, ni sociales, ni existenciales; y por si fuera poco, tampoco veía mujeres que me gustaran. Un personaje de una película de François Truffaut le decía a un amigo algo así: -cuando en un vagón de metro no hay ninguna mujer que me guste, me cambio a otro-. A mi me pasa algo parecido; pero no tenía otra ciudad cerca a la que cambiarme…