"Prefiero al mejor de los refugios las puertas de cualquier refugio". Antonio Porchia
Una escuela acabada, derruida, olvidada; aunque no para los que asistieron a ella. Seguro. Yo fui lo que se llama ahora un -fracaso escolar- y permanentemente me he preguntado por qué. Siempre me respondo lo mismo: me faltaba inteligencia para resolver las cuestiones básicas del aprendizaje, para entender la lógica y la teoría de las materias que intentaban enseñarme: aritmética, lengua, física, etc. Sí, yo no conseguía entender nada, para mi todo era de un hermetismo y complejidad ininteligibles; así que, mientras me explicaban de qué iban las asignaturas, yo me dedicaba a pensar en otra cosa, pero no consigo acordarme cuáles eran esas cosas con las que siempre me distraía.
Ellas no son inocentes; me hacen daño. No puedo parar de crearlas y como si fuera un monstruo de mil cabezas que se adhieren a mi garganta, cuantas más nacen mayor es la sensación de asfixia; me narcotizan con dulzura, como un veneno hechizante de efectos somnolientos que me sumergen en un estado de automatismo y obcecación del que no puedo, o quizá no quiero, liberarme. Me poseen y no puedo parar y eso es PELIGROSO, además de estúpido.
No creo en el mundo, ni en ningún dios o dioses, ni en el futuro, ni en la generosidad, ni en la civilización, ni en casi nada; sólo a veces en la belleza y en el arte como plasmación material de lo más elevado del espíritu del hombre. Creo en el dinero y en el libre comercio y, sobre todo, en la generosidad que puedan intercambiarse personas que se amen. Salvo eso, para mí, todo es puro artificio y juego de intereses; pero tampoco me voy a tomar la molestia de argumentar este planteamiento más allá de estas pocas palabras, porque, por coherencia y descreimiento, me da exactamente igual estar en lo cierto o absolutamente equivocado y, además, por si fuera poco, tampoco creo en la vehemencia con la que acabo de escribir. En consecuencia, no siento ningún interés en que quede nada mío para uso de alguien que no sea de los míos; y estos son muy pocos A partir de mañana publicaré instrucciones gráficas de cómo destruir mi obra en el momento de mi desaparición, en el caso de que no lo haya hecho yo antes.
Y El Fotógrafo dijo:
«La lógica es la muerte de la fotografía. Sólo podría salvarse a partir de la reinvención de lo que muestre. Quedarse ahí, en la puerta, en la textura aparente, es inútil e ignorante. El fotógrafo, si no consigue penetrar en los secretos, será estéril y absurdo. Pero, en mi caso, aunque no siempre consiga ir más allá del umbral, lo intento todos los días».