Desoladoras memorias escolares…
MEMORIA ESCOLAR 4. Salir a la pizarra: qué situación. Nunca sabía nada y, en consecuencia, salir era entrar en el miedo y la vergüenza. ¿Por qué nunca supe sobreponerme a esas situaciones? Menuda mierda. Ah, se me olvidaba, es auténtica, es una de las pizarras ante las que tuve que representar mi incompetencia infantil…
Agota Kristof escribió La analfabeta. Yo también soy analfabeto, pero no he escrito nada que se pueda parecer ni de lejos. Agota leyó a Thomas Bernhard, yo también (pero menos). La cuestión es que Agota escribió La analfabeta, no por sus lecturas (aunque un poco sí) sino porque desde niña inventaba historias que contaba a su abuela antes de dormirse (la niña). Ella tenía las historias dentro de sí. Las traía consigo desde que nació. Su vida no fue fácil, pero escribía y escribía, como no podía ser de otra forma. La escritura también se conforma con los libros que se leen si previamente traes historias contigo; si no, nada de nada. Yo no traía nada desde el otro lado, sin embargo escribo y escribo; pero claro, nunca podré escribir una historia como La analfabeta, a pesar de haber leído a Bernhard, como Agota. Ella escribe: En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulen en los cajones y los olvidemos para escribir otros.
Curiosamente; años, muchos años después, tuve ocasión de volver al escenario de la infamia. Era exactamente este. Pude, al menos, fotografiar el sitio en el momento de su destrucción para siempre. No tengo claro que esta fotografía me sirva para conjurar los fantasmas de esta lamentable historia.
DICCIONARIO IMPROVISADO E INNECESARIO
ZURRAR: A mí me zurraron mucho cuando era pequeño, y eso que era un niño «modelo«, según decían mis tías abuelas. Sí, porque ese parentesco es el que más conviene al ego del niño. Al fin y al cabo las abuelas están más involucradas y a veces puede que duden y piensen si no serás un bobo, un niño un poco tontito, y generalmente tienen razón porque los niños son un coñazo. Sin embargo, las tías abuelas, como te ven poco, pues nada, a frivolizar sobre tus supuestas virtudes y a propinarte sonoros y repetidos besos. Bueno, a lo que iba, a mí me zurraron mucho, a saber: manotazos en la cabeza, mi madre (por cierto, en esos casos mi padre la decía: -no le des en la cabeza-; luego ya, mi padre, que era muy intuitivo, sabía que era la parte más débil de mi cuerpo); golpes indiscriminados, mi padre (sólo una vez); bofetadas, golpes con un mechero metálico en la cabeza y pellizcos en la entrepierna, un maestro (debía ser un poco marica) que tuve a los nueve años; luego, tres maestros, uno cada año (estos debieron recibir clases de maltrato, las mismas los tres, o simplemente lo hablaban entre ellos), todos hacían lo mismo: bofetadas, golpes duros con un palo en las manos extendidas y azotes violentos con una regla en el culo, e incluso tirones de pelo (se llamaban: Francisco, Adelio y Pablo); luego, durante los dos años siguientes, un tal Jerónimo, me dio tantas bofetadas que no podría contarlas por mucha imaginación que pusiera en el intento; otro (no me acuerdo de su nombre) nos pastoreaba con una vara siempre en la mano, larga y cimbreante, que provocaba un intenso escozor seguido de dolor persistente; también hubo un cura (profesor de latín) que daba capones con los nudillos en la cabeza, esto, que no parece gran cosa, como lo hacía con muy mala leche, resultaba bastante doloroso. Resumiendo, me pegaron fuerte y con frecuencia desde los tres hasta los quince años (lo curioso es que no me hiciera un asesino en serie). Será por eso por lo que no tengo ninguna confianza en el género humano; ah, y probablemente, también, que no aprendiera nada de esos supuestos y violentos pedagogos degenerados e hijos de puta a los que nada había hecho (naturalmente, excluyo a mis padres porque ellos me querían, supongo). En la fotografía uno de los escenarios de la infamia, fotografiado treinta años después. Y ahora Ambrose Bierce: ZURRAR: Amonestar, protestar o persuadir con un garrote.