"Todas las obras tienen la soberbia del objeto único". Manuel Alonso Reguilón
…En fin, la seriedad y aburrida trascendencia la ponía yo; Tete, el silencio respetuoso y atento; Manuel, de vez en cuando, contaba un chiste, como diciendo: -vale pepe, déjalo, no seas pesado, que eso ya nos lo sabemos-. Qué podía hacer él si no, ante mi inacabable verborrea. De vez en cuando, dejaba caer algunas perlas y anécdotas, expresadas con la sustanciosa y divertida mímica que siempre utiliza, como hombre de teatro que es: «odio que la gente diga sobre una obra de arte: -es bonita-. No, una obra no es bonita, es otra cosa, tiene otras dimensiones; se puede decir que es bonita una corbata, o unos calcetines, o unas cortinas, pero no una obra de creación, eso nunca, es irrespetuoso e ignorante». Otra: «Cuando daba clases de acuarela les decía a mis alumnos, que en vez de decir: ¡qué bonito! Mejor dijeran, ¡qué atún!». Una más: «La visita de tres encopetadas señoras de Aranjuez que fueron con la intención de comprar unas acuarelas (tiene en torno a cien terminadas y enmarcadas en su estudio). Después de elegir tres llegó la hora de cerrar la venta; Manuel les indicó el precio y les ofreció todo tipo de facilidades de pago. Ellas, disimulando burdamente, fueron retrocediendo cobardemente, poco a poco, comentando las obras que había por la casa, casi caminando de espaldas y de pronto, cuando por fin habían alcanzado la puerta, se despidieron atropelladamente y casi echaron a correr calle abajo. Manolo se quedó perplejo y boquiabierto y aún con la mano de despedida tendida al vacío». Lamentable y triste el dichoso e ignorante comportamiento de las inelegantes «señoras»…
…El sentido último del Caos sería llegar al centro mismo de un laberinto, construido lenta y esforzadamente, de afuera adentro, del que no podría salir jamás. Cualquier intento inconsciente de fuga me conduciría nuevamente al centro. Todo ese turbio y anhelante impulso conllevaría una irreparable pérdida de memoria. Nadie podría ayudar a un condenado así porque el dédalo donde habitaría es imaginario y por lo tanto invisible. Tampoco sería una epifanía con derecho a gloria; ni una metamorfosis liberadora como si de una ingenua y confiada crisálida se tratara. No, simplemente sería un plan maldito e insuperable por vacuo, inútil y terco…
…Salimos de la galería Elvira González, encantados: la belleza había impactado intensa y acariciadora en nuestras retinas y elevado nuestro ánimo. Me sentía tan eufórico que era capaz de todo, hasta de entrar en otra galería que había unos metros más adelante, daba igual quién expusiera. La habitaba una tal Marlous van der Sloot (no tenía ni la más remota idea de quién podía ser). Estaba dispuesto a ser indulgente con cualquiera, pero Marlous apenas si me dio alguna oportunidad. Su ofrecimiento era una amalgama de imágenes en color de distintos tamaños y contenidos; un conjunto disperso, sin estructura, ni ritmo, ni propuesta, ni épica, ni poética, ni nada de nada. Quizá llegue a ser una gran fotógrafa, es posmoderna y posfotográfica, lo que apunta hacia un futuro venturoso, pero aún tiene que pedalear hasta la extenuación; por el momento apenas sí ha traspasado la meta volante de la ocurrencia. Pero bueno, es joven y todo es posible. Mi paciencia se agotó frente a una composición en color, bastante grande, que mostraba un tresillo decimonónico muy bonito (por sí solo habría sido una excelente fotografía) pero en el que Marlous había colocado una mujer joven, de espaldas, en cuclillas (lo primero que saltaba a la vista era el culo), que parecía estar a punto de defecar. Si lo hubiera hecho, tal vez así, la imagen nos habría dicho más sobre la condición humana. Pero no, Marlous todavía parecía estar lejos de ese tipo de atrevimientos (innecesarios, por excesivamente escatológicos, bien es verdad). Sigue, Marlous, sigue, probablemente lo consigas…
DOMINGO. Ha pasado un solo día: el sábado. Los sábados son días de ajuste de cuentas con las cosas que no han salido bien los viernes. Son la última oportunidad para salvar las expectativas, en fin, quizá demasiado exasperados porque ya son la víspera del final. Estamos en domingo, día para recoger los cascotes del derribo de lo que era posible el viernes. Es un día para subir la cuesta despacio, arrastrando lentamente pesadumbres y presagios. Es momento de retirarse temprano, antes que anochezca, a reponer fuerzas y dejar que el olvido llegue con la noche. Qué lejos ha quedado el viernes, cuando hablaban y pisaban fuerte, y qué remoto se siente el próximo.