Un hombre sólido avanzaba hacia donde me encontraba, encuadrando la gran chimenea…y a él…
Fin de mis comentarios, ilustrados con citas y fotografías, sobre el dichoso libro. Me ha fatigado y no me conviene. En este momento, me interesan más otras cosas: fotografiar, leer, los microviajes, holgazanear, e incluso positivar un poco a la manera antigua. Llevo demasiado tiempo sin refugiarme en la oscuridad del laboratorio.
Para terminar dos respuestas divertidas de Sir Cecil Beaton:
«¿Dónde colocaría usted la fotografía entre sus muchos intereses?
-Oh, creo que en quinto lugar…
¿Qué pondría primero?
¡No lo sé!»
Nosotros, caminamos al azar evitando los encuentros con otros compañeros de viaje, que de vez en cuando aparecían al volver cualquier esquina. Muchos de ellos se habían extendido peligrosamente por la ciudad. No hubo contratiempos, somos buenos en tácticas elusivas. El color de la ciudad era plomizo y misterioso. Llovía a ratos. Hace mucho tiempo que ha dejado de preocuparme la luz en el momento de fotografiar. Me da exactamente igual si sale el sol o no. Lo importante es la atmósfera que envuelve lo fotografiado; y sobre todo el motivo mismo. Empiezo a ser fotógrafo de ambientes; lo más próximo a las emociones, al menos de las mías. También en iluminación prefiero la ambigüedad a la matización.
…Es por eso por lo que, además, busco palabras que echen una mano a los haluros de plata. Pero tampoco ellas, las que elijo, aportan especialmente nada, porque el resultado no es ni una cosa ni otra: ni fotografías, ni palabras. O sí, son fotografías más palabras (o viceversa); el problema es que el resultado: -además de quimérico y reiterativo me parece insuficiente-. O tal vez sea que unas desnaturalizan a las otras; -pero al fin y al cabo es mi invento y está muy bien- (pensamiento positivo fuera de control). Bueno. Quizá todo sea un desesperado intento de pensar y sentir y dejar constancia de ello; o, probablemente, un grave problema de inseguridad y vacío existencial. ¿Necesita alguien, seguro de sí mismo, «hacer» para tener la sensación de que existe? Sospecho que no. Hoy pienso que «hacer», sólo tiene sentido cuando se consiguen obras maestras que perduren en el tiempo y den mucho dinero. Lo demás no es superior a cualquier pasatiempo sin importancia.
EPILOGO. Es algo terrible (la escritura) pero que recomiendo a todo el mundo, porque escribir es corregir la vida -aunque sólo corrijamos una sola coma al día- , es lo único que nos protege de las heridas insensatas y absurdos que nos da la horrenda vida auténtica. Enrique Vila Matas.
Y también la lectura, naturalmente. Otra forma de ejercitar la sintaxis existencial.
DIGRESIÓN DIEZ: Bacalaureat (Los exámenes) Rumania (2016) Guión y dirección: Cristian Mungiu. Intérpretes: Adrian Titieni, Vlad Ivanov, María-Victoria Dragus, Ioachim Ciobanu, Georghe Ifrim. Sigo en Rumanía. La primera imagen, un barrio desolador, de una fealdad y decrepitud indescriptible (construcciones de la era comunista), donde vive una familia formada por un médico en torno a la cincuentena, una bibliotecaria en un permanente estado de tristeza inconsolable y la depresión más insoportable y su hija, de dieciocho años, seria estudiosa. Romeo, el doctor, de vuelta de todas las desilusiones posibles, está al borde del abandono físico y de una estrepitosa rendición. Solo le queda una motivación, a pesar de que tiene una amante, también triste aunque infinitamente más vistosa que él, y es que su hija apruebe los exámenes pre universitarios y pueda irse a estudiar a Inglaterra y así escapar de la ruina moral y material en la que están inmersos todos. Pero claro, si los padres, todos, colocan sobre los hombros de los hijos su última posibilidad de redención, están abocados al fracaso, porque sus hijos ya son otros, otros seres que no son ellos y que, además, como no puede ser de otro modo y afortunadamente para todos, seguirán su propio camino. Película de una perfección y crescendo dramático estimable. Teje una sutil y compleja trama moral y existencial, escenificada en un ambiente de atmósfera enrarecida, pero en la que los protagonistas intentan mantener a ultranza una solidez moral como último baluarte de sus sueños rotos.
…Sí, confesiones que quizá tengan que ver con lo psicoanalítico (por lo de los deseos), por ejemplo: siempre me he sentido deseado por algún tipo de mujer; ya no, las mujeres ya no me desean y eso, para mí, es casi insuperable. Ahora, los deseos ya solo circulan en una sola dirección. Qué es la vida sin el cruce de deseos, me pregunto. No me contesto. La causa es, sin duda y como decía hace unos días, porque he llegado a una espantosa vejez donde predomina el deterioro, la obesidad y el desánimo. Qué ineludible e irreversible contratiempo. A este obeso y viejo señor en una ciudad remota de Europa le fotografié precisamente por eso, porque éramos iguales: yo llevaba una cámara en una maleta y el un anodino bolso que no sabía que podría contener. Eso me inquietaba poderosamente. El hombre mayor mira algo que está fuera de campo como siempre hago yo, siempre me quedo en el más acá, queriendo estar en el más allá. Luego, cuatro horas más tarde, volví a ver al hombre deambular por la plaza de la ciudad en la misma actitud que tiene en esta fotografía. Con el bolso inerte en la misma mano y mirando atentamente a no se sabe qué. Su figura me recordaba a la de mi abuelo, que ahora es la mía…