Los grafiteros y los fotógrafos compartimos ciertas actitudes, pero nada más…
DIGRESIÓN DOS. Las leyes de la frontera. Javier Cercas (2012) Ebook: Penguin Random House (2012). Me ha descolocado un poco esta novela de Cercas después de leer tres en las que desarrolla la estructura y modo narrativo de entremezclar hechos objetivos reconocibles con esquirlas de ficción desprendidas del tronco básico de los hechos; son El impostor, Anatomía de un instante y Soldados de Salamina (ahora empezaré El monarca de las sombras, en la que creo que utiliza la misma fórmula). Bien, en ésta, la historia es pura ficción, si eso es posible en este autor, o al menos es lo que me ha parecido. Apasionante desde la primera página, narra la vida del protagonista, Ignacio Cañas, un tipo listo y aparentemente ganador pero con alma de perdedor, desde su adolescencia hasta una frustrada madurez. Y la de las personas que se cruzan en su vida, delincuentes en su mayoría, encabezados por el Zarco. Hay una figura central (trasunto del propio Cercas) que recoge toda la información a modo de entrevistas a los personajes que conforman el andamiaje y encarnadura de esta descorazonadora historia. La novela maneja con increíble habilidad el tempo narrativo y un vibrante y emocionante desarrollo de los hechos. También relata una enigmática y tristísima historia de amor. Puede haber explicaciones más o menos racionales sobre el comportamiento de los insondables personajes pero el mérito indudable de la novela es que nunca llegas a estar seguro de nada, en ningún momento. Lees y lees con avidez porque crees perseguir la verdad de todo y terminas teniendo la sensación de que a la verdad ni siquiera la has entrevisto a lo lejos. Así es esta historia: cautivadora en su desarrollo literario y penetrante y lúcida en cuanto a su aproximación a la naturaleza humana.
DIGRESIÓN SEIS: Nilby Mouth (Los golpes de la vida), 1997. Guión y dirección: Gary Oldman. Intérpretes: Kathy Burke, Charlie Creed-Miles, Edna Dorém, Laila Morsem, Ray Winstone. Música: Eric Clapton. Película estremecedora, de una violencia y agresividad perturbadora. Gary Oldman, al que no conocía en esta faceta, sólo ha hecho esta película como guionista y director. La historia se desarrolla en un barrio popular y desfavorecido de Londres y cuenta la vida de una infortunada familia de baja extracción social. La mirada a la textura de las debilidades adictivas (alcohol, droga, sexo, miedo) aparecen cargadas de violencia descontrolada y verosímil. Cuando el miedo es más fuerte que todos los mecanismos de autocontrol, la violencia invade la vida de personas y familias. No hay lugar para la compasión, solo para el dolor y la impotencia. Las interpretaciones, plenas de autenticidad y fuerza dramática y credibilidad, son memorables, especialmente la de Winstone y su devastadora borrachera. Los hombres de esta historia, con los que Oldman es implacable, aparecen como seres entregados a la más estúpida y prepotente derrota. Pobres diablos enfurecidos, cegados por pasiones que no entienden y sobre las que son incapaces de reflexionar o considerar. Solo hay espacio en sus almas para la enloquecida reacción hacia todo lo que son incapaces de soportar, como su insignificancia. Solo hay espacio en sus cabezas para la risotada, la testosterona y el instinto primario. Cuenta historias de imaginarias victorias conseguidas con brutalidad sobre otros seres tan incapaces y ciegos como ellos. Son cobardes, seres asustados y presa de un tembloroso miedo que solo les aboca a infligir daño a los que les rodean y a ellos mismos. No tienen ni la más remota idea de qué hacer con sus vidas. Frente a ellos y no junto a ellos, porque son incapaces de soportar a nadie a su lado, las mujeres, víctimas lúcidas y resignadas que tienen que asumir una desesperada impotencia. Pero son fuertes, sin ellas nada existiría y ciertamente poco existe porque son incapaces de salir de la fatídica espiral de horror y violencia. No conocen otro modo de vivir, allí donde viven es su mundo, donde han nacido y se han criado sin solución. Película que duele en lo más hondo; sí, porque Oldman te lleva a un territorio que se entiende bien y que no es otro que el de la inexorabilidad de unas victimas sin redención posible, pero humanas, inmensamente humanas a fin de cuentas. Me pregunto a qué sobrecogedores territorios nos habría llevado Oldman de haber creado más películas. Sin duda habría estado entre los más grandes, como lo está como actor.
Viernes: ocho de Agosto. Ocho de la mañana en la confluencia de la sexta con la cuarta avenida. Hice dos fotografías: ésta es algo mejor que la otra, pero ninguna vale gran cosa; ambas fueron fáciles. Después, volvimos al parque de los Cactus. Fotografiamos. Me empeñé en buscar con ahínco el «cactus de mi vida»; creo que lo encontré, pero por ahora no lo mostraré. Estas magníficas y bellísimas plantas requieren una cortejo único y especial. Nos acercamos al Old Tucson Studios: una cutrez para familias con niños y turistas despistados (como nosotros). Lo mejor, una cerveza helada en el Saloon del viejo oeste. Luego: Bisbee, ciudad minera con encanto. Una vuelta de una hora e iniciamos viaje hacia Silver City, en Nuevo México. Los últimos ochenta kilómetros, por una carretera oscura y solitaria que inquietaba. Llegamos a las nueve y media de la noche. Después de encontrar hotel, buscamos donde cenar pero fue inútil. Tomamos una hamburguesa y unos trozos de pollo resecos en la habitación del hotel. Ah, y del espíritu de Billy El Niño, que parece que vivió allí, no tuvimos noticia.
Granada