El hallazgo con el que no contaba cuando salí de mi casa…
9:30 AM. Vuelvo a mi casa siguiendo el mismo itinerario. A medida que camino pienso que lo que me apetece «decir» cada vez se aleja más de las convenciones fotográficas y que a estas alturas casi no me ocupo de nada que tenga que ver con la técnica; a veces hasta se me olvida diafragmar. Sólo siento y pienso en la imagen y me da igual cómo tengo que hacerla; suelen salir solas. Intervengo cada vez menos en la «técnica» fotográfica.
Catorce de Mayo: este diario es un testimonio diferido porque lleva un desfase de cuatro o cinco días, como mínimo, y a veces hasta de años. Qué más da. Un día de estos detallaré unos datos escalofriantes sobre mi incesante actividad. Podría ser un serio candidato a un premio mundial (mejor universal) a la estupidez humana. Soy como uno de esos tipos que se pasan toda una vida construyendo una catedral con materiales reciclados y luego viene un tsunami y lo manda a la mierda…
Veintisiete de Septiembre: sonata del otoño anunciado. Con pinchos; por qué no? El primer sol los iluminaba suavemente en su agonía, los trataba con delicada tibieza. Su ferocidad primaveral se había quebrado sin solución. Eran pinchos muertos. Ayer, cuando caminaba por la mañana, distraídamente, como siempre (no consigo fijar la mente en nada concreto), de pronto miré a un lado del camino y vi los pinchos vencidos y rotos; deseé fotografiarlos, pero no llevaba la cámara. -Mañana vendré sin falta-, me dije.
Guardé la cámara grande y cogí la pequeña; llevaba gran angular (24 mm) y filtro rojo (por la película infrarroja), y con el mundo teñido de rojo, la perspectiva alargada de los pinchos, lacios y derrotados, parecía otra cosa. Hasta me gustaba. Claro, me dije, determinada realidad o la coloreas o la materia y la forma te abruma hasta el hastío. Por la tarde, leyendo la crítica de Exploradores del Abismo, el último libro de Vila Matas, con una excelente fotografía de André Kertész en la portada (que por cierto, ya he colocado a mi derecha, el primero en el orden de lectura), Ayala-Dip cita al autor: «Combato la realidad con la ficción.» No puedo evitar pensar en las fotografías de la mañana, del cómo yo pretendía que la realidad de mis pinchos muertos parecieran otra cosa; o quizá no, tal vez mi intención era -combatir la realidad con la misma realidad- y fotografiar sea potenciar la realidad hasta convertirla en hiperrealidad, es decir pura ficción.
Pero al día siguiente, aunque la luz era la misma (aunque eso nunca se sabe a ciencia cierta), la sensación no lo fue (siempre me ocurre lo mismo, sin cámara la realidad se muestra distinta a cuando la llevo). No obstante, voluntarioso, me dispuse a fotografiar. Primero fotografié con mi vieja cámara grande, a mano (el trípode pesa y me resulta incómodo llevarlo conmigo), y no, tampoco por el visor me parecía lo mismo; incluso, lo que veía, me parecía banal.