Los momentos de las cándidas ilusiones…
HABLANDO DE OTRA COSA…De Charlie Brown, por ejemplo, aunque últimamente hablo mucho de él, sin merecérselo, o quizá sí. Bueno, el caso es que el siete de diciembre salimos a pasear al extenso pinar de al lado del barrio. Partimos a las diez de la mañana desde el colegio que, tanto Charlie como yo, hemos señalado como Punto de Encuentro en caso de que alguno de los dos nos perdamos por el camino. Como siempre, el perrito iba y venía siguiendo el curso de sus intereses. Poco después de iniciar la vuelta, desapareció como por encantamiento. Paré, le llamé y nada, no hubo respuesta. Decidí continuar porque en estos casos Charlie, unos minutos después, me alcanza y no pasa nada. El caso es que en esa confianza y después de pararme varias veces a esperarle, llegué al coche media hora más tarde. Eran las once y media. Esperé hasta las doce y media y volví a casa a cargar el móvil, que estaba muerto. Regresé a la una y media en la confianza de que habría vuelto de sus correrías por el bosquecillo, repleto de golosinas pensadas para él, como conejos y sus rastros. Nada, no estaba. Aguanté allí, estoicamente, hasta las tres y media, y nada. A las cuatro, más o menos, Naty y yo, cada uno, por un lado, iniciamos la búsqueda por el pinar, llamándole todo el tiempo. A las seis y media, de noche casi, suspendimos la búsqueda y esperamos hasta las siete y media, y nada. Volvimos a casa pensando que el jodido perrito había decido abandonar su cómoda seguridad por la pasión desatada de atrapar sueños en forma de conejos. O algo más alarmante, que le hubiera ocurrido algo que le impidiera volver, como un cepo o una valla infranqueable pero claro, eso no podíamos saberlo. Llegamos a casa muy disgustados. Después de una hora sentados y entristecidos por la suerte que pudiera haber corrido el pequeño Charlie, a las ocho y media decidimos volver a nuestro Punto de Encuentro, al lado del colegio. Nada más llegar y cuando bajábamos del coche vimos a Charlie que venía hacia nosotros tranquilamente, como si nada hubiera sucedido. Nos esperaba ¡¡¡encima!!! Era la versión del Charlie Brown noctámbulo. Exasperante. Claro, con esta actitud del Chuchi desde hace dos meses hay que acabar drásticamente (esta no era la primera vez que se escapaba y siempre con resultados de lo más variado, todos ellos irritantes); ahora, cada vez que salgamos a pasear, diariamente, llevará un collar que emite señales eléctricas y, cada vez que intente largarse, le enviaré una descarga que le chamuscará la voluntad y hasta el alma.
ALGUNAS COSAS QUE ME PASAN CUANDO ME ATREVO A SALIR A LA CALLE II: Unos minutos más tarde, muy aliviado ya por haber finalizado el engorroso trámite, abandoné la clínica y me dirigí a una cafetería a desayunar. En una ligera cuesta abajo resbalé (había llovido) y cuando estaba a punto de darme un monumental «culetazo» apoyé una mano en el suelo que me sirvió de trampolín para recuperar la verticalidad de forma prodigiosa, como en un asombroso ejercicio de gimnasia artística. Me quedó muy bonito. Pero creo que no lo vio nadie, porque aplausos no recibí. Una pena. En la cafetería, muy contento con mi pasmoso alarde sin daño, pedí un café con leche y unas tostadas con aceite y tomate. Muy ricas. Los dos camareros de servicio charlaban. Uno le dijo al otro: -anoche me desperté a las tres y como no conseguía volverme a dormir, leí hasta las seis- Levanté la cabeza vivamente interesado porque esperaba enterarme de las portentosas lecturas del isomne camarero. Seguro que tendrían que ser interesantes, aunque solo fuera porque el tiempo de lectura correspondía a un vocacional y apasionado lector. Pero, para mi desoladora decepción al otro camarero las lecturas de su compañero le importaban una mierda, también las causas de su insomnio porque no le preguntó. Sin embargo, a modo de contestación le habló de a la hora que se despertaba él. Me desentendí de su diálogo de sordos. Así suelen ser los desatentos modos sociales. Claro, yo no me atreví a preguntarle por sus lectores desvelos porque no le conocía de nada…