"...el hombre...cuyo único destino es construir grandes y magníficos edificios minerales, para que la luna pueda iluminarlos tras su muerte”. H.P. Lovecraft
Capítulo 13…Continué hacia el Paseo del Prado en dirección norte y, también muy cerca, la exposición de Arquitecturas Pintadas, en el Museo Thyssen. No podía perderme esa exposición, y no sólo por la misteriosa y mítica belleza que contenía, sino, además, porque llevo años fotografiando arquitecturas como testimonio y enriquecimiento del hecho de viajar a ciudades y caminar fotográficamente por ellas. La arquitectura es la materialización y el síntoma incontrovertible de la cultura y el poder de las distintas épocas y ámbitos. Las construcciones en general, y la arquitectura singular en particular, encierran tanto misterio y sugestión que hacen que sienta un deseo irreprimible de penetrar en su interior. Ese impulso es tan fuerte como el de desear conocer a alguien que por su aspecto nos ha fascinado. Esta exposición, además, me ofrecía la posibilidad de poder ver y soñar ciudades antiguas, iluminadas por luces imposibles, en las que podía sentir el pálpito de mundos fabulosos en los que habría deseado ardientemente vivir; tanto, como para cambiar este tiempo y esta realidad por aquella sin dudarlo un instante. Una exposición poética, misteriosa, onírica, mítica, bella. Gozosa.
DIGRESIÓN DOS: Madre e hijo (Rumanía, 2013), Coescrita y dirigida por Calin Peter Netzer. Intérpretes: Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache. Al parecer, se dice, que no hay película rumana mala. Doy fe, porque todas las que puedo recordar me han parecido espléndidas. Cuando veo teatro o cine o leo algún libro que me ha gustado escribo y luego olvido. Si no escribo, olvido antes. El problema con esta película, que me gustó muchísimo, es que escribí una referencia para el diario y a continuación olvidé y después perdí el texto (lo conté en días pasados). Ahora, unos días después, solo me acuerdo vagamente de lo que escribí, y de la película apenas. Pero intentaré volver a escribir porque la película lo merecía. Veamos: un hecho desgraciadamente fortuito (o no tanto); la muerte de un chico de catorce años por atropello de un joven de treinta y dos. El involuntario homicida es un hombre atribulado, acobardado, dañado. De una fragilidad extrema. Detrás, nada menos que a lo largo de treinta y dos años de su vida, una mujer fuerte (aparentemente), su madre. El padre no cuenta, es igualmente débil, y eso también es una desgracia para el chico. El arrasador y asfixiante drama, del que el fortuito atropello solo es un pretexto, aunque brillantemente planteado y resuelto, me ocasionó un desasosegante malestar en muchos momentos. La presión constante, obsesiva, enfermiza, de la madre sobre el hijo. No atiende a las mejores razones posibles, que no son otras que debe vivir su propia vida y su hijo la suya. Nada de mezclas y lastimosas dependencias. Ella confiesa algo, en un dramático momento, que me produjo un escalofrío: «…los padres nos realizamos a través de los hijos…» Y lo dice sin sombra de duda, como una fanática enloquecida por la sinrazón. Es una mujer que pertenece a la clase media alta rumana, profesional de prestigio, pero que chapotea agónicamente en las miasmas de su vacío y en el que genera ese funesto artilugio social, potencialmente tóxico, llamado Familia. Las interpretaciones brillan con fuerza, especialmente la de Luminita, la madre, que ofrece un recital de autenticidad dramática que abruma e incómoda por creíble. El ritmo narrativo, «in crescendo» siempre. Los diálogos impecables. Espléndida película, sin duda. Mi Gran Oráculo Cinematográfico, Carlos Boyero, del que últimamente me voy alejando (aunque me sigue cayendo estupendamente) porque no coincido con él en casi nada (tendré que cambiarle por otro, cuando encuentre a alguien apropiado), despachó la película con un comentario plano y tacaño: «…también habla de la tortuosa relación entre una madre absorbente y un hijo con sentido de culpa (…) este retrato materno filial está aceptablemente descrito».
Cuando regresábamos bordeando la bahía, ya con el Golden Gate a nuestra espalda (no se había portado bien con nosotros), divisamos a nuestra derecha la cúpula de un edificio singular especialmente llamativo, neoclásico e impregnado de romanticismo; me entregué incondicionalmente. Me recordaba esas construcciones que aparecen como decorados en las pinturas del barroco, y anteriores, y que posteriormente, en el siglo XIX, fueron motivos principales en la pintura romántica. Como si fueran imaginarias, sólo parecen habitar en las composiciones apasionadas de pintores suicidas. Fotografié con sorpresa (no sabía de su existencia) y gusto, aunque la niebla había tomado posiciones otra vez.
Porque lo que queda en nosotros de la obra de arte no es exactamente lo que ahí está, sino el alma que la ha hecho ser y resuena en nosotros, incluso cuando ya hemos olvidado el motivo. Todo el destino humano se inscribe entre el «por qué» y el «para qué». Vergílio Ferreira
…el hombre se parece al pólipo del coral, cuyo único destino es “construir grandes y magníficos edificios minerales, para que la luna pueda iluminarlos tras su muerte”. H.P. Lovecraft