Ahora, después de tantos años, crece en mí la sospecha de que nunca debí salir de aquí. Al menos eso habría tenido algún sentido...
NADA QUE ESCRIBIR XX…
«Todo viene, sin embargo, de la infancia, los vagabundeos…». Balthus
CUANDO FUI NIÑO III. «Los recuerdos son ahora más tenaces que nunca». Luciano G. Egido.
La representación de mi niñez, del primer capítulo, y quizá también del segundo, sucedió aquí, donde quedaron fijados los perfiles y constantes que se han repetido incesantemente. Una agotadora repetición. Los mismos miedos, los mismos afanes, las mismas impotencias, ansiedades y angustiosas dependencias. Las mismas obsesiones. Esas fatales intuiciones comenzaron a morderme aquí, en este mismo escenario, aunque en aquella época solo se trataba de confusas sombras entrevistas. Fue la celebración y estreno absoluto del papel que me había tocado representar en la vida que tenía adjudicada. Lo inaudito de esta historia, la mía, es que el escenario donde empezó todo sigue siendo exactamente el mismo. Ningún elemento ha cambiado, está intacto, como lo dejé hace más de cincuenta años. Es como una broma pesada del destino, o tal vez no, y sea una deferencia, una decisión de mi particular demiurgo para que pueda cerrar el ciclo en el mismo lugar, con la misma escenografía, con el mismo espíritu…
…Me serené un poco, cargué un rollo en la cámara pequeña y además saqué la grande. Las tomas sin película me habían despertado aún más las ganas de fotografiar. No había nadie, y eso era perfecto para mis propósitos. Estaba encantado, pero todavía intranquilo. Para sacudirme la impresión del frío y disparatado edificio me fui a dar un corto paseo por el campo de alrededor. Hice algunas fotografías del hosco pedregal cubierto de hierbas resecas. Volví más animado y decidí, incluso, desplegar todos mis recursos: cargué la cámara grande con película lenta y la monté sobre el trípode. Me dispuse a fotografiar como si no pasara nada, en plan artista…
REFLEXIONES TONTAS (ahora que está a punto de terminar este jodido año). …Sigo un ratito más con lo de ayer (no tengo otra cosa de la que hablar). Probablemente, ese afán de estar atareado siempre me venga de una reacción instintiva de lo mal que me sentía cuando era un niño de muy corta edad y, en la soledad del cerro del Acebuchal, hacía una desesperada y constante pregunta ¿madre, y ahora qué hago? Mi madre, que recuerde, no solía contestarme. Bastante tenía ella con lo suyo porque estaba, como yo, sola en el dichoso y solitario cerro del Acebuchal. Ella combatía su vacío trabajando duramente en cosas sin importancia. Aprendí aquella lección mirando a mi madre. Debí asumir, sin darme cuenta, todo lo que le pasaba a mi madre y cómo lo afrontaba. Entonces debió grabarse a fuego en mi conciencia que nadie me iba a resolver nunca nada y que solo podría paliar mi vacío inventándome yo las cosas a hacer. No, lo mío con las fotos no ha sido vocacional, ni artístico, ni nada de nada, solo ha sido por no tener que formular a lo largo de mi vida, nunca más después de aquellos momentos infantiles, el ¿madre, y ahora qué hago? …
EL CUENTECITO DEL SIETE DE JULIO. …Naturalmente, las necesidades las hacíamos en el campo, detrás de la muralla (no utilicé un retrete hasta los once años). Éramos tan pobres como los que más. De duchas o baños, nada sabía. Acumulaba espesas negruras de suciedad en rodillas y piernas, y no era porque mis padres y abuelos no me cuidaran, siempre me sentí querido y atendido por ellos, sino, sencillamente porque carecíamos de lo más elemental, como el agua para lavarnos. Qué maldito asco todo aquello, ahora, viendo esta estrecha y tristísima ruina. Pero no es justo que maldiga esa escasa ruina de ahora, porque fui feliz en ella. Me encantaba llegar los lunes de invierno, arropado en una manta sobre la burra, a ese cuchitril, porque era volver a un paraíso de risueños juegos, desde el solitario cerro donde vivían mis padres. Aún recuerdo la suicida velocidad que desarrollaba bajando corriendo alocadamente la cuesta por la intrincada vereda hasta el colegio. O cuando bajaba a jugar en las tardes primaverales. Solo me interesaba jugar y jugar. De la escuela no quería saber nada de nada…