Apuntes psicoanaliticos IV
…Tengo más de cincuenta años (Carver) y menos de setenta y cuatro (Bukowski), y sí, como decía ayer, soy esencialmente autobiográfico (Mi pintura es el libro de mi vida. Pablo Picasso); por algo a mi ocupación principal la llamo -diario-, aunque fotográfico, para disimular el descaro. ¡Ah, siempre con los complejos de culpa y ese triste asunto de la humildad! Mi caso es sensiblemente diferente al de los artistas autobiográficos; ellos lo son, en gran medida, para reforzar sus obras, o para inspirarse con la potencia de sus experiencias; no así mi caso, que únicamente lo hago para sentir que respiro, que todavía existo. Como no cobro, y tampoco pido nada a nadie por nada, soy todo lo autobiográfico que me da la gana. Al fin y al cabo, los tipos nacidos para la inepcia y el anonimato (otra vez con lo de la humildad), siempre tendremos la opción de repintar nuestros contornos como bien podamos para así soñar con una anhelada singularidad. Creo. Digo todo esto hoy, precisamente hoy, en plan –autobiográfico-, porque cierro los últimos diez años, los mejores de mi vida…y mañana…
DIGRESIÓN DOS: Así empieza lo malo, Javier Marías (2013). Hacía años que no leía a Marías, nunca ha sido uno de mis queridos autores. Si me pregunto por qué, cosa que nunca hago, no sé qué contestarme. Quizá solo un prejuicio sobre la excesiva politización de su discurso social (artículos) que en un hombre tan sabio y crecido ya resulta fuera de lugar, algo tonto porque conlleva una innecesaria carga de imaginaria utopía ¡¡¡a estas alturas, con lo que ya sabemos, Javier!!! Por si fuera poco, también ha emprendido una cruzada contra los premios, incluso hasta el Cervantes, que tampoco quiere. Sus teorías éticas en política se parecen demasiado a las de Iglesias (Podemos) pero sin coleta y con veinticinco años más. Difícil de entender, al menos para mí. Bueno, allá él con sus irrespetuosas decisiones (por lo del Cervantes). A lo que iba, que es lo único que me interesa, la novela, ésta última: me atrevo a decir que está bien, incluso muy bien. Sus interminables disquisiciones sobre el comportamiento humano son perspicaces, irreprochables, lúcidas y de agradecer, ya lo creo; pero…quizá, largas, muy, muy largas. La novela tiene más de quinientas páginas, se podría decir lo mismo en trescientas pero, si él necesita quinientas cuarenta, pues también vale. Pero cuidado, porque esas doscientas de más en algún momento han estado a punto de echarme de esta apreciable historia. La trama sobre la que se construye su visión sobre el amor, el sexo, la amistad, la ruindad, el miserabilismo de una época sombría de este país, es ocurrente pero leve, apenas va más allá de un alambicado artificio; no así las reflexiones que contiene y que articulan el conjunto. Hay hallazgos originales en el dibujo de los perfiles de Muriel, centro de la trama, enigmático y peculiar. Del resto de los personajes también ofrece unas semblanzas interesantes y creíbles, plagadas de reflejos y ecos de otras épocas. Todas acertadas para mí. Igualmente, resulta interesante el permanente despliegue y desarrollo de las contradicciones morales de los personajes, especialmente Muriel, hombre complejo y de una coherencia casi suicida. A pesar de algunos desfallecimientos en la lectura, siempre me quedaba prendido en alguna de las reflexiones del narrador protagonista, en primera persona, que hacía que siguiera y siguiera. No, la novela no es en absoluto desdeñable, colmada, como está, de matices sobre las debilidades y grandezas humanas. Ah, y también el paso del tiempo, cómo no. Creo que a estas alturas sería incapaz de enfrentarme a una historia donde este incomprensible y fatal fenómeno no estuviera presente: «Cuanto ocurre ha ocurrido y es inamovible, es la horrible fuerza de los hechos, o su peso que no se levanta. Quizá lo mejor sea encogerse de hombros y asentir y pasarlos por alto, aceptar que ese es el estilo del mundo…Sólo después de asentir y encogernos de hombros, en verdad lo peor queda atrás, porque al menos ya es pasado. Y así empieza sólo Io malo, que es lo que aún no ha llegado». Javier Marías
APUNTES SOBRE LA UTILIDAD DE UNA –TALEGA– Y UN VIAJE A FRANCIA EN AGOSTO (donde nunca estuvo mi abuelo Salvador).- Este tipo de espaldas soy yo, antes de partir con mi Talega de película sin exponer: setenta rollos de 120 mm. y diez de 35 mm., de diversos fabricantes y sensibilidades. Esperaba exponerlos todos. Mi abuelo, en una Talega parecida, llevaba la comida, un «cacho» de pan seco y dos sardinas saladas, y con eso, pasaba todo el día arando detrás de dos mulas viejas mordisqueadas por insaciables tábanos. Supongo que, viajes a una ciudad lejana (con Talega y todo) y la extinción de las mulas, demuestran que tal vez la humanidad, la agricultura, o al menos mi familia, agricultores también, ha progresado en estos últimos cien años; porque mi abuelo, además de trabajar más y comer menos, era analfabeto, y su nieto no (deseo). Si pienso un poco más en ese supuesto progreso, llego a la conclusión de que es una mera y frívola presunción, ya que realmente no sé lo que llegó a saber mi abuelo del mundo, de los demás y de sí mismo. Tampoco de su estatura ética, y ni mucho menos si consiguió ser feliz o no. Sólo sé que trabajó duramente desde los seis años hasta más allá de los setenta, y eso no fue una circunstancia afortunada. Bueno, sí sé algo de él que fue digno del mayor respeto y consideración: en los años veinte del siglo pasado, en un entorno rural, se casó con una madre soltera (mi abuela). Ese fue un gesto grande y hermoso…
ETERNIDAD PROVISIONAL
Un hombre y
una mujer estaban acostados en una cama. «Sólo una vez más», dijo el hombre, «sólo una vez más».
«¿Por qué sigues diciendo eso?», dijo la mujer. «Porque no quiero que
termine nunca», dijo el hombre. «¿Qué es lo que quieres que no termine?»,
dijo la mujer. «Esto», dijo el hombre, «este no querer que termine nunca?»
Mark Strand
Tetralogía del hombre caído Segundo acto. Voz en off:
Tiembla el ser adonde ya no hay nada
sino una flor contra el ser
un silencio contra el mundo
y un ser contra la nada. Leopoldo María Panero
Se dio la vuelta tembloroso por si a su espalda se hubiera abierto un túnel de luz por donde escapar; pero no, fue aún peor, no había salida y una de las paredes se había tornado negra y amenazadora. La otra seguía siendo blanca -el negro y el blanco-; ninguna de las dos tenía futuro, ambas resultaban insoportables. Una era el vacío oscuro y desesperado y la otra la entrega blanda y acobardada. Delante el ángulo angosto y detrás el camino sobre el que ya no deseaba volver.