En algunas ciudades, a los santos los suben a lo más alto de los templos, ya que al parecer son importantes para el alma de las gentes…
BERLÍN (del cuatro al nueve de agosto de dos mil quince). Foto 4.
A los santos de la antigüedad, grandiosos e indiferentes como dioses, los habían colocado en las partes altas de los edificios. En posiciones de privilegio. Miraban hacia abajo, hacia los pobres seres que nunca alcanzaríamos su estatura, enredados en nuestras empobrecidas vidas y torpes anhelos. Estarán allí subidos a todas horas, todos los días, todos los siglos; hasta que vengan los bárbaros y los derriben (ya han empezado en algunos sitios del planeta, pero aquí, a Berlín, también llegarán algún día, seguro). Me fascinan esas omnipotentes figuras, recortadas contra el cielo, por inalcanzables y anónimas. Me da igual quienes hayan sido y lo que se supone que hayan hecho. Sus mundos y el mío no se encontraran nunca. Mientras, miro hacia arriba y pulso el disparador de mi vieja cámara pequeña…
Domingo: tres de Agosto. Volamos a Las Vegas, por segunda vez en dos años. Debe ser porque nos parece una ciudad fascinante: nos lo pasamos estupendamente, mirando, sólo mirando. Dos días después, nos preguntamos ¿y ahora que hacemos? En ese momento sabemos que hay que largarse de allí inmediatamente.
DIGRESIÓN CINCO. Voltaire/Rosseau, La disputa. Autor: Jean-Francois Prévand. Dramaturgia y dirección: Josep María Flotats. Intérpretes: Josep María Flotats y Pere Ponce. Teatro María Guerrero, (03/02/18)- Sabidas son las distantes posturas filosóficas de ambos protagonisas, más o menos, aunque yo, como iletrado que soy, tampoco estoy en condiciones de hacer una valoración. Sin embargo, sí diré que, dado que el planteamiento de la obra de Prévand es enfrentar ambas posiciones, sigo el juego y me coloco, sin apenas sombra de duda, al lado de Voltaire, faltaría más. Su equidistancia, tan posmoderna ya, le permitía observaciones inteligentes sobre un modo elegante de vivir, sustentado en la cultura y civilización humana que, al menos aparentemente, ha avanzado a lo largo de milenios. No, no estoy hablando de que el género humano haya progresado, eso siempre será objeto de resbaladizas y cuestionables opiniones, sino de que, al menos, los humanos hemos conseguido realizar obras estimables: indudables testimonios del progreso humano que denotan cierta capacidad creativa y espiritual para organizarse en sociedades que aspiran a un orden justo y a la libertad de sus ciudadanos. A pesar de que a veces se den situaciones en las que sucede todo lo contrario, generalmente inspiradas en creencias y fanatismos ampliamante refutados por la razón y por la desdicha que han provocado. Rosseau, sin embargo, desconfía de los logros de la humanidad y considera al hombre como un ser vulnerable y tremendamente frágil ante las manipulaciones del orden político y social creado por los hombres; incapaz, tal vez, de gestionar adecuadamente sus potencialidades si no es severamente tutelado. De aquellos polvos vinieron los cenagosos empantanamientos de tantas nefastas utopías. Pero no, no quiero seguir engolfándome en disquisiciones desconocidas y ajenas para mí, sino tan solo apuntar que, a pesar del gran entusiasmo que despertó en el público que les tributó una cerrada y larguísima ovación, a mí me pareció una representación poco imaginativa; voluntariosa por parte de Ponce y Flotats, ambos de inmenso talento, pero que tienen que vérselas con un texto funcional y pedagógico, con escasa textura dramática. No obstante, y a pesar de todo, gocé de la obra.
RAFAEL CHIRBES I: no le he leído nunca (aunque tengo 2 ó 3 libros). El otro día me detuve en una entrevista atrasada suya (diciembre 2007), y es que casi todo lo llevo con retraso. Decía cosas muy importantes: «Aspirar es fracasar en unas cosas, pero es la única manera de hacer otras, y sólo lo que se hace queda. Yo no tengo muchos ánimos, casi ninguna esperanza, pero sé que, si no escribo, no soy nada. Palabras que se lleva el viento, pensamientos difusos, humo. Pero, para hacer algo bien hecho, tienes que tener una idea del mundo en la cabeza.» Rafael Chirbes.