"El cuerpo es el gran poema". Wallace Stevens
A Jürgen Klauke, le preguntaron en una entrevista reciente lo siguiente: -El humor y la ironía son elementos fundamentales, aunque sutiles, de su obra. ¿Los emplea contra la solemnidad? –
Y él respondió: «El tono fundamental, el murmullo de fondo, el sonido de todo mi trabajo es el examen de las carencias de nuestra existencia, los conflictos irresolubles con nosotros mismos y el «hermoso fracaso» que conllevan. Ese retorno de lo mismo en condiciones siempre distintas me lleva a querer cerciorarme del mundo y de mi persona en un reflejo poético y en imágenes siempre diferentes. El mundo como representación. Imágenes de lo invisible. Pero también es siempre una ruptura conceptual y visual con las representaciones mentales y de imagen recibidas. Esta mirada en ocasiones melancólica lleva el añadido del humor y la ironía como una especie de aromatizante»
Aunque éste también se lo cree, a mí me gusta mucho su respuesta porque me
encantaría que lo que intento (y a veces creo que consigo) con mis fotografías,
fuese precisamente eso. Aunque no sé.
…a las ocho me dediqué a limpiar una de las paredes de «La Habitación de Retratar». El nerviosismo y una cierta ansiedad comenzaron a apoderarse de mí. Sospeché que sería un día complicado. A las ocho y cuarenta y cinco decidí trabajar en objetos que planeo utilizar como atrezo fotográfico. A saber: corté el respaldo alto de una silla de hierro con objeto de utilizar sólo el asiento sobre las cuatro patas. Me entregué furiosamente al manejo de la radial. Lo conseguí. Más adelante la pintaré de negro. Ah, y esto no es una silla de hierro con el respaldo amputado, sino uno de mis brazos que conseguí conservar después del uso un tanto atolondrado de la salvaje e impetuosa radial…
Cinco de Junio IX: por la noche; cena en el Barrio Alto, algún que otro bar de copas donde conocimos a algunos lisboetas razonablemente simpáticos, y retirada ordenada hacia el hotel. En la puerta, en el último instante, el accidente. Resbalón en la acera y caída. La pierna se dobló y todo el peso del cuerpo cayó sobre el pie izquierdo torcido o ya dislocado. Gran dolor e imposibilidad de plantar el pie en el suelo. Búsqueda apresurada de un hospital. El primero que localizamos resultó ser nuevo, grande, silencioso y sin pacientes a la vista. Nos recibió una doctora madura, malhumorada y llorosa. Evidentemente no lloraba por el dolor de Naty, pero tampoco sabíamos por qué. A pesar de que no se veían enfermos por ningún lado, tardó mucho en aparecer la persona encargada de hacer una placa radiológica. Una vez hecha, continuamos esperando interminablemente, porque el médico que tenía evaluarla, según nos dijo la lacrimosa doctora, se encontraba fuera del centro sanitario. Empezamos a sospechar que no habíamos dado con el sitio adecuado. El dolor era intenso. Por fin le administraron un calmante. Amanecía y del traumatólogo no había noticias. Apareció la compungida doctora y esta vez cambió su actitud desabrida por gestos cariñosos, comprensivos y amables y nos dijo que había algo roto (su antipatía se debió, muy probablemente, a que pensó que la única razón que nos había llevado al hospital esa madrugada había sido molestarla). El médico llegó con el sol. Diagnosticó rotura del segundo hueso metatarsiano del pie izquierdo, colocaron una férula, nos proporcionaron unas muletas y nos dijeron que podíamos irnos, previo pago del servicio, claro. Vuelta al hotel, dormimos dos horas e iniciamos la vuelta que duró cinco. El viaje se había acabado y ahora teníamos un recuerdo y una circunstancia dolorosa que todavía hoy sigue limitando el movimiento. La gravedad de las consecuencias de la fractura aún seguirá demasiado tiempo, con diagnósticos cambiantes y nombres parecidos a retorcidas, malévolas y monstruosas torturas.