“Ante una cámara siempre somos otro: el objetivo nos convierte en los diseñadores y gestores de nuestra propia apariencia”. Joan Fontcuberta
Epílogo a la experiencia de fotografiar a mis amigos en la «habitación de retratar», primera parte (*).
Por fin llegó Luís y terminé los retratos de mis amigos. Han sido seis. Quizá podría haber incluido alguno más, pero ni uno menos. No, porque todos están en un mismo plano en la experiencia, el afecto y el recuerdo. También en el olvido, actitud y estado de ánimo que todos nosotros trabajamos con gran eficacia y rapidez. Tardaremos menos en desdibujarnos en el otro que lo que empleamos en construir nuestra amistad. Aunque permanezcamos en la memoria mutua y común, ya nada será real porque la historia ha terminado. Ahora sólo es tiempo de fabulaciones y mitos remotos de nuestra vieja historia común. De vez en cuando celebramos algunos encuentros desganados en los que únicamente buscamos la forma de abreviar el trance, porque ya no tenemos nada nuevo ni importante que decirnos: han desparecido los sueños y los deseos a compartir, y si los inventáramos sería inútil, porque ni siquiera nosotros nos los creeríamos. Es momento de coartadas, adormecimiento y desmemoria para no sentir el afilado estilete del tiempo sobre nuestras blandas carnes. Soy consciente que esto suena a despedida, aunque aún espero escribir el acto final y definitivo. Este gesto por mi parte, y por parte de ellos prestándose a la ceremonia fotográfica, quizá tenga que ver con la necesidad de recordar para así poder olvidar más serenamente. A partir de este tiempo, yo al menos, estoy obligado a concentrar todas mis fuerzas en poder seguir sosteniéndome. No puedo distraerme en nostálgicas reposiciones de lo ya vivido, porque serían cada vez peores; simples y patéticos remedos de lo que fue y ya no es. Malas imitaciones de nosotros mismos. Quedémonos con la imagen de lo que fuimos juntos, cuando aún todo era posible. Que reine el silencio sobre nosotros, porque las cosas importantes que teníamos que decirnos, ya nos las dijimos hace muchos años. Ahora, tenemos un trabajo titánico frente a nosotros: reconstruirnos para el último tramo de la travesía y para ello deberíamos dar media vuelta de tuerca e intentar empezar de nuevo, como si nada hubiera sucedido y el territorio vital por el que transitaremos en el tiempo que nos queda fuera inmaculado, terso, nuevo y estimulante; y eso supone que probablemente deberíamos olvidarnos los unos de los otros, a ver si conseguimos engañarnos seriamente y así ilusionarnos un poco.
P.S. «No hay que olvidar nada» Philip Roth. A partir de esta frase, que cierra su brillante y emotivo testimonio en Patrimonio, a mi se me ocurre que hay que recordar para poder olvidar; o que quizá recordar sea la redención para poder vivir la culpa con la que cargamos por tanto inevitable pero necesario olvido.
(*) Me gustaría escribir la segunda parte, que podría ser la reacción de mis amigos cuando les dé una copia de las fotos y la carta
TRES…Entonces qué? Pues eso, nada que pueda servir de «algo» a alguien. Me habría gustado, claro que sí, porque si hubiera sido así, a mí también me habría servido (quizá alguien me habría pagado por ese «algo«). La imposibilidad ha estribado, sencillamente, en que no estoy constituido con las sustancias que podrían haberme permitido ser «alguien» en «algo«. Por ejemplo, la inteligencia emocional o racional (da igual de la que se trate), en mi caso, son unas incompetentes y, además, están descompuestas desde siempre; por no hablar de otras esencias. A partir de ahí no me ha quedado otro recurso que ir tirando del hilo que a veces ha aparecido ante mí y que, con demasiada frecuencia, ha sido el mismo de siempre, por lo que, ahora, después de tanto tiempo, está negro y pringoso de tan manoseado. No sé cuándo aparecerá el dolor real que bloqueará mi cuerpo y quebrantará mis ganas de seguir tirando de ese hilo, pero uno de mis anhelos es que cuando eso suceda, ineludiblemente (el cáncer siempre llega), me haya dado tiempo a recorrer el laberinto y tenga una visión panorámica de una cierta belleza y armonía que me compense tanto esfuerzo, aunque sólo sea visible para mí, porque será eso y nada más que eso lo que me permitirá cerrar los ojos con una leve e íntima sonrisa de satisfacción. Finalmente, todo habrá tenido sentido; aunque el mundo no lo sabrá nunca, sencillamente porque tendrían que ser personas las que se dieran cuenta de ese supuesto «algo» que me habrá constituido, y en ellas no confío ni confiaré nunca.
LOS DÍAS 11
Miércoles, ocho de Febrero de 2023
Ayer pasé un buen día. Realmente, no pasó nada extraordinario, todas las circunstancias objetivas y el paso de las horas fue igual al de todos los días. Hasta comí lo mismo que el día anterior, un guiso de pollo con patatas que cociné hacía tres días. Disuasorio, daba pena verlo, por lo que me dieron ganas de abrirme una lata de comida cualquiera, una fabada, por ejemplo. No lo hice, terminé con el pollo.
¿Por qué lo pase bien ayer entonces? Porque se me ocurrieron varias entradas para esta publicación que en realidad es una bomba con temporizador, con lo que redimiré seis o siete días de la condena a muerte súbita que supondría la suspensión del diario. Este artilugio es, salvando las siderales distancias, como Las mil y una noches, mientras haya historias la vida no acabará.
Estas nuevas entradas, tal vez se me ocurrieron por estar leyendo en estos días La familia Martin, de David Foenkinos (mi escritor de cabecera en las últimas semanas), en las que un escritor (trasunto de Foenkinos, supongo, sus novelas tienen el aire de la autoficción, aunque no lo sean). Cuenta la vida cotidiana de una familia (la de Patrick Martin). Algo así hago yo aquí. Aunque a diferencia de los Martin, que son varios, en mi cuento solo habitamos Mi Charlie y yo, y unos pocos invitados fugaces, mediante mensajes o llamadas que últimamente se reducen alarmantemente, y poco más.
A partir de mañana rememoraré mi relación con algunas de las mujeres con las que compartí mi vida y apasionados encuentros, hace casi cuarenta años, en contraste con lo que sucede ahora, que no tengo ninguna.
Lo titularé: Mujeres que me gustaron y a las que quise. Fueron tiempos intensos, divertidos, despreocupados, con algunas maravillosas mujeres entrando y saliendo de mi vida. Todas, atractivas y geniales (siempre he buscado la belleza, sigo haciéndolo, pero ya sin resultados).
Me pasé el día buscando fotografías de algunas de ellas que no hayan aparecido en el diario con anterioridad y escogiendo las que fueron más importantes para mí. Otras no podrán estar porque no dispongo de retratos y esto es un diario fotográfico. Algunas más, a las que desee, tampoco estarán porque no me hicieron mucho caso. No las fotografié.
Por unas horas me sentí joven otra vez. Pasé el día maravillosamente bien. Alguien podría pensar que soy un Narciso malherido por el tiempo y tendría razón, me temo.
La Fotografía: Retrato de uno de mis amigos de mediados de los ochenta, con los que solía moverme por bares o discotecas o exposiciones, entre otros sitios. Con este hombre, incluso, hice un viaje de diez días a Lisboa y las inmediaciones, incluso subimos hasta Nazaret. Lo pasamos bien. Por las noches subíamos a tomar copas al Barrio Alto y acudíamos sistemáticamente a un bar llamado Frágil; todo era minimalista en ese local penumbroso y ultramoderno, tanto como nosotros. Frágiles como el nombre del bar, nos las dábamos de exquisitos. Ahora, después de tanto tiempo, no tengo muy claro lo que nos unía, él era refinado en todos sus gustos (yo no tanto), un esteta en arte y música, sobre todo. Hace en torno a veinte años que no nos vemos. Probablemente, nuestro punto de conexión y complicidad radicó en que ambos éramos unos irredentos Narcisos.
…En mil novecientos setenta y ocho te enviaron a Tenerife, a ser soldado durante una temporada. Carmen y yo fuimos a verte cuando ya llevabas allí unos meses y fue entonces cuando conocí a Mari Cruz, con la que ya compartías tu vida y tus sueños de futuro. Pasamos unos días esplendidos y pude comprobar que con ella vivías una historia de amor de una intensidad conmovedora: era la historia de amor de tu vida. Siempre has sido así, fiel a tus emociones, tus sentimientos y a las personas importantes en tu vida. Nunca fallas; siempre estás ahí, sólido e inalterable en tus afectos. Ambos, Mari Cruz y tú, formáis una pareja que os complementáis con equilibrio: ella, desde hace muchos años ya, suple el pragmatismo que a ti te falta. Los días que pasamos con vosotros en la isla sé que fueron estupendos, aunque apenas recuerdo lo que hicimos. Aquellos años fueron bastante intensos en nuestra relación, vivimos con excitación los momentos de cambio del país, todo era nuevo y estimulante: la política, la cultura, la libertad que nunca habíamos vivido; todas esas experiencias tan emocionantes entonces las compartimos. Estuvo bien, realmente bien…
…Y FUIMOS DE EXCURSIÓN, a madrid…
«…que no es mío el melonar, tralará,
que no es mío el melonar,
Tralarí, tralará.»
…No quiero cerrar esta hermosa aventura del sábado veintiocho de febrero que duró cuatro horas (con parada para el bocadillo) sin incorporar un cita compleja, para la reflexión y para que estos días no me queden tan escasos como me parece, extraída de un interesante artículo de prensa: Capitalismo artístico, de César Antonio Molina: «Para Lipovetsky y Serroy, autores de La estetización del mundo, hemos llegado a la era de lo que denominan transestética. Es decir, una cuarta edad de estetización del mundo: la artistización ritual, la estetización aristocrática, la estetización moderna y, por último y hasta ahora, la era transestética». Ahí queda…y, por supuesto, yo no tengo soluciones para nada de todo esto, sencillamente porque problema no veo. Nos fotografiamos para dejar constancia para la historia de la humanidad que pepe y naty habían pasado unas felices horas de arte, mercado y mentiras… sobre todo mentiras.
«…Ahora que volvemos despacio,
ahora que volvemos despacio,…
vamos a contar mentiras, tralará»,
Tralarí, tralará.»