“…sabe sus historias y las guarda para sí, enmuradas en los sótanos que jamás penetran los turistas ni los extraños y que, a duras penas, conocen los nativos". Luis Racionero

Miro a la gente que llena las calles buscando caras,
gestos, miradas que me despierten algún interés.
Imposible.
Todo el mundo me disgusta,
menos mal que no conozco a nadie.
A medida que camino sin rumbo,
con la idea de alejarme lo antes posible,
mi hastío y mi desgana aumentan y aumentan;
ya sólo soy capaz de mover los pies cansinamente.
Despacio.

Todos aplauden, los que tengo a mi lado también,
y cantan, y rezan, y disfrutan.
Una de las razones por la cual no encuentro mi sitio
en el mundo es que no soy capaz de aplaudir
a nada ni a nadie y así,
no puedo compartir devociones con otros,
y entusiasmarme, también.
Los festejantes de la mañana son así: universales
y eternos y así llevan siglos y siglos.
Siempre igual. Qué cansancio.

…El mismo día: después de recorrer muchas calles por las que pasarían las gentes disfrazadas de creyentes en un Dios posible, porque a ellos les funciona (vale lo que sirve), y ya dispuestos a irnos sin ver la inmutable representación (sólo cambian las caras porque, a los que van muriendo, les sustituyen otros de caras parecidas, y cuando estos también desaparecen vienen otros y otros; nunca se acaban, y así por los siglos de los siglos), casi al final, encontramos un espacio minúsculo, a la vuelta de una esquina (siempre a vueltas con las esquinas) y decidimos quedarnos, incrustados entre gentes desconocidas. Me parapeté detrás de la silla de ruedas de una señora impedida, que seguía la actuación de los procesionarios con un folleto-guión. La señora y los familiares que la acompañaban, además de ser sumamente amables, nos informaron que eran de Guadalajara (lo que nada tiene que ver, me parece)…


…Apéndice I: Lo dijo Juan Estanislao, en 1987:
«Hay un día al año en Toledo donde se mezclan muchas cosas: el olor a tomillo y los toldos, la religión y la ciudadanía, el oro y las manos necesitadas, el incienso y la algarabía, el respeto y la gracia; y los toledanos y sus visitantes vienen, van, se agolpan y entrechocan, germinan el colorido y movimiento inhabitual, tratan de decir que viven y se alegran con ello, que son fiesta, que son, ayudados por su entorno, una fiesta única e inolvidable».

…Todas las piezas y gentes que configuran este artilugio social se mueven con previsible precisión pero con escaso misticismo febril, como correspondería a castellanos tan creyentes. Finalmente, todo acabó bien. Fotografié bastante con el propósito de siempre, pero con algunas variaciones de estilo que tenía planeadas desde hacía unos días. Después dimos una vuelta por calles atestadas de gente y nos largamos. Mientras pueda seguiré fotografiando para saber más de mí (y de ellos) porque a fin de cuentas procedo de esta «peñascosa pesadumbre» cervantina que ya no es gloria ni luz de nada, sino más bien un organismo extenuado que solo puede pervivir con la ayuda de las adormecedoras costumbres. Pero aquí estoy, dispuesto a no moverme, aunque sea aterrorizado por el vacío y la nada. A fin de cuentas, si me he quedado aquí por algo habrá sido. Pero no por asumirlo me tiene que agradar instalarme en la más consistente y entregada credulidad…