"La sombra de la muerte es blanca". Edmond Jabes
…No sé si me gustan los motoristas. Depende de quién se trate, supongo, pero es que tampoco conozco a ninguno. Sí, me gustan mucho las motos, aunque nunca he conducido ninguna. Jamás me ha interesado hacerlo. Nada más ver al motorista con su moto, en un escenario tan deslumbrante como Arenas Blancas, Nuevo México, no pude dejar de perseguirle a través de mi visor y fotografiarle, por supuesto. La escena resultaba chocante en un lugar propicio para las alucinaciones, aunque no tan surrealista y enigmática como la composición del Conde de Lautreamont: «Bello es el encuentro fortuito sobre una mesa de operaciones, de una máquina de coser y de un paraguas». La belleza, la temperatura, la intensidad de la luz, me excitaban hasta el descontrol. El motorista pareció darse cuenta de mi fascinación y dio varias vueltas en el blanco escenario …
…Se cansó pronto de exhibirse en el fabuloso plató de luz y arena, y se perdió detrás de una duna. Instantes antes hice esta fotografía. Luego, seguí fotografiando a más de cuarenta y cinco grados con una luz cegadora: la fotografía de mañana, de celebración, está realizada poco después de que el motorista y su imponente moto nos dejaran solos con nuestra emoción. Nada importaba, era uno de mis paisajes soñados, aunque muy difícil para mí. Los momentos de gran excitación estética entorpecen gravemente mis propósitos. Creo que podría fotografiar todos los días de mi vida en desiertos. No me cansaría nunca.
TRILOGÍA -donde siempre aparece un motorista montado en su moto, naturalmente-. Nueve de agosto de dos mil ocho: salimos a las nueve y media de Silver City. Después de conducir toda la mañana llegamos a Mesilla, pueblo donde juzgaron y condenaron a muerte a Billy el Niño (pero se escapó). Sólo queda la cárcel donde estuvo detenido; al menos eso decía un cartel colgado de una pared desconchada. Creo recordar. De ahí a White Sands, donde llegamos poco antes que este motorista…
«Otra vez la pregunta: ¿qué hay más allá de la línea del horizonte? Quizá yo mismo contemplándola y haciéndome igual pregunta. Rafael Argullol. Y así siempre, siempre mirando y mirando los vastos espacios, las líneas del horizonte, las montañas, la tierra y el agua, el cielo y las piedras, los árboles vivos y los muertos, lo lleno y lo vacio, el aíre y la nada, la luz y la sombra. Eso son los paisajes, y más, mucho más. Somos nosotros, los seres vivos, constituidos y conformados no sólo en relación al tiempo y los enigmas, y a la vida y a la muerte, sino también, muy vivamente, al espacio y a los paisajes con los que nos referenciamos, allí donde nos encontramos en cada momento. Recuerdo una pregunta que me obsesionaba de muy niño: ¿detrás de ese cerro que hay? le preguntaba a mi madre, -ve a verlo- me contestaba. Echaba a correr alborozado, convencido de que iba a descubrir un secreto sólo para mí. Cuando llegaba veía que detrás de ese había otro muy parecido. Volvía desolado, intuía que no había respuestas para mis preguntas. No decía nada más, hasta cualquier otro día que obtenía la misma respuesta. Creo que esas desesperadas y gozosas sensaciones, con intervalos de desatención y mutismo, permanecen en mí como antes. De tiempo en tiempo fotografío paisajes; siempre me interesarán. Últimamente siento la necesidad imperiosa de volver a ellos, una vez más. Por supuesto, tengo un capítulo dedicado a los PAISAJES, y la de hoy es una de sus series. Se titula -Paisajes Blancos- o -Blancos-, a secas.