Lo más importante en fotografía: saber retratar…y yo continuo intentándolo...
DIGRESIÓN SEIS: En Terapia. Personaje: Laura Márquez (Julieta Díaz). Terapeuta (de Guillermo Montes). Treinta y siete años (en la vida real). No sé sí está sola (ella no se analiza). Laura adopta una postura profesional más virtuosa que Guillermo (Guillermo ofrece más diálogo a sus analizados, luego casi parece un amigo, exigente, eso sí, pero amigo). Ella solo se atiene a una fina, sutil e inflexible ortodoxia terapéutica. No deja traslucir ninguna emoción. Adopta una postura impenetrable, inasequible a cualquier empatía (transferencia en términos terapéuticos). Emplea pocas palabras, toma breves notas sin dejar de mirar intensamente a Guillermo y todas, absolutamente todas sus observaciones, son perspicaces, lúcidas y muestran una capacidad de penetración en las contradicciones del otro verdaderamente asombrosas. Guillermo, como analizado, a veces se desestabiliza, pierde los papeles, como suelen hacer los analizados corrientes. Él, como analista, nunca los pierde con sus pacientes, pero de algún modo les abre los brazos para que se sientan momentáneamente confortados. Guillermo también necesita protección, pero Laura no se la da, y hace bien. La única clave o principio que existe en terapia es que los terapeutizados se provean de recursos propios. No hay otro modo de mejorar. Laura está sencillamente perfecta. En el último capítulo, una vez que Guillermo ha mostrado todas sus flaquezas y su debilidad por Laura, le confiesa que es una gran terapeuta. Y lo es. El diálogo que tiene lugar en este último capítulo es emocionante y perfecto: plano y contraplano de cada uno de ellos, donde se aprecian las más mínimas vibraciones emocionales en sus rostros. Gran trabajo de Julieta Diaz. Nota sobre la fotografía de hoy: por supuesto que no tengo una fotografía de Laura, pero sí de una mujer de aproximadamente la misma edad y apariencia física…
…Nada más verte te reconocí como uno de los míos, no en vano nos habíamos criado en los mismos paisajes y entre el mismo tipo de gentes. También me pareció que teníamos en común la necesidad de alejarnos de esas circunstancias tan invivibles: estábamos sedientos de lo que, sin saber nombrar y ni siquiera entender, intuíamos como modernidad. Pero claro, no era fácil, no nos habíamos criado como niños de ciudad y no podíamos evitar un cierto sentimiento de inferioridad. Maldita sea. Qué hacíamos para soportar ese lastre: hablábamos mucho; sí, quizá buscábamos con nuestras interminables charlas crearnos un mundo propio, compartido y por lo tanto más sólido y abrigado. Aunque tenía un efecto perverso: nos aislaba.