"Las veces que río, si me veo reír, dejo de reír". Antonio Porchia
Es importante (supongo), no tomarse demasiado en serio, sobre todo porque es el camino más corto al sufrimiento. Por ejemplo ¿se podría decir que esta es una fotografía de alguien que se toma en serio? Me temo que sí, maldita sea, o quizá no; no sé. Lo cierto es que yo (este individuo), me tomo con demasiada frecuencia en serio y me convierto en un tipo suspicaz y resentido. Lo sé y me desespero; ya no sé qué hacer. Cuanto más me recrimino más grave me pongo. Qué desastre, por Dios. Y encima determinados escritores que me gustan me lo recuerdan, como Vila Matas: «Decía Erasmo que una dignidad digna de respeto es una dignidad sin dignidad…»
Seis de noviembre: trece cuarenta y cinco. Puerta de entrada a la ciudad (la más importante, hay otras pero son secundarias o traseras). Esperábamos a D. y B. Llegarían puntuales. Venían desde la capital para que les retratáramos. Hacía cuatro meses que no fotografiaba en –la habitación de retratar– y tenía ganas (muchas) de hacerlo. Primero dimos un corto paseo por el centro de la ciudad (trescientos metros, más o menos). Había mucha gente en las calles, pero la escena y el escenario me resultaban sabidos y previsibles. En mi ciudad, en la que llevo demasiado tiempo, no suelo prestar atención a lo que sucede a mi alrededor. Luego, comida ligera. A las cuatro y media: retratos. Aunque D. y B. son nuevos conocidos para nosotros, había buena sintonía con ellos. Pensé que todo podría salir bien si no tenía uno de esos repentinos accesos de inutilidad, que suelen acometerme inoportunamente (en la fotografía, un individuo incierto y pesaroso, que no es ni D. ni B.)…
…Aún así, que el descolorido personaje, el chico, transmita una neutralidad tan verosímil, es un magnífico logro de Murakami. La novela es fiel al más puro estilo del autor: inquietante y con la mayor parte de sus códigos expresivos y mistéricos habituales. Técnicamente diáfana se lee ávidamente, al menos a lo largo de los dos primeros tercios, va de más a menos y eso no es bueno, me parece. Hay dos ideas nucleares sumamente interesantes, al menos para mí: la descripción creíble de la grisura y el vacío como rasgo definitorio del protagonista, o de cualquiera, y por otro la idea de que todos podemos tener una época de máximo colorido y brillantez y el resto del tiempo emitir escasas y apenas perceptibles señales de luz, como temblorosas y lejanas llamitas de candil en una noche sin luna. El momento de máxima luminosidad de las gentes puede darse en cualquier momento de su vida, aunque no es probable que sea en edades avanzadas; o no, y permanecer apagados todo el tiempo, como me ha sucedido a mí, sin solución ya. Dice un personaje de Murakami a propósito de alguien joven: «Era como si su cuerpo hubiera perdido todo el colorido tras haber sido expuesta durante largo tiempo a la luz del sol. Su aspecto físico apenas había cambiado, seguía siendo guapa y teniendo estilo…, pero estaba más apagada. Tanto que daban ganas de coger el mando de la televisión para subirle el brillo. Fue muy extraño. Parece mentira que alguien pueda apagarse hasta tal punto en tan pocos años»…
…Comencé con D., parecía el más tranquilo de los dos; tanto, que el hecho fotográfico se lo tomó con una naturalidad asombrosa (este individuo no es D., es el de ayer, en la habitación, dos días después). Aunque conocía a D. desde hacía algún tiempo, sólo había hablado con él dos o tres veces. Comencé a fotografiar sin ninguna idea preconcebida. Esperaba que la posibilidad -del retrato- surgiera por sí sola. Encuadré y disparé desde distintas distancias. Naty hacía lo mismo. Apenas dirigí la sesión, sólo algunas observaciones sobre la colocación de las manos y la dirección de la mirada. Charlábamos y bromeábamos. B., mientras esperaba que le tocara a ella, hacía observaciones divertidas. Unas copas ayudaban a que el ambiente fuera relajado y festivo. La sesión se parecía muy poco a nada que pudiera considerarse serio. ¿Y qué? Nada. Pues eso…
A veces, debo hacer cosas que preferiría no hacer. Sobrevivir supone concesiones y, aunque siempre procuro que sean lo menos perjudiciales para mi leve presupuesto existencial, no siempre lo consigo. Cuando no tengo escapatoria, mi delicado e inestable equilibrio sufre. Normalmente, estos desajustes, están asociados a momentos «sociales» donde los actuantes no pertenecen al tipo de personas que puedo soportar sin daño; me vienen dados y generalmente no me gustan…
He mejorado un poco en relación a ayer (sólo en lo que se refiere a no tomarme tan en serio). La fotografía de ayer y la de hoy están realizadas el siete de enero, sin pensar en absoluto en lo que iba a escribir para ambos días (lo estoy haciendo el doce de enero). En el momento de la toma me debí sentir especialmente grave (en la de ayer: negativo 8) y decidí cambiar de gesto, aunque no sé si también de actitud, y adopté este otro (negativo13). Quizá el autorretrato se convierta en «autoayuda». Qué gracia.