Los microviajes, o la solemne tontería del "envejecimiento activo"…
…«Necesitamos de la nada para pensar lo que es». Antonio Machado. Para llegar a lo que fue Talaverilla tuve que abrir una verja y una vez que pasé cerrarla para que no se escaparan los toros (eso decía un cartel). Por un camino en muy mal estado atravesé un bosquecillo de pinos y maleza, llegué al borde del pantano donde debían encontrarse los restos del naufragio del pueblo, y no, allí no había Nada, luego lo que presumía perfecto para mis afanes y búsquedas se me había quedado en nada. No puede evitar sentirme decepcionado. En pleno proceso invasivo de la frustración divisé un todoterreno que venía hacía mí. Ya están aquí los de siempre, los que se empeñan en entorpecer mi saludable -envejecimiento activo– ¡qué sabrán ellos de necesidades perentorias! El caso es que llegaron hasta el borde mismo del agua donde yo esperaba a que emergiera milagrosamente el pueblo hundido. Eran los guardianes de los toros. Les pregunté por el pueblo y me aclararon que estaba sumergido y que no se trataba de que el dichoso pueblo subiera sino de que el agua bajara. Lo entendí enseguida. Les pregunté: y eso cuándo ocurrirá? Probablemente a finales de Agosto -me contestaron- y a continuación se fueron. Me sentí algo estúpido mirando el agua y nada más. Podría haber fotografiado el sitio que debía ocupar el pueblo que ya no era pueblo, o sea Nada, mi tema preferido, pero la fotografía sería solo de agua y eso todavía no me sirve. Quizá podría haber hecho alguna fotografía, pero los guardianes de los toros me desconcentraron de mi búsqueda y se me quitaron las ganas de seguir allí…
PS: la fotografía es de Guadalupe, donde llegué después.
Cuatro de noviembre: por la mañana he dado un paseo por la ciudad. Sin darme cuenta he llegado muy cerca de unas salas de exposición de la administración provincial (léase Diputación). De pronto me acordé que unos amigos me dijeron que había una excelente exposición fotográfica (según ellos) de un -tal Navia-. A mí, su trabajo, del que vi algunas muestras en el suplemento dominical de un periódico, hace mucho tiempo, no me gustó. Me pareció un fotógrafo fácil que abusaba de efectos tan manidos como el contraste y una grandilocuencia sin sustancia. Así se lo sugerí a mis amigos, que me dijeron que no, que su trabajo era una visión muy personal y estimable. Bueno, quizá vaya, les dije en ese momento. Me olvidé del -tal Navia-, naturalmente. Hasta hoy, que sin querer he pasado por la puerta de lo suyo y he entrado a mirar. Se trataba de una muestra (por encargo, seguro), sobre las ciudades españolas consideradas -patrimonio de la humanidad- nada menos. Creo que eran trece. Entre ellas estaba la mía y Ávila, visitada este mes en uno de mis Microviajes. Distintos tamaños, a todo color (o colorines), mucho contraste, previsibles y desmañados encuadres, abuso del efectismo, fotografías coloquiales o populares: inclusión de gentes en actitudes naturales o que pasaban por allí, pero que no pasaba nada con ellos. Mucho atardecer y nocturnos; éstas tampoco parecían tener intención o sentido temático: sólo estaban oscurecidas por la falta de luz. Nada de poesía, nada de misterio, ni de alma, ni sugestión, ni originalidad, ni nada de nada. Burocracia digital. Quizá le habían pagado poco. Había varias fotografías por ciudad y no parecía que hubiera penetrado en el espíritu de ninguna; a todas las había tratado por igual: mal. Como dijo, Mayans, neoclásico del siglo XVIII, a propósito de la poesía, y que sería aplicable a la fotografía si se hubiera inventado: «En la poesía, lo que no es excelente es despreciable»
«…el hombre se parece al pólipo del coral, cuyo único destino es construir grandes y magníficos edificios minerales, para que la luna pueda iluminarlos tras su muerte» H.P. Lovecraft.
Poco o nada se puede añadir a lo expresado en la cita anterior que defina mejor el ansia del hombre de construir bellos edificios. Al «fotógrafo» (a nuestro fotógrafo) sólo le queda arrastrar su traqueteante maleta donde guarda su vieja cámara, por las calles de las viejas y espléndidas ciudades, pararse y fotografiar, procurando que las imágenes que obtenga no desdigan la magnificencia de los edificios y que al mismo tiempo no sean pálidos y pobres duplicados de obras que resultan peligrosamente grandes para sus modestos propósitos. No, no lo tiene fácil. El título: -Los bellos edificios-