"Las veces que me comprendo un poco, comprendo menos a los demás". Antonio Porchia
Para qué coño me sirve este diario? Me hago esta pregunta porque no me siento especialmente cómodo con lo que escribí ayer. Amparándome en la impunidad de saber que de quien escribía no lo verá nunca, hice valoraciones como estas: «Personaje peculiar y algo excéntrico»; «tremendamente moralista, aunque no católico (eso es lo que él se cree), sino librepensador, pero al modo del siglo XIX (época que conoce muy bien y de la que no creo que haya salido nunca)»; «Sus miles de libros no le han aportado ningún sentido de la cortesía»... Dicen que a través de Internet todo el mundo ve todo de todos: mentira. Nadie llega a saber realmente nada de nadie. La sobreinformación facilita la ocultación. En la selva amazónica sería prácticamente imposible encontrar un único árbol. De eso me valgo yo para ocultarme y ser público y secreto al mismo tiempo. No obstante, participo en el espectáculo y llego a creerme que con esas mezquinas e inútiles confesiones, me redimo de mi insignificancia y mis temores. Si pensaba lo que escribí, tenía dos opciones, sin duda más saludables: habérselo dicho (no era necesario, él no me preguntó), o bien, lo que hizo él conmigo, sin disimulo: –no hacerle ni puñetero caso-.
BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA IV
Domingo, quince de marzo, a media mañana.
Ayer, por la noche ya, nuestro heroico gobierno, que ni siquiera se levantó temprano (el consejo de ministros comenzó a media mañana, cuando tenían que haber madrugado, como mínimo como un sencillo panadero), decretó (a la hora del aperitivo o del té con pastas, sin prisas) unas medidas que suponen las restricción de movimiento de las personas en los espacios públicos (salvo para ir a la peluquería y algunas otras cosas, como comprar comida y tabaco).
Sigo sin hacerme una idea firme y cierta de qué es lo que más nos conviene.
Todo el mundo coincide, los jefes políticos los primeros (también los medios de comunicación), en que lo necesario es restringir los movimientos y no acercarnos a los demás a menos de un metro.
No tengo problemas con eso. Me gusta y tranquiliza la idea. Nada bueno espero de los otros.
No obstante, a priori, no rechazo a nadie, es más creo ser un ser civilizado y solidario si llega la ocasión. No odio a las gentes, ni mucho menos; solo que, como no espero nada de ellas, procuro no perder el tiempo prestándolas atención.
Creo que, salvo que ocurra algo significativo y convulso, dejaré por el momento el diario de la crisis que, como el propio título anuncia, es intermitente, no sin antes expresar mi confianza de que lo más duro no se prolongará más allá de quince o veinte días, o tal vez un mes, como mucho.
El «fotógrafo» me cuenta una de sus estrategias fatales. Ésta consiste en merodear por los lugares turísticos y monumentales de las ciudades. En esas zonas se mueve mucha gente, casi todos con cámaras por lo que resulta más fácil pasar desapercibido y utilizar los edificios monumentales como excusa para levantar la cámara y fotografiar personas, que es lo que verdaderamente le interesa –según me dice-. No deja de ser una infantil artimaña que no sé si le dejará en paz consigo mismo. Lo cierto es que no tiene muchas opciones para fotografiar uno de los motivos que más le gusta: personas desconocidas, a ser posible estáticas, en distintas posturas y distancias, frente a la cámara. Es encomiable que no deje de intentarlo nunca, pero, lamentablemente, siempre dependerá de circunstancias que no controlará. Me dice que la serie quiere titularla -Los simpáticos visitantes-. Le pregunto la razón del adjetivo (no lo entiendo porque los visitantes más que simpáticamente suelen comportarse adustamente). Me contesta que sí, que bueno, pero que como todavía no le han partido la cámara en la cabeza, prefiere pensar que son tolerantes, comprensivos y hasta simpáticos. A veces.
DIGRESIÓN DOS. Animal Kingdom. Australia (2010). Guión y dirección: David Michôd. Intérpretes: James Frecheville, Ben Mendelsohn, Guy Pearce, Jacki Weaver, Joel Edgerton, Luke Ford, Sullivan Stapleton. Potente historia de personas abocadas a la tragedia. No, no es tanto la trama en sí, por otro lado absolutamente creíble porque llega directa a la mirada, sin torpes amaneramientos, como el modo y estilo con la que Michôd la crea y la cuenta. Cada uno de los callados gestos del joven protagonista, de sus silencios cargados de ingenuos pero intencionados propósitos, son una rica y misteriosa sinfonía de la naturaleza humana. El sobrino y nieto se erige en el total protagonista de la película, aunque alrededor tenga unos personajes inquietantes y escalofriantes en sus comportamientos, como la abuela, mujer compleja, peligrosa, fría e impredecible como una serpiente. Quizá fuera el personaje que más me impresionó porque, aparentemente, no le importan las pérdidas, sino llegar al otro lado como sea, aunque por el camino lo vaya perdiendo todo, pero mientras le quede un hálito de vida luchará sin miramientos hacia nada ni nadie. Historia que corta el aliento y te deja anonadado por su desolada y seca y trágica belleza.