"La realidad sólo existe si la soñamos”. Juan Marsé.
DIGRESIÓN UNA (2): El impostor, Javier Cercas (2013). En la última parte del libro, Cercas presta su voz a Enric y se la da a sí mismo: le queda creativo, interesante y autocrítico y también le sirve de pretexto para ajustarse las cuentas rigurosamente; pero a mí no me convence porque se nota demasiado que es una protuberancia, una digresión innecesaria de la historia (aunque puede que no y sea necesaria, eso no lo tengo claro). Huele a disculpa ante Marco por haber pasado hasta las más recónditas estancias del alma vulgar del individuo. De algún modo se apiada de él, cuando maldita la falta que hace, y sobre todo al propio Marco. La compasión de Cercas le sobra a Marco, él no está para esas sutilezas, él está para los focos y cuanto más intensos mejor, aunque parezcan crueles. A lo largo de la lectura no podía menos que pensar: qué suerte ha tenido Marco, esta obra seria y rigurosa está muy por encima de sus méritos y ha puesto un hermoso y espectacular colofón a su infame histrionismo. Sin Cercas, Marco sería menos Marco, quizá tan solo una ridícula e imperdonable anécdota. Me han gustado mucho las analogías que incorpora Cercas sobre Alonso Quijano EI Bueno: Don Quijote enloquece, claro, pero veraz y poéticamente. Nunca engañó a nadie porque pasó a ser otro; él fue Don Quijote, con todas las consecuencias. Marco siempre es el mismo, burda y estúpidamente y siempre sabe que no es quién dice ser. Es un «don mentiras» y quizá la peor de todas es cuando se atribuye falsos hechos heroicos en su lucha contra el franquismo cuando en realidad solo fue un ser anodino y acobardado, sin ética ni épica. En el lúcido y valiente retrato de Cercas, aparece como un pobre hombre indigno, desbordado por la enfermiza necesidad de reconocimiento, un exhibicionista solitario, pornográfico y obsceno que no duda en burlarse de millones de víctimas con su comportamiento indigno y que en el colmo del cinismo pretende dignificarlo con principios morales. Y no solo de las víctimas sino que también convierte en víctimas a todos los que le prestaron atención. De algún modo y por desgracia, Cercas alimenta su repugnante locura, su desatada y enfermiza vanidad, dedicándole tanto tiempo y esfuerzo, creatividad y sabiduría narrativa. Por último, resaltar la indudable valentía de Cercas para acercarse a un peligroso e infeccioso personaje. Gran obra: fluida, apasionante, ejemplar.
DIGRESIÓN DOS (1): El mentiroso, Henry James. Alguien como yo que carece de base y que solo es muy aficionado o friki del asunto cultural, actúa de forma asistemática: una entretenida mezcla de placer y obsesión con unas gotitas de rigor, para así no perderse del todo en la estéril dispersión. Pues bien, esta improductiva manía, me ha llevado, después de El impostor, a seguir con el tema de la mentira (me interesa mucho este asunto) y he leído El mentiroso, de Henry James, que ha resultado una novela corta deliciosa y sutil, pero que me ha dejado algo insatisfecho porque lo que iba buscando eran trazos más gruesos y evidentes (lógico después de la grasienta y excesiva vida de Enric Marco). No obstante, esta pequeña obra tiene matices y diálogos sumamente interesantes: «-Se trataba de un tipo gracioso, pero que tenía un defecto terrible. ¿Un defecto terrible? -preguntó Lyon. -Es un mentiroso consumado.» Henry James. Sí, para mí la mentira es abominable pero tengo que reconocer que forma parte de la vida, del comportamiento humano, de todo lo humano e incluso animal. Yo mismo suelo mentir en mi obsesión por la verdad. Es inevitable porque todo es mentira, o quizá es que la verdad no existe. Otra cosa, quizá, son los cuentos o las mentiras inocuas, esas que no son importantes ni transcenderán como las de Capadose (el mentiroso de James), pero que se hacen sumamente molestas y equívocas. He conocido a muchas gentes así, que mentían compulsivamente, y siempre me han resultado molestísimas y he procurado apartarlas de mi vida. Hay otras mentiras casi indetectables, esas que parten de percepciones de la vida erróneas o maliciosas, que distorsionan o exageran con visos de autenticidad actitudes ante la vida y que dialécticamente son casi imposibles de desmontar. Por ejemplo, yo empezaba este escrito diciendo que soy un inculto; bien, eso es verdad porque ante la inabarcable cultura global, todo el mundo es inculto. Nadie podría decir lo contrario, luego mi afirmación es verdad pero tramposa al mismo tiempo; luego, de algún modo, miento. También suelo exhibir una postura vital negativa, pesimista; sencillamente porque me parece más consecuente dado que estamos condenados a muerte y el paraíso no existe, pero es una verdad a medias porque actúo así pretendiendo ser un poquito «artista». Pero miento porque sospecho que soy alguien bastante vital, aunque inútil. Otra mentira, no soy un incapacitado absoluto. Luego todo es mentira entonces…
Expectativas primaverales (desde el uno de Abril): Clausurar el -cuarto oscuro– en lo que se refiere al copiado en distintos tamaños y formatos (doscientas cincuenta fotografías, más o menos, en cinco meses). Preparar equipo de toma. Pensar, o no pensar, en lo que deseo fotografiar y cómo hacerlo. Sobre este aspecto no he conseguido centrarme en ningún propósito definido. Aún titilan en mi memoria las experiencias del año pasado en casas y espacios abandonados, las performances, las búsquedas incesantes de escenarios, los retratos de última hora; en fin, oscuros asuntos que intuyo no están acabados del todo. Me gustaría retomarlo e idear nuevas escenificaciones en espacios parecidos, pero nuevos, distintos. En esos lugares desolados, donde el paso del tiempo está creando su propia obra, al margen de todo y de todos, es donde aún me sigue interesando escenificar mis sensaciones, ahora que también el tiempo realiza su obra en mí, en mi cuerpo, en mi ánimo, en mi vida. Recuerdo el verso de José Hierro: «Esta casa no es la que era«. Claro, nada es lo que era, y esa es una idea nuclear que también la fotografía puede interpretar y expresar. Ahí, en esa lúcida percepción del discurrir de «todo», es donde yo quiero estar, al menos este año, luego ya veré.
…Máximo, perdía tantas y tantas veces que se lo tomaba con resignada indiferencia. Como si sus derrotas fueran normales e inevitables. Hacia la mitad del camino entendió que debía eludir la competición, porque, claro, perdería irremisiblemente, así que se dedicó a vivir sin más y en todo caso a competir consigo mismo, porque era el rival más propicio que tenía a mano. Contra él mismo podría ganar alguna vez…