En los sitios apartados, abandonados, en silencio, más allá del mundo habitado, es donde encuentro mi pleno sentido fotográfico…
…Pero claro, para eso se tiene que dar algo tan sustancial como el talento, la creatividad y la fuerza expansiva de una personalidad sólida y potente. Naturalmente, también, una inteligencia superior. Y si no, pues nada, a amontonar piedras, y eso en el mejor de los casos. Dicho de otro modo, no basta con laborar tontamente…
DESCONEXIONES (de una Supuesta Realidad). La buena noticia para mí es que algo debí intuir cuando decidí, hace años ya, orientar mi actividad fotográfica hacia una permanente interrogante de la Supuesta Realidad, de las Supuestas Verdades y, desde luego, de la Supuesta Memoria. La fotografía la convertí, casi desde el principio, en la caligrafía de mi propia existencia, una vez asumida la percepción de mi microexistencia en la amplitud del mundo. Qué puede hacer alguien que sabe que nada es? Y no, no es falsa modestia, es la emputecedora y nada Supuesta Realidad…
…Bien es verdad, y a propósito de como cerré el día de ayer con la cita de Wenders, que a mí ser fiel a la realidad me da un poco igual; lo que no me da igual es no ser fiel a mí mismo, o más bien a mi manera de concebir el hecho fotográfico, siempre analógico, nunca virtual. Esta manera de fotografiar, es una de las señas de identidad de una manera de hacer que tiene que ver con los ritmos y ritos de la mirada y el modo de oficiar el oficio (valga la engañosa redundancia) y que me ayuda con la para mí deseable introspección a través de lo que se mira, se ve y se hace, como también dice Wim Wenders: «Con la fotografía estoy yo solo. Es un trabajo solitario, para mí, una bendición» …
«Si nos negásemos a aceptar estas iluminaciones del desvarío artístico, no solo nos privaríamos de intimar con gran parte de lo que llamamos nuestra conciencia, sino que perderíamos por completo nuestra capacidad inquisitiva y nos transformaríamos en una conformista máquina de respuestas acomodaticias, bordeando el estado obsolescente de una esclavitud feliz. A veces, en fin, la mentira es el único camino del hombre para ahondar en la verdad». Calvo Serraller
Veintiocho de junio, trece treinta horas. Había visitado a mi hijo, su mujer y sus dos hijas, en casa de su madre (la que fue mi mujer, hace muchos años ya). Me senté en mi coche y me dispuse a volver a mi casa pero, hacia la mitad del recorrido, impulsivamente, cambié de dirección. Me dirigí hacia un lugar al que no había planeado ir en ningún momento. Después de unos minutos, llegué a las pequeñas casas derruidas. Se encuentran en el recodo de un carreterín a ninguna parte, en las afueras de la ciudad. En una de esas casas vivieron, hace mucho ya, mis amigos Masao y Harumi Shimono. Ahora nada, sólo ruinas. En la fachada de la que fue su casa, casi lo único que quedaba en pie, junto a la puerta de entrada, colgado de un clavo, un espejo enmarcado y entero. Al descolgarlo, una parte de la trasera se desprendió; detrás, un cartón con grafía japonesa. Mis amigos, desaparecidos hace mucho tiempo ya, me habían dejado un misterioso y emotivo regalo para que yo lo encontrara y recogiera después, cuando me hiciera falta.
Días antes, escribiendo un guión fotográfico, eché de menos un espejo para una de mis «famosas» secuencias-performances. Era ese espejo, y no otro, el que yo necesitaba. Seguro. Llegué a mi casa contento y conmovido.
Y El Fotógrafo dijo:
«Fotográficamente, ya casi nada tiene sentido para mí; salvo mi propia sombra arrastrando mi pesada maleta llena de complicados artilugios. Es inconcebible un fotógrafo que no sufra el peso de su quimera. Todos los elegantes portadores de equipos livianos, han renunciado a la fotografía para siempre (nunca se vuelve al peso) porque han preferido la inmediata levedad a la demorada gravedad».