En los rincones de las casas abandonadas pueden habitar, un cuadro de uvas hiperrealistas de Masao Shimono, unas viejas botas y yo, en todo mi anodino y auténtico esplendor…
DIARIO DE ENVEJECIMIENTO CATORCE, del diez de Septiembre de dos mil veinte (8:00 A.M.)
…Ayer me aparté un poco del propósito de detallar minuciosamente mis síntomas de envejecimiento, objeto de esta subtrama del diario. La causa de esta distracción es que este verano no me estoy haciendo mucho caso. La salud sigue bien, sin contagio. No salgo de mi casa, luego no tengo que contrastar decaimientos e inepcias, sobre todo en lo que se refiere a exigencias sociales. Como no hablo con nadie, salvo con Naty, no sé si mis recursos dialécticos y de lenguaje, si es que me queda alguno, han sufrido menoscabo. Se sabe que la dinámica mental y la memoria, luego las palabras, se escabullen en la maraña de telarañas que invaden el cerebro con el puñetero amontonamiento de tantos años vacíos. Sin embargo, he observado, especialmente en estos últimos meses, que tan solo sueño cosas del pasado rodeado de una escenografía y unos personajes reconocibles (los sueños, esencialmente, se sustentan sobre las experiencias vividas). En esos sueños, bastante parecidos a pesadillas, yo quedo igual de mal que en la situación real que viví, o al menos la que recuerdo o la que he dado carta de naturaleza de real y cierta. Está muy bien el que las variables soñadas maticen y enriquezcan mi frustrante paso por la vida, además de que las diferentes historias soñadas, al tener visos de posibles por muy aciagas que resulten (los sueños, al menos los míos, suelen ser desdichados), no me resultan demasiado perturbadoras por lo que me permiten dormir toda la noche sin sobresaltos. Son la prueba inequívoca de que he soportado la vida que creo haber vivido.
TRÍPTICO SOBRE LA VOLUNTAD DE ESTAR Y ADEMÁS SER III. Dónde radica la clave de escribir, sin estar cualificado; o de aspirar a ser culto, sin llegar más allá de la simple curiosidad; o de hacer fotografía sin la conveniente formación técnica, artística y filosófica; o de cualquier otra cosa de las que se decida hacer sin saber gran cosa de ella y, por si fuera poco, pretender crecer al mismo tiempo. En una sola cosa: el deseo, las ganas, la imperiosa necesidad de que el vacío, la nada, no acabe con uno. Ese es mi caso, añadiendo, además, una fuerte pulsión de querer ajustarme las cuentas por todo lo que no hice cuando debí hacerlo; al menos eso me parece, aunque no esté claro del todo.
…En el sitio donde reinaban las avispas también se me ocurrieron otras imágenes. Más importante que las ideas que llevo conmigo, son los objetos, formas y texturas que me encuentro y que siempre me provocan, me incitan, me excitan las ganas de hacer. Luego, unas funcionan y otras no, pero mientras recorro el camino todo está bien…
DIGRESIÓN DIECINUEVE. Rojo, de John Logan. Traducción José Luis Collado. Dirección: Juan Echanove. Intérpretes: Juan Echanove y Ricardo Gómez. Teatro Español, uno de diciembre. Brutal. No puedo recordar cuándo me he emocionado tanto en teatro. Siempre he pensado que las obras son los actores, la carne que son capaces de poner en el escenario es lo que hace que los textos refuljan y ésta es incandescente desde el primer minuto al último. Resultó brillante no solo por Ricardo Gómez, que está justo e intenso en los momentos en los que su personaje crece, madura, sino especialmente por Echanove que, tanto en la dirección como en la interpretación, se supera en un crescendo intensísimo que no termina hasta que la obra funde en el negro final. Aún en los momentos de saludar a la cerrada e interminable ovación estuvo comunicativo y entrañable. Sencillamente magistral. Volcánico y creíble. Pero no solo fue el trabajo interpretativo y de dirección, sino que todo se sustentaba en un texto brillante y un tempo dramático sabiamente dosificado, siempre creciendo. La disección que realiza Logan sobre el hecho creativo, o mejor dicho, artístico, es preciso, quirúrgico, y plenamente acertado. El arte, como la belleza, o es convulso o no será, como dijo Bretón; aunque la deriva creativa a la que llega Rothko es precisamente una reacción tanto al cubismo como al surrealismo. Rothko, el personaje de esta obra, excelso representante del expresionismo abstracto, llega a este modo de enfrentar el hecho pictórico de forma natural, después de haber deambulado por las corrientes inmediatamente anteriores, para finalmente morir a los pies de las nuevas tendencias, especialmente el Pop que él detesta por superficial y banal. Rothko demoniza y fustiga brutalmente cualquier atisbo de romanticismo o concesión al sentimentalismo, aunque sienta debilidad ante los fantasmas de la muerte y el color negro (expresión simbólica del final). Lo nuevo empuja y arrasa, lo que le aboca, inevitablemente, a morir él también. La genialidad de esta obra y, sobre todo, su puesta en escena, radica en que tan solo en hora y media es capaz de mostrar todo el proceso filosófico y existencial de un autor (a lo largo de, al menos, dos décadas) y un momento artístico concreto. Y una vida, la de Rothko, un creador torrencial, único, que se tomaba el hecho de pintar como un ejercicio místico de búsqueda agónica de la verdad transcendente. Como réplica, está el personaje del meritorio de taller de Rotchko, que representa el advenimiento de las nuevas corrientes como el informalismo, el pop, el minimalismo…, lo que patentiza el vertiginoso discurrir del arte contemporáneo, la muerte sucesiva de corrientes y artistas en la hoguera del tiempo. Nada más comenzar, en un intenso debate entre maestro y aprendiz, Rotchko le pregunta al muchacho si ha leído El nacimiento de la tragedia, o a Freud, o a Jung, o a Schopenhauer, o Shakespeare, al menos a Shakespeare… Para enseñarle que, sin leer a los grandes autores, su arte no valdrá nada, porque carecerá del imprescindible precipitado de sabiduría humana sin la cual todo lo que haga estará vacío; que él, por sí mismo, será incapaz de realizar una obra sustancial. La puesta en escena, dinámica e incesante (performativa). El atrezo, iluminación, vestuario y banda sonora, sencillamente idóneos, perfectos. Emocionante, grandísima e interminable ovación de todo el público puesto en pie. Echanove lloraba. Yo también. Grandísima noche de teatro.