Arena, precipitada, ondulante, moldeable, hija de la tierra, y del AZAR…
El hilo narrativo de este diario no tiene progresión, no existe ni principio ni fin, no sé de dónde viene y tampoco dónde llegará. Ignoro aún si conseguirá explicarme (cada vez me interesa menos), más bien intuyo que el propósito es deconstruirme o confundirme en la nada más absoluta. Sólo tengo que dirigir mi cámara y el orden de las palabras en las múltiples direcciones que me habitan y me haré invisible. Se trata de acercarme a lo que fue o a lo que me imagino que existió, a pesar de que la fotografía testimonie. Sí, pero qué?, cuantas lecturas puedo hacer de una misma fotografía? o, cuántos diarios podría articular con las mismas imágenes sin que ninguno desmintiera a los otros, o que todos se autodestruyeran entre sí? Al final, mi propósito se cumplirá (no puede ser de otra forma) y el silencio caerá tristemente. Imagino, como en La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, que una solución blanqueadora (y así homenajear al Ferrocianuro Potásico) borrara las imágenes y otra detersiva las palabras. Todo quedaría limpio. No espero coherencia ni futuro y el pasado empieza a importarme muy poco. «Como me hice, no volvería a hacerme. Tal vez volvería a hacerme como me deshago». Antonio Porchia
Hice esta fotografía en 1999, en Mont Saint Michael. Dos años después, aproximadamente, encontré el siguiente poema sobre el mismo sitio:
La arena tenía el color de las escamas
de un enorme pez extendido
y la luz caía sobre ella
con el secreto brillo del acero
como una ala rasante.
Jose Angel Valente
Me encanta y es un gran honor para mi haber realizado a través del visor de la cámara una lectura cercana a la de un poeta que admiro mucho.
A lo largo de una semana he llamado a mi amiga H., varias veces al día, con un nudo en la garganta. No recibo respuesta. Hablo con Yuki por si ella sabe algo; me dice que va a llamar a ver qué averigua. Poco después me cuenta que H. lleva varios días esperando mi llamada. Parece ser que el número que marcaba era erróneo, cuestión inexplicable pues lo tenía grabado y era el mismo en el que siempre había hablado con ella. Llamo inmediatamente y mantenemos una conversación nerviosa; ella se manifiesta animosa, y ríe, y se emociona. Yo también. A mi pregunta de cómo se encuentra, me contesta: «tengo como un quiste (una vez más la palabra cáncer se evita instintivamente; todos sabemos que se parece demasiado a la de -muerte-), pero estoy bien, no parece que me esté muriendo». Seguimos charlando como si nada ocurriera, bromeando a veces y sin apenas referirnos a la enfermedad. Me repite varias veces que no está tan mal gracias a la fuerza que le mandamos desde aquí. Me impresiona su fe en lo intangible, en el espíritu, en el ánimo. Qué lejos me siento de esas creencias.