Insaciables bebedores habían dejado su rastro…
DERAIN, BALTHUS, GIACOMETTI. Una amistad entre artistas (1). Fundación Mapfre (28 de marzo). Feliz encuentro con tres artistas plásticos del siglo XX, de los que todavía me despiertan entusiasmo; hay más, pero no tantos. Éstos llegaron hasta los años sesenta, más o menos, y después vino el arte frío: informalistas, abstractos (vienen a ser lo mismo) y luego los conceptuales y todo lo demás, que casi mejor que se hubieran estado quietos porque arrasaron con el misterio y la magia y la sugestión y la poesía; salvo honrosas excepciones. Quizá me estoy haciendo viejo (perdón, ya lo soy: podría haberme beneficiado de un descuento en la entrada por pensionista, pero no lo hice, me callé cobardemente). El título de la muestra es acertado, así como la selección, tratamiento y criterio del relato. Consigue hacer visible la amistad entre estos artistas y el sutil entramado de mutuas influencias. Sin duda, hay puntos de encuentro filosóficos y estéticos que son palpables en la muestra y que proporcionan una indudable y gozosa emoción. Sabía poco de Derain, pero, el encuentro entre mi ignorancia y la sugestiva y literaria belleza de su obra fue una experiencia casi catárquica, aunque parezca exagerada la analogía. Los tres autores tienen como denominador común, entre otros aspectos, su pasión por el renacimiento y el arte antiguo. Supieron que todo estaba contenido ya en el pasado y que su recreación desde su propia mirada, desde su contemporaneidad, era suficiente para alumbrar unas obras que serían infinitas si no estuvieran acotadas por la innecesaria muerte. El mundo de Derain (1880-1954) está plagado, al menos el representado en esta espléndida exposición, por personajes con una fuerza compositiva y psicológica penetrante y misteriosa, todavía aureolados por la sugestión de una gran cultura que pervivía en su manera de pintar y esculpir. Me impresionaron vivamente dos de las obras: Retrato de Iturrino y el Gaitero, aunque también todo lo demás. Por cierto, en el catálogo abreviado de la exposición, hay un espléndido retrato de cada uno de ellos, de un mismo fotógrafo, Rogi André. Derain aparece con una desbordante apariencia física (los tres retratos son ajustadísimos a la personalidad que podemos imaginar de cada uno de ellos). Para terminar, una breve cita de Balthus sobre Derain: “Le conocía bien. Era uno de los hombres más extraordinarios que he tratado nunca”.
Jueves, dieciséis de Enero, la mitad de la mañana la pasé en el «cuarto oscuro», con las luces encendidas, es decir lavando y virando copias para nada, para mis cajas bien guardadas. Luego, mientras se secaban (tres horas y media), decidí irme a dar una vuelta. Opté por la fórmula del automatismo desganado: «no sé dónde coño quiero ir», que consiste en que a medida que camino voy tomando decisiones azarosas sobre el rumbo, a golpe de impulsos inexplicables. Me encaminé hacia la ciudad, la innombrable, esa a la que casi nunca me aproximo. Es tóxica para mi frágil e indefenso espíritu. Ahora ya, tengo que cuidarme mucho. Por el camino, en un escorzo impremeditado, solo a doscientos metros de mi casa, precipitándome por un talud peligroso, me adentré en unas pequeñas construcciones en ruinas, en las que jugaba de niño y que no había vuelto a pisar…
PS.- Como no llevaba cámara no fotografié y no se me ocurre otra imagen que una de las que había lavado y virado ese día.
…CASI UNA DIGRESIÓN MÁS (como un cuarto, más o menos)…La fotografía y el azar son lo mismo, dice Muñoz Molina, otra vez (que estrecha relación tengo con este señor, aunque no le conozca, y si por una prodigiosa e inaudita circunstancia, estos diarios se publicaran, tendría que cederle parte de los «cuantiosos beneficios» que indudablemente generarían y espacio en la mismísima portada, por supuesto).«La fotografía, al fin y al cabo, es sobre todo el arte de retratar fantasmas». A.M.M. Y yo añadiría: animados o inanimados, como el que había poseído a estas botellas.
…Allí me encontré con que un espíritu delicado como el mío, pero en versión: «protejo y cuido a animales desvalidos, porque soy persona sensible, solidaria y generosa» (aunque gestos así solo son, creo, una desesperada fantasía sobre la improbable posibilidad de ser reconocidos y hasta queridos), había dispuesto una serie de recipientes con agua y comida, algunos casi llenos de pienso, mohoso ya, para gatos. Los gatos, libres, indomables e independientes siempre, cuando se percataron que ese caritativo protector había entrado en su vida, dispuesto a no dejarles en paz con atenciones que ellos no habían pedido, se largaron de allí espantados, supongo, porque hace un tiempo en esas ruinas hubo una colonia de gatos. Me felicité por la instintiva decisión de explorar el viejo lugar, al lado mismo de mi casa, y un día de estos mostraré el porqué. Por la tarde, leyendo fragmentariamente, como siempre, me enteré por Muñoz Molina, siempre tan amable y generoso escribiendo sobre cosas esenciales y necesarias, que nada menos que a James Joyce, le pasaba algo parecido a lo que me pasó a mí esa mañana: Dice Joyce que el azar se encargó siempre de suministrarle lo que necesitaba. «Soy como un hombre que tropieza; mi pie golpea algo, miro hacia abajo, y allí está exactamente lo que me hacía falta». Antonio Muñoz Molina
PS.- Como tampoco tengo foto para hoy alusiva a las ruinas reencontradas y a los insumisos y orgullosos gatos (no llevaba cámara, como dije ayer) hoy, como ayer, coloco otra de las que se secaban a la espera de la plancha y que al menos sugiere tiempo pasado; la pequeña serie se titula: Las botellas viejas.