"En plena conciencia del fracaso, dejar de hablar". Peter Handke
Mis actividades de un día cualquiera: catorce de Enero I. Sin ilustración fotográfica objetiva o naturalista o como se quiera definir, pero sí metafórica. No suelo fotografiar mi vida, salvo cuando lo hago, pero casi siempre por cuestión indiferente al hecho testimonial o al diario. Si así fuera sería una simpleza periodística.
6:00 AM. Me levanto, desayuno y saco a Charlie Brown a la calle. Más bien se saca solo (sube un pequeña cuesta, la de mi calle, llega a una zona de tierra, mea y baja otra vez a casa).
6:30 AM. Subo al estudio y trabajo en mis cosas (en realidad no trabajo, me entretengo en actividades gustosas)
7:30 AM. A veces pienso que el diario debería consistir en un detalle pormenorizado de cada una de las cosas que hago, sin más. El contenido lo tendría resuelto. Lo peor serían las imágenes, aunque ayudándome de soporte digital podría resolverlo fotografiando la comida, por ejemplo, como hace alguna gente, según tengo entendido. O tal vez fotografiar mi cara o mi culo y así todos los días.
7:40 AM. Dejo de pensar en el diario «artístico» y me ocupo de las actividades, banales e hiperrealistas, cotidianas: bajo a la cocina a preparar la comida y el tratamiento de Charlie Brown. La medicación es por su enfermedad neurológica (que ha contraído por la corrosiva convivencia diaria conmigo).
7:50 AM. Naty se va a trabajar para conseguir el dinero que necesitamos para los tratamientos de Charlie Brown y para que yo pueda seguir sin hacer nada de provecho. Vuelvo al estudio a seguir con mis actividades gustosas y absolutamente estériles pero, es que, «…soy las palabras inútiles que escribo». Masoliver Ródenas (seguirá)
He leído lo que escribí ayer en este diario y me da la impresión de que estoy de muy mala leche, o quizá, simplemente, signifique que estoy desesperado ante el lamentable rosario de fracasos y ridículas calamidades. Mirando hacia atrás (cada día que pasa se mira más y más) no sabría decir si he ayudado a alguien o más bien lo contrario y solo me he dedicado a ayudarme a mí mismo (con escaso provecho, por cierto). Pero no debo apurarme porque daño no creo haber hecho, no es fácil llegar a esa preponderancia; me ha resultado fácil por una razón que puedo demostrar: nunca he tenido poder, ninguna clase de poder. Lo dice Jorge Wagensberg, que se pasó el otro día por este diario: «Todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir». Esto me sitúa infalible y afortunadamente con un pasado blanco e inocente, o al menos no culpable de mediocres y codiciosas mezquindades, pero no me asegura la brillante genialidad, ni mucho menos.
Mis actividades de un día cualquiera: catorce de Enero II (viene de ayer).
8:00 AM. Nada más empezar a escribir suena el teléfono: es Naty que me dice que acaba de dar un violentísimo bordillazo (al parecer iba algo dormida, según explica) y la consecuencia es una rueda del coche con un gran boquete y la llanta un poco magullada. Me veo obligado a suspender mis actividades inútiles, que es lo único que me gusta, y me voy al taller donde llegará Naty con el tipo de la grúa, para acercarla a su trabajo. Llevo conmigo a Charlie Brown. Echo de menos mi cheslón de escribir.
9:00 AM. Me temo que la mañana está seriamente dañada. Cuando dejo a Naty decido que puede ser el momento adecuado para que Charlie y yo demos nuestro paseo diario. Caminamos por un campo donde hay conejos, lo que más le gusta a Charlie Brown; se vuelve loco con la posibilidad de cazar alguno, o quizá no cazarlo y sí solo alcanzarlos en una loca carrera que siempre pierde. Pasamos algo más de una hora subiendo y bajando por senderos, entre maleza, chaparros de encina, olivas, retamas, esparto y piedras.
11:00 AM. Después, llevo a mi sofocado perrito a la nueva clínica veterinaria para que le examinen una especie de rozaduras y heridas que le están apareciendo en la piel, por distintos sitios. La veterinaria, aunque lo reconoce con atención, no lo tiene claro. Siempre pasa con las enfermedades de Charlie: nadie sabe nada. Al parecer, las causas pueden ser diversas. Volvemos a casa a las doce sin un diagnóstico y sí con varios posibles y la esperanza de que se cure solo. Ya apenas me queda margen para hacer nada, ni siquiera inútil. Desde luego no para reiniciar la escritura. Imposible concentrarme a estas horas.
13:00. Después de deambular sin propósito por la casa y hacer algo de ejercicio físico, muy poco, no me gusta, me ocupo en hacer la comida: conejo con arroz y verduras. Me sale bastante bien. Algo es algo.
15:00. Me acerco a por Naty a su trabajo (su coche está en el taller). Comemos el estupendo guiso de conejo y Naty me felicita por mi buen hacer culinario. Charlamos de los hechos del día y a las cuatro y media la acerco a su oficina (seguirá)
Mis actividades de un día cualquiera: catorce de Enero III (viene de anteayer).
17:00. Para hoy tengo libro nuevo: La guitarra azul, de John Banville. La primera impresión es magnífica. Gran literatura, soberbiamente concebida y resuelta. Imaginativa. Genial. Banville me parece un escritor al que los suecos le deben el Nobel, quizá aún no se han enterado de su abrumador talento literario. Pero bueno, eso quizá sea lo de menos, aunque supongo que no para Banville.
20:00. Me toca ejercer de chofer una vez más. Poco después de regresar a casa, damos de comer a Charlie Brown y cenamos nosotros. Luego, una película: Cheap Thrills (Juegos sucios), EE.UU. (2013) de E.L. Katz. Intérpretes: Pat Healy, Ethan Embry, Sara Paxton, David Koechner. Tremendo thriller negro, negrísimo. Frenéticas situaciones que no dan respiro. La historia crece y crece y desasosiega. Original e inimaginable desarrollo y desenlace. La película se sustenta con un inquietante tremendismo sangriento que cuenta hasta dónde puede llegar la codicia de dos tipos, insaciables y desesperados. Como cualquiera. Por eso la película te interpela incesantemente. Estimable, gozosa y turbadora.
23:00. Nos retiramos a dormir: Charlie Brown a su cuarto (el lavadero) y nosotros al nuestro (el dormitorio). Antes de apagar la luz, leemos un rato. Todo ha terminado bien, el día ha resultado perfectamente trivial pero sin tropiezos de importancia (salvo los más de seiscientos euros que nos costará el maldito bordillazo). He querido escribir el relato de un día banal, sin especial textura existencial. Nadie me ha llamado y tampoco yo me he acordado de nadie. Ha sido un día plenamente representativo de mi vida, de cómo transcurre mi tiempo. Dejar testimonio de hoy es hacerlo de los miles y miles que tengo ya amontonados en mi pasado luego, para mí, esencialmente revelador de mi irrelevancia. Al menos que aquí quede, escrito por nadie para nadie. FIN.