Y las monjitas no sabían que yo era un fotógrafo «artístico» con una película muerta, aunque incorrupta I. La semana había avanzado vertiginosamente como siempre; me atropelló varias veces y me había dejado hecho un asco, pero ya era viernes y eso me confortaba bastante. Escribí desde muy temprano. A la una, más o menos, decidí irme a dar una vuelta. Lucía un espléndido sol, y algunas azarosas nubes añadían inusitados matices de luz al sabido y previsible panorama que me disponía a revisitar. Me sentía en paz con el mundo y hasta conmigo mismo. Cogí la vieja cámara pequeña con el penúltimo rollo en el mundo de película Kodak Infrarroja 100 Asas (el último también lo tengo yo). Ambos rollos caducaron en dos mil ocho, pero confiaba en que se comportaran como si tres años no supusieran nada para su sensible materia (no me acordé de mi propio deterioro en el mismo periodo de tiempo). En la cámara llevaba un objetivo de 24 mm, y filtro rojo. Ajusté la sensibilidad en la cámara para 400 A., porque si no el margen de exposición no me llegaría. Bajé la vertiginosa cuesta de mi calle y giré a la izquierda, por la calle de la Subida del Hospital. No llevaba ningún plan preestablecido, salvo hacer un par de fotografías en el Puente Alcántara a unos candados que me habían llamado la atención hacía unos días. A la altura del Hospital Provincial adelanté a dos monjitas (empleo el diminutivo porque eran pequeñas, lentas, y silenciosas, aunque nada tiene que ver una cosa con otra, me parece). Cuando pasé a su altura las miré de reojo, pero la toca me impidió verlas bien. Llegué al puente e inmediatamente fotografié los candados, sin saber que lo hacía con una película muerta, aunque incorrupta…
14 JUNIO 2011
© 2011 pepe fuentes