DIGRESIÓN TRES: Nebraska, 2013, de Alexander Payne. Todo empieza con una imagen de una carretera del medio oeste de Estados Unidos, cerca de un pequeño pueblo donde vive el protagonista (Bruce Dern) en un magnífico blanco y negro. En estos tiempos, tan tarde ya, el blanco y negro siempre es sorprendente y promesa de que un gran acontecimiento cinematográfico va a suceder delante de nuestra atónita mirada. Y qué bien le viene a esta historia esa fatal y melancólica monocromía. Es curioso que el mismo día que he terminado de leer la novela de Javier Marías: «Así empieza lo malo y lo peor queda atrás, eso es lo que dice la cita de Shakespeare» haya visto Nebraska. A veces todo encaja en la ideal maquetación de la belleza y de los días porque, como más adelante también dice Marías: «Lo que importó ya no importa o muy poco, y para ese poco hay que hacer un esfuerzo; lo que resultó crucial se rebela diferente, y aquello que nos desgarró la vida se nos aparece como una niñería, una exageración, una tontería.» En la primera imagen, Payne, nos presenta la geografía física y existencial de unos seres entrañables y terribles que se debaten entre la resignación y los sueños. También en la furia inmisericorde. Claro, es todo tan duro que hay que aferrarse a las rutinarias costumbres, a la ebriedad, a la brutalidad, a la inconsciencia, a la mentira, a la televisión, y a mirar la carretera desde una desvencijada silla. Pero también a los sueños locos y corrientes que se alimentan toda la vida y que al final pueden estallar como mecanismo de inexorable relojería con una fuerza devastadora en plena cara. Esta soberbia película avanza en clave de aventura épica, crepuscular e intimista, donde se sabe que nadie va a ganar; pero tampoco perder, o al menos no más de lo que la vida nos tiene reservado. La pérdida de los seres que pueblan la historia no es extrema ni singular, ni literaria en el sentido artificial y forzado; no, que va, es común, tan común como respirar. Pero eso sí, Payne consigue elevar la aplastante vida de una pequeña ciudad del medio oeste americano, tan corriente y predecible, a la categoría de belleza cinematográfica en estado puro. Y luego está Dern, y los demás (en primer plano, su familia), que hacen que toda la historia sea creíble y dramáticamente entrañable, pero también incómoda por verosímil. Perdemos todos siempre, eso ya se sabe. Antes o después perdemos, pero eso es lo de menos, lo importante es el empeño y la dignidad que hayamos puesto en la orquestación de la derrota. O quizá, también, cómo no, en la sobriedad y dignidad del último movimiento (Dern conduciendo su flamante camioneta con su deseado compresor detrás). Sí, esta película cuenta una bella y durísima historia sobre el aplastante hecho de vivir; pero también sobre la sutil y poética textura de unos seres agarrados con uñas y dientes a la vida y a sus sueños hasta el final.
3 NOVIEMBRE 2014
© 2007 pepe fuentes