9 NOVIEMBRE 2018

UN VIAJE LEJANO, nada menos que a China (31) … Viernes, diez de agosto. Mi cumpleaños. ¡Qué escéptica gran ilusión me embargaba! Teníamos excursión a un pueblo acuático, según decía el Muertito, a cuarenta y tantos kilómetros de Shanghái. Efectivamente así era, un pueblo antiguo con calles de agua y barcas cargadas de turistas. Todos los establecimientos con puertas a las estrechas aceras eran tiendas de artesanía, regalos y comida. Pasamos la mañana allí, después comimos y nos largamos camino del aeropuerto ya que viajábamos a Guilin. Como hoy voy sobrado de tiempo y espacio, a pesar de que cumplía años y podría engolfarme en alguna extemporánea reflexión sobre el paso del tiempo, a las que soy tan aficionado, no lo haré y aprovecharé la oportunidad para colocar una cita, a lo que también soy muy aficionado: “…el motivo del que extrajeron los románticos el viaje sin llegada ni meta, el viaje sin fin, y que Rimbaud continuaría con su «Barco ebrio» y entre otros prolongaría Roberto Bolaño al decir que los viajes son caminos que no llevan a ninguna parte y sin embargo son senderos por los que hay que internarse y perderse para volver a encontrar algo: encontrar un libro, un gesto, un objeto perdido, encontrar tal vez un método, con suerte encontrar lo nuevo, lo que siempre ha estado ahí”. Enrique Vila Matas. Sí, porque el gesto del que habla Vila Matas lo expresa maravillosamente la niña que posa en el borde de la escalinata, a la derecha, con un indudable gesto de teatralidad sin que se pudiera adivinar por qué…