VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
Ciudad maya de Palenque:
martes veintitrés, por la mañana.
Por la mañana temprano, cuando despertamos y salimos hacia el restaurante para desayunar, el estrépito de la selva era ensordecedor. Me sentí empequeñecido y sobrecogido por la grandeza que nos rodeaba. Naturaleza en su máxima y exuberante expresión que me provocaba excitación, respeto y temor. Podría haber permanecido mucho tiempo, días, explorando el entorno natural de Palenque. Un lujo que no estaba al alcance de simples turistas como nosotros.
El conductor nos recogió a las ocho de la mañana y nos llevó hasta el enclave arqueológico.
Nuestro guía en la ciudad maya, Lalo, era un hombre voluminoso y animoso, amigable, llano, hablador; de esas personas que son capaces de establecer rápidamente un ambiente cercano, coloquial.
Me gusta la gente que se muestra así, con naturalidad y empatía, y máxime en una relación profesional intranscendente de no más de dos horas de duración. Lo hacen todo más fácil y placentero.
Visitamos los restos, bastante bien conservados y sumamente interesantes: una torre que hacía las veces de observatorio, dependencias palaciegas, tumbas, criptas, juego de pelota, acueducto y varios templos: del Sol, del Conde, de las Inscripciones…
Sin duda eran las ruinas más interesantes de las vistas hasta ese momento; al menos de las ciudades que pertenecieron al imperio Maya.
Fotográficamente, lo que más me interesó fueron los bajorrelieves de reyes vencidos en guerras y que se desplegaban alrededor de un espacio a modo de gran patio, donde eran presentados al pueblo, sometidos y humillados, para mayor gloria de los reyes locales.
Impresionantes representaciones que desprendían una creíble expresión de derrota y desolación. Todas ellas eran de una fuerza plástica y dramática conmovedora…
“Siempre me ha interesado más el vencido que el vencedor, de una forma intuitiva, instintivamente. Los personajes que me interesan son los derrotados”. Juan Marsé